26 de enero de 2024

No endurezcáis el corazón

Salmo 94



Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis el corazón.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.


Qué fácil es creer en Dios cuando las cosas van bien, cuando la vida nos sonríe y todo parece marchar sobre ruedas. En cambio, cuando nos abruman los problemas y nos sentimos acosados por todas partes, la fe flaquea y es entonces cuando clamamos: ¿Dónde está Dios?

Este clamor es lo que el salmo llama poner a prueba a Dios. Parece que bajo el nubarrón de las dificultades olvidamos rápidamente que por encima luce siempre el sol; que una tempestad no puede borrar cientos de días de luz; que un bache no es todo el camino. Muchos dicen que Dios nos somete a prueba, como si fuera un amo autoritario que quiere castigar o jugar con la capacidad de resistencia de sus criaturas. ¡Qué lejos del Dios de Jesús, del Dios misericordioso que el Evangelio nos va desvelando!

La dureza del corazón va a menudo acompañada de la estrechez de mente. Si pusiéramos en una balanza lo que Dios nos da a un lado y las dificultades que sufrimos al otro, nos daríamos cuenta de que el fiel siempre se inclina del lado de Dios. Solamente la vida, el don de existir, pesa muchísimo más que todo el resto. Poder respirar, hablar, moverse; poder amar a alguien, poder recibir afecto, estos dones son tan inmensos que no deberíamos dejar que los golpes de la vida nos hicieran olvidarlos o incluso despreciarlos. Lo mejor que tenemos lo hemos recibido gratis, sin merecerlo. Quizás por eso, porque estamos tan acostumbrados, ya no sabemos valorarlo. Hemos dejado de asombrarnos ante el milagro de estar vivos y despertarnos cada mañana. El universo creado ha dejado de maravillarnos. La otra persona, la que tengo ahí, cerca, ha dejado de conmoverme. Aquí está la dureza de corazón, que se enquista y se pertrecha en la rutina y el hastío.

Por eso el salmista clama: ¡No endurezcáis vuestro corazón! El corazón tierno es siempre joven, vibra y se admira. Sabe leer en los acontecimientos de la historia y sabe descubrir, detrás de cada día, la mano amorosa del Dios que nos sostiene y nos salva. El corazón vivo palpita y se desborda en alabanzas.

19 de enero de 2024

Señor, enséñame tus caminos

Salmo 24


Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.


El camino como símbolo de la vida es una imagen muy frecuente en la literatura y en el lenguaje espiritual. Este camino tiene un inicio, nuestro nacimiento, y en él vamos con un equipaje que es nuestra herencia: genética, familiar, histórica, la educación que hemos recibido… Pero, aunque el inicio y el bagaje son algo que no elegimos, en el momento en que alcanzamos nuestro uso de razón somos muy libres para decidir hacia dónde debemos ir.

¿Hacia dónde voy? Es una pregunta que toda persona se hace en algún momento de su vida. Decidir nuestro destino se convierte en una cuestión crucial. Para muchos, esa meta, decidir hacia dónde dirigir sus pasos, es un dilema, un motivo de angustia, de interrogantes y dudas.

Encontrar nuestro propósito vital, saber para qué estamos en este mundo, se convierte para muchos en un largo trayecto, a veces lleno de giros, desvíos e incluso retrocesos. El camino puede dar muchas vueltas, pero lo importante es tener la meta clara.

Muchas personas tienen su vocación definida. Algunas saben muy bien lo que quieren desde jóvenes. A otras les cuesta más y otras se pasan la vida buscando y probando. En Occidente se estila mucho la noción del hombre hecho a sí mismo, que se va modelando como quiere y puede sacar todas las fuerzas de su interior.

Pero, ¿de dónde procede esta fuerza, ese potencial inmenso que tenemos adentro? ¿De dónde surgen nuestros talentos? Todo cuanto tenemos es un don que hemos recibido. Tener la humildad de reconocerlo, de admitir que no nos hemos dado la vida ni lo más valioso que tenemos, nos dará luz. Si sabemos hacer silencio y ahondar en nuestro yo profundo encontraremos la fuente de nuestro ser y de nuestro potencial. Y la misma fuente nos indicará el camino.

Dios es el gran maestro interior que nos muestra cómo es nuestra naturaleza profunda. Dios nos señala nuestra misión en la vida. Y esta misión no será un capricho suyo, sino aquello que, en el fondo, deseamos de corazón. ¿Quién nos conoce mejor que Aquel que nos ha creado?

Escuchar la llamada de Dios nos hará crecer a cada cual según como somos. Por eso el salmista suplica: ¡muéstrame tus caminos! Porque tus caminos son mis caminos, y mi plenitud es tu gloria, Señor. Pero para vislumbrar esta senda, como subraya el salmista, es necesaria mucha humildad. Solo el humilde abre sus oídos y su alma. Solo el humilde se deja enseñar y guiar. Solo el humilde confía. Y la confianza no lo defraudará. Dios es leal, ¡no falla!

12 de enero de 2024

Aquí estoy para hacer tu voluntad

Salmo 39


Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Yo esperaba con ansia al Señor; 
él se inclinó y escuchó mi grito; 
me puso en la boca un cántico nuevo, 
un himno a nuestro Dios. R.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, 
y, en cambio, me abriste el oído; 
no pides sacrificio expiatorio. R.

Entonces yo digo: «Aquí estoy 
–como está escrito en mi libro– 
para hacer tu voluntad.» 
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.

He proclamado tu salvación 
ante la gran asamblea; 
no he cerrado los labios; 
Señor, tú lo sabes. R.

Dios nos ama y nos llama. Es él quien, al crearnos poseedores de un alma, imprime en nosotros una sed de infinito. Por eso quien crece espiritualmente ve cómo en él aumenta un hambre, un ansia del Señor, que llega al grito: Yo esperaba con ansia en el Señor… él se inclinó y escuchó mi grito.

Y Dios no nos deja morir de hambre: ¡en seguida responde! Quizás es al contrario, él nos está llamando suavemente desde siempre, y cuando respondemos y se entabla el diálogo, nuestro corazón estalla de gozo.  De ahí surgen ese cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. La alegría no puede expresarse sólo en palabras, sino cantando, bailando, exultando. Lo que nos llena el corazón debemos comunicarlo, no podemos retenerlo.

Los versos siguientes son cruciales: Tú no pides sacrificios ni ofrendas. Con esto, los israelitas se alejan de todas las religiones antiguas, basadas en los rituales y los sacrificios a los dioses. Es decir, renuncian al mercadeo espiritual: yo te doy para que tú me des tu favor. Se terminó. Dios no necesita ningún sacrificio, ninguna ofrenda. Ni siquiera necesita templos, rezos y devociones… Dios sólo quiere nuestro amor. Por eso nos abre el oído para que podamos responder a su llamada. El mejor regalo, la mejor ofrenda que podemos hacer, es responderle: Aquí estoy para hacer tu voluntad. En esta simple frase, tan breve como el Hágase en mí de María ante el ángel, se resume la vocación cristiana.

¡Quiero hacer tu voluntad! Y ¿cuál es la voluntad de Dios? No pensemos en grandes sacrificios, grandes heroicidades, grandes obras… Dios sólo quiere que le amemos, y que seamos felices. Dios quiere nuestra plenitud. Dios nos ha formado, y quiere que florezcamos, siendo todo aquello que podemos llegar a ser. Nuestra libertad, nuestra felicidad, no son ajenas al plan de Dios, ¡son parte de su plan! Dios quiere lo que nosotros queremos, en el fondo de nuestro corazón. No nuestros caprichos e intereses egoístas, sino el deseo más genuino de amor que todos llevamos dentro. Y Dios sabe cómo llenarnos, por eso es importante escuchar su llamada. Recordemos la homilía del papa Benedicto XVI en su investidura: Dios no nos quita nada, ¡nada! de lo que hace la vida libre, bella y grande. Al contrario, Dios nos lo da todo.

5 de enero de 2024

El Señor bendice a su pueblo con la paz

Salmo 28


El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica.
El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno.

El agua, en las mitologías antiguas de Oriente Medio, era el elemento primordial a partir del cual nacían los dioses y se originaba el mundo. También el Génesis recoge estas tradiciones cuando habla del viento de Dios aleteando sobre las aguas, antes de la creación.

Quizás por eso el agua forma parte de tantos rituales que implican purificación o renovación. Entre ellos, el más importante para nosotros, cristianos, es el bautismo.

Pero Dios es mucho más que el agua engendradora de vida. Dios está por encima de todas las criaturas del universo, ya sean estrellas, océanos o seres vivos. Cuando el salmista canta la voz tronante de Dios sobre las aguas está proclamando su superioridad y su gloria. De él, de su mano, surge todo cuanto existe. Él es el rey, el que crea y sostiene en la existencia todo cuanto podemos ver y estudiar.

Las cosas creadas son bellas, pero ¿son conscientes de su maravilla? Solo el ser humano reflexiona, se pregunta y se admira ante la belleza del cosmos. La sensibilidad de su alma lo lleva a reconocer el aliento creador que anima el universo y hace brotar de sus labios un himno de alabanza. Es hermoso el mundo, pero ¡cuánto más hermoso será su artífice creador!

Y ¿qué tiene que ver esto con el estribillo del salmo? El Señor bendice a su pueblo con la paz. Paz, shalom en hebreo, es una palabra muy rica que significa mucho más que tranquilidad o calma interior. Paz es abundancia, es prosperidad, es alegría, es gozo, es salud y plenitud. ¿Cómo alcanzar esta paz?

El salmo de hoy nos da una pista: reconocer la grandeza de Dios y expresar nuestra gratitud nos trae paz. Nos hace conscientes de cuántos dones recibimos, además de la propia existencia. ¡Tenemos tanto, sin hacer nada por merecerlo! ¿Qué Padre da tantos regalos a sus hijos, si no es por un inmenso, inabarcable amor?

Olvidemos las quejas y las carencias. Centremos nuestra atención en todo aquello de bueno que hemos recibido. Somos profundamente amados desde el primer momento en que existimos. ¡Seamos conscientes de ello! De esta experiencia brota la paz.

El Señor es mi alabanza en la asamblea