28 de marzo de 2019

Gustad y ved qué bueno es el Señor

Salmo 33


Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. 

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. 

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. 


Hoy encontramos muchísima literatura, cursos, talleres y material audiovisual de autoayuda. Buena parte de todo este esfuerzo se centra justamente en librar a las personas de su angustia vital. Una angustia que puede estar provocada por los problemas o circunstancias que nos acosan diariamente pero también, en muchos casos, es fruto de una actitud ante la vida y los sucesos, que nos vuelve frágiles y nos hace zozobrar en medio del oleaje.

La humanidad ha alcanzado cimas muy altas en ciertas áreas del saber y disponemos de muchísimos recursos para afrontar los desafíos de la vida. Pero, con la proliferación de recursos y el auge tecnológico y científico también ha crecido la inseguridad en todos los aspectos. Padecemos inseguridad económica, miedo ante el futuro, ante la soledad, la pobreza o la guerra. Y padecemos, también, estrés, un azote de nuestra cultura occidental, la sensación de estar corriendo hacia ninguna parte y una terrible falta de sentido que nos hace ver la vida como una carga, vacía, efímera y a veces absurda.

¿De dónde viene esta actitud? Quizás el origen de todo haya sido una sobrevaloración del poder humano, una soberbia y un alejamiento progresivo de Dios; un olvidarse que, detrás de todos los logros del hombre está la potencia invisible pero siempre presente de Dios.

En este contexto la Biblia, el libro de autoayuda más antiguo y quizás el mejor que existe, viene a darnos luz. No es un consuelo barato ni una ilusión. La Biblia no se anda con rodeos: no quiere deslumbrarnos con fuegos artificiales ni adormecernos entre humo de incienso. Los salmos de súplica reflejan realidades humanas de dolor, miedo y angustia sin paliativos. Pero al mismo tiempo reflejan una vivencia muy honda y real: la del hombre que ha encontrado a Dios y, con él, ha podido levantarse y seguir adelante.

El salmo nos dice que Dios siempre responde cuando clamamos a él. Es un Dios que escucha. Me libró de todas mis ansias: es un Dios liberador. El salmo no nos dice exactamente qué hace Dios para librarnos. Por experiencia sabemos que Dios no interviene en nuestra vida como un mago, para sacarnos las castañas del fuego. Pero sí sabemos que su presencia nos conforta, nos anima y nos impulsa. ¿Cómo nos ayuda Dios?

Quizás la respuesta esté en los mismos versos del salmista. Dios no nos envía remedios, ¡él mismo viene en nuestro auxilio! Su ayuda es él. Se nos da, en persona, para acompañarnos, para estar a nuestro lado, para llenarnos con su vida. ¿Somos conscientes de que está con nosotros, dentro de nosotros, insuflándonos su aliento, sosteniéndonos en el ser, a cada instante?

Contempladlo y quedaréis radiantes. Ahí está el secreto: en la contemplación, en la oración silenciosa ante él. Respirar, agradecer la vida, sentir su presencia nos hará conscientes de que todo cuanto tenemos y somos es un don. En él vivimos, nos movemos y existimos. Estamos arraigados en él, que nos da la existencia y nos lo da todo... Esa certeza hace brotar la gratitud, y con la gratitud desaparecen el miedo y la angustia.

¡Cantemos! Dejémonos amar por el que es más íntimo que nuestra más profunda intimidad. Y su amor nos librará de la angustia y nos hará caminar erguidos, confiados, alegres y valientes. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.

22 de marzo de 2019

El Señor es compasivo y misericordioso



El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles.


Este es un salmo muy conocido. Sus palabras resuenan en nuestros labios y a menudo no sólo lo escuchamos, sino que lo cantamos, «El Señor es compasivo y misericordioso».

Entre todas las atribuciones que la Biblia da a Dios, es quizás esta la más frecuente. Antes que juez severo, Dios es padre compasivo; no condena, sino que salva; no nos envía desgracias, sino ternura; no se enoja, sino que tiene una infinita paciencia con nosotros.

Cuando oímos decir a tantas personas que Dios es distante, que no se ocupa de nosotros, que, incluso, se ríe y juega con el mundo; o bien que es cruel y nos somete a duras pruebas, estamos asistiendo a una triste caricatura de Dios, ¡tan errónea! Qué lejos este Dios deformado y espantoso del Dios de Moisés, del Dios de Jesús de Nazaret, del Dios que no espera nuestra búsqueda, sino que sale a nuestro encuentro y se revela, porque le conmueve nuestro dolor y no puede resistir vernos sufrir más.

Dios no está alejado, no. El evangelio de este domingo nos presenta a los judíos sobrecogidos por dos catástrofes que han causado la muerte de muchas personas: una de origen natural —el derrumbamiento de una torre— y otra de origen político —una matanza violenta—. Hoy, estos hechos nos pueden recordar las catástrofes naturales que se cobran miles de víctimas, o la lacra del terrorismo. El mundo no ha cambiado tanto, la humanidad tampoco. Hoy, como hace dos mil años, nos preguntamos dónde está Dios, que «permite» que sucedan estas cosas.

Pero Dios está ahí, sufriendo con los que sufren, ayudando con los que ayudan, alentando la fuerza de los que luchan por sobrevivir y rescatar la belleza de la vida. Dios nunca se alejó. En todo caso, podríamos preguntar: ¿no seremos nosotros los que nos hemos alejado de Él?

Los versos de este salmo son una hermosa oración que vale la pena recitar, recordar y meditar en el corazón. Dios es nuestra vida. Él nos libera, de la enfermedad del cuerpo y del alma; el nos da alegría, fuerza, inteligencia, capacidad para discernir. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles»… Como el sol, que luce para todos, así brilla el rostro de Dios sobre nosotros. ¿Por qué especifica el salmo «sobre sus fieles»? Porque, aunque su amor es para todos, es cierto que no todos sabrán o querrán verlo. Siempre hay quien rechaza la luz. Y, a veces, necesitamos esos momentos de tiniebla, de tropiezo, de intenso dolor interior para darnos cuenta de que hemos de cambiar de rumbo y buscar esa luz que se nos ofrece gratuita y generosamente. En el momento en que giramos nuestro rostro hacia Dios ha comenzado nuestra conversión.

9 de marzo de 2019

El Señor está conmigo en la tribulación



Estás conmigo, Señor, en la tribulación.
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones.
«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.»

El Señor te protege. El Señor envía sus ángeles para que te guarden. Con estas hermosas palabras del salmo el diablo se acerca a Jesús para tentarlo a arrojarse desde lo alto del templo.

¡Cuántas veces se utilizan las sagradas escrituras, fuera de contexto y manipuladas, para conseguir lo contrario de lo que pretendían! Este salmo es un himno de confianza en Dios. En cambio, el demonio utiliza sus versos para tentar a Jesús con el poder de saberse Hijo de Dios. No lo incita a confiar en Dios, sino en sus propias fuerzas. En realidad, su proposición es un desafío, un reto al mismo Dios que lo ha creado.

Este salmo tampoco ha de leerse como si fuera un mero consuelo. No adoptemos la actitud de aquellos fariseos a los que Jesús reprendió: «no por exclamar, Señor, Señor, tenéis la salvación asegurada», les dijo. Las palabras del salmo ahondan más: creer no es un seguro de vida. No invocamos a Dios para estar tranquilos y protegidos, como dice aquel refrán: nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Es al revés, cuando nos arriesgamos a confiar en Él, solamente en Él y a todas, es cuando Dios nos protege y nos cuida, enviando a sus ángeles. El que vive «a la sombra del Altísimo» es la persona que ha decidido poner a Dios en el centro de su vida y de su corazón. Es la persona que confía en Él su vida, sus decisiones, su vocación, aquello que más quiere. Cuando nos abandonamos en Dios, Él responde siempre.

Y así es como caminaremos por la vida, con tantos problemas y preocupaciones como cualquiera, o quizás aún más, pero nada podrá dañarnos porque vivimos protegidos y amados. Pisaremos áspides y dragones, tal vez nos tocará abordar situaciones muy conflictivas, incluso engañosas. ¡El demonio está listo para tender trampas a los fieles al Señor! Pero si confiamos en Él y lo tenemos presente siempre, nos librará.

La piedra desechada