29 de diciembre de 2023

Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Salmo 127

1-2.3. 4-5. 6

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. 
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. 
Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.

En la fiesta de la Sagrada Familia, este salmo nos presenta una bella imagen: la esposa como parra fecunda, los hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. ¡Cuántas mujeres, cuántos padres y madres de familia sueñan con una escena así! Las fiestas de Navidad son ocasiones en que muchos pueden ver cumplido su sueño: toda la familia reunida en torno a la mesa, con buen ánimo y disposición alegre para compartir un tiempo juntos.

Una familia unida, con relaciones sanas y armoniosas, es una bendición que todo ser humano desea. Era la aspiración de los antiguos judíos y sigue siendo, hoy, la aspiración de la mayoría de personas. Pese a que los tiempos cambian, la tendencia humana permanece: hay un deseo innato de conexión, de intimidad y de unión entrañable con los demás. La familia sigue siendo el espacio donde mejor se pueden vivir estos vínculos. Sigue siendo el refugio, la mesa dispuesta donde siempre hay un plato, el hogar donde encontrar calidez y apoyo en los tiempos difíciles.

Pero también es verdad que muchas veces las familias no son ese lugar seguro, cálido y favorable donde las personas pueden crecer. Son muchos los traumas, los errores y los egoísmos personales que se interponen entre sus miembros. A veces no se saben gestionar bien y se producen conflictos o rupturas muy dolorosos. Otras veces, simplemente unos se soportan a los otros, aguantando el cansancio o la rutina, y el amor languidece poco a poco.

¿Cómo conseguir la armonía en el hogar? ¿Cómo sanar las relaciones? El salmo propone una vía, explicada con palabras simples pero con un significado muy profundo: Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos... Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Podemos quedarnos pensando: ¿basta temer a Dios y obedecer su ley para gozar de salud, prosperidad y amor en la familia? ¿Es esta la solución?

Ahondemos en qué significa temer al Señor y seguir sus caminos. El temor de Dios no es miedo a una autoridad terrible que nos juzga. Seguir sus caminos no es obediencia ciega y sumisa. ¿Cómo se define Dios? Como derroche de gracia, misericordia y perdón infinito. ¿Su ley? San Pablo la resumió en una sola palabra: “Amor”. Por tanto, el secreto para vivir una vida familiar buena, sana, pacífica, no es otro que este: amar. Ama y haz lo que quieras. Pero has de saber que amar no es sentimentalismo fácil ni enamoramiento fugaz, sino entrega constante, incondicional, para siempre. Amar es darte a ti mismo, amar es saber recibir el amor de los demás. No se te pedirá que hagas nada inalcanzable, ni que sufras inútilmente. Y a donde tú no llegues, cuenta con Dios. Él llenará los huecos, salvará los abismos y cubrirá las grietas con su mejor bálsamo: el fuego dulce del Espíritu Santo, puro amor. Conecta con Dios, no pierdas nunca su presencia ―esto es temor de Dios― y él te dará la fuerza y las ganas para amar y convertir tu familia en un espacio sagrado, donde arde su fuego sin cesar.

22 de diciembre de 2023

Cantaré eternamente tu misericordia, Señor

Salmo 88


Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.

Porque dije: «tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.»

Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.» Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable.


En este salmo, que el poeta quiso dedicar a la Casa de David, podemos destacar dos aspectos que también aplican a los cristianos de hoy: la fidelidad de Dios y la alianza con él.

El salmista escribe en un contexto histórico de apogeo del pueblo judío: su monarquía se consolida, David levanta su capital, Jerusalén, y quiere erigir un templo al Señor. La fórmula de la alianza o el pacto es un recurso muy utilizado por los autores bíblicos para expresar esa fidelidad de Dios hacia su pueblo. Aquí, se centra en David y su linaje.

Y se trata de un pacto muy peculiar, pues el único que se compromete es Dios. Dios promete incondicionalmente su protección, su misericordia y su favor, para siempre.  

A la luz de la venida de Cristo, la lectura del salmo va mucho más allá de un pacto “político” entre Dios y una dinastía real. La casa de David, su descendencia, culmina en Jesús. Y, a partir de él, el pacto de Dios se extenderá no solo al pueblo judío, sino a toda la humanidad. Todos los hombres y mujeres del mundo serán los elegidos de Dios.

Frente al moderno escepticismo, que cuestiona la existencia de Dios apoyándose en su pretendido abandono del mundo, los salmos ven la mano amorosa del creador presente en la historia. Si nosotros aprendemos a vislumbrar esa fidelidad de Dios en nuestra historia personal, en cada acontecimiento de nuestra vida, veremos cómo todo adquiere un sentido. Y descubriremos que Dios ha estado a nuestro lado siempre, en el dolor y en las alegrías, en las dificultades y en la prosperidad.

Por otra parte, al igual que sucede con la Casa de David, el pacto de Dios es muy desigual, muy desproporcionado. Porque Dios se compromete a amarnos, a cuidarnos y a sernos fiel, independientemente de lo que hagamos nosotros, ¡así respeta nuestra libertad! No nos pide nada a cambio. Tan solo nos hace falta abrirnos a su amor. Así es Dios, desmesurado y magnificente en su generosidad. ¿Cómo no cantar eternamente sus misericordias?

16 de diciembre de 2023

Magníficat de Adviento


Lucas 1, 46‑48. 49‑50. 53‑54

Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, 
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; 
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones 
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: 
su nombre es santo, y su misericordia llega 
a sus fieles de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes 
y a los ricos los despide vacíos. 
Auxilia a Israel su siervo, 
acordándose de la misericordia prometida 
a sus padres y a su descendencia para siempre.

El cántico que leemos hoy no es un salmo, sino el Magníficat que entona María cuando se encuentra con su prima Isabel. Dos mujeres, amadas por Dios, desbordan de alegría y pueden compartir su gozo porque saben que en sus vientres crecen dos hombres que cambiarán el mundo.

Ambas han sentido en su propia piel el milagro. Ambas han palpado que “el Señor hace en ellas maravillas”. Isabel, en su ancianidad, concebirá al que Jesús llamará el mayor de los profetas. María, en su virginidad, concibe al mismo Dios hecho humano en sus entrañas.

Son muchos los autores que señalan que el himno de María es revolucionario. Y más aún si lo situamos en su contexto, en la Palestina de hace dos mil años, en el pueblo judío, superviviente de guerras, invasiones, exilios y esclavitudes. Más aún si tenemos en cuenta que quien lo pronuncia es una mujer que en aquella época tenía una condición marginal, sin voz ni autoridad alguna entre sus gentes.

Es revolucionario recogiendo la tradición profética de Israel: el salmo subraya la predilección de Dios por los pobres y los humildes y el castigo que sufrirán los poderosos y los ricos. Teológicamente hablando todavía es más rompedor: Dios, que es todopoderoso, que es infinitamente grande, se viene a fijar en la más pequeña de sus criaturas: una sencilla muchacha de una aldea insignificante. Podría elegir venir al mundo envuelto en gloria y majestad, obrando milagros prodigiosos, pero elige venir como un niño más, como un bebé humilde en el seno de una familia modesta. Su primera casa será el vientre de una mujer.

Aún podemos profundizar más en este verso: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Dios conoce todas las hambres humanas. Hay un hambre aún más punzante que la del pan, y es el hambre de Dios. El humilde reconoce esta hambre, abre su alma y puede ser saciado. Quien confía su vida en manos de Dios verá cómo todo cuanto le sucede, incluso las dificultades que se le presenten, todo lo encamina al crecimiento, a la plenitud, a la riqueza espiritual.

Quien se cree autosuficiente, quien vive acomodado en sus certezas y en sus riquezas materiales y piensa que Dios es sobrante e innecesario, ese será despedido vacío. Porque nada podrá calmar su hambre interior, por mucho que la oculte y quiera rellenar sus huecos con miles de cosas. Al final se encontrará con la peor de las pobrezas, que es la soledad interior.

El cántico de María es justamente lo contrario: es la voz exultante de una mujer que se siente llena de Dios, una de las oraciones más hermosas que podemos pronunciar cada uno de nosotros en acción de gracias.

8 de diciembre de 2023

Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación

Salmo 84


Muéstranos, Señor, tu misericordia, 
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: 
Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.
La salvación está cerca de los que lo temen
y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan; 
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él 
y sus pasos guiarán su camino.


Si tuviéramos que cantar este salmo con palabras modernas, cotidianas y familiares para nosotros, podríamos resumirlo en versos muy sencillos, parecidas a las súplicas de los niños que piden cariño a sus padres o a las frases de los enamorados que se buscan.

Danos tu ternura, Dios, haznos sentir seguros, acogidos en tu regazo. Tú traes paz a los que te aman. No es que ames a unos sí y a otros no. Pero los que no te conocen, viven lejos de ti o no te aman, ¡se pierden tu amor! Se pierden el calor de tu luz, se pierden tu ayuda, tu consuelo y tu fuerza. En cambio, los que se abren a tu amor, ¡reciben tanto!

Los que no se cansan de amar —la fidelidad— reciben tu amor a raudales. Y con el amor llega una multitud de bienes. El mundo pide justicia, paz, igualdad, derechos para todos... Y la persona, cada ser humano, pide amar y ser amado, pide luz, pide sentido a su vida. Quien se deja amar por ti encuentra su camino, se encuentra a sí mismo y encuentra el regalo de los demás. La justicia es humana y recta, pero no basta para hacer mejores a las personas. Un sistema legal correcto no es suficiente para que la gente sea solidaria, amable y justa. Las leyes nos obligan, pero no nos transforman. En cambio, el amor es renovador y revolucionario. Sin amor no es posible la justicia, pero donde hay amor, hay mucho más que justicia.

Dios es como la lluvia, nosotros somos tierra. Si él llueve, seremos fértiles y daremos fruto. Si dejamos entrar a Dios en nuestra vida, todo cuanto hagamos será fecundo. ¡Dejémonos amar por él! Dejémonos guiar por él. Porque sabe, mucho mejor que nosotros mismos, quiénes somos y qué nos conviene. Su deseo no es otro que nuestra felicidad, fiémonos de él.

2 de diciembre de 2023

Que brille tu rostro y nos salve


Salmo 79


Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.


En consonancia con las lecturas de hoy, pre-navideñas, el salmo que leemos nos habla de Dios como Señor de la vidaSu poder resplandece: la Creación entera, el universo, el mundo, habla de su grandeza. Los ángeles le sirven.

De su contexto cultural y literario, los salmistas a menudo tomaron imágenes cósmicas para describir a Dios —Dios de los ejércitos celestiales, que son los astros— o bien de la vida agrícola que conocían —el señor que planta una viña y la cultiva con amor. Con estos símiles están expresando, por un lado, que Dios no es ajeno a la vida y a la naturaleza: son creación suya y él las sostiene y alienta. Por otro, también nos señala que Creador y obra no son una misma cosa. Dios es el Señor de la naturaleza, pero también el Señor de la historia. Por eso cuida de lo que ha creado y ninguna realidad del universo le es indiferente. Su mano creadora también es restauradora y protectora.

Pero la fe hebrea ya atisba esa centralidad humana que recoge el cristianismo. El hombre es su escogido, el que fortaleció. El hombre es la criatura semejante a su Creador, la que puede hablar con él, imitarle con su impulso re-creador, ayudarle a completar su obra. Es la criatura que, por encima de todo, puede amarle y también sentirse amada por Él.

«No nos alejaremos de ti: danos vida», rezan los versos del salmo. Así es. Más allá de la vida biológica, Dios nos ha dado esa otra vida plena, de la que somos conscientes y que todos en el fondo anhelamos. Esa vida que nos rescata del sinsentido y del miedo, que da un significado a nuestra existencia, la podemos encontrar cuando nos acercamos libre y voluntariamente a Dios. Más aún, cuando le abrazamos y nos aferramos a Él. Acogerle es nuestra Navidad. Invocarle es ya una manera de invitarle y hacerle presente en nosotros.

24 de noviembre de 2023

El Señor es mi pastor


Salmo 22


El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Las palabras de este salmo nos resultan muy familiares. Es, quizás, el más recitado y cantado de todos. Lo solemos escuchar en funerales, pero también en ocasiones más alegres y festivas. Es una oración de confianza total en Dios.

El salmo toma imágenes del antiguo testamento propias de los reyes, y las asocia a Dios. Así, en Israel un rey era considerado pastor del pueblo, guía y protector. El rey era ungido. La vara y el cayado son a la vez símbolo de realeza y de defensa, de protección.

Nos fortalece saber que Dios está ahí, cercano, como presencia amorosa que vela por nosotros. Sin embargo, buena parte de nuestra sociedad moderna, descreída, ha visto en esta fe un consuelo para mentes simples, o una invención para sentirse amparado por una seguridad ficticia. Además, la idea de que alguien nos «pastoree» es rechazada. El hombre maduro debe ser libre y autónomo, nadie tiene por qué guiarlo a ningún sitio: él mismo es su propio guía y director.

Sólo quien se deja guiar y confía en Aquel que le ama sabe cuán ciertas son las palabras del salmo. También hay que tener valor para confiar. Y confiar en Dios supone confiar en las personas que pone en tu camino, aquellas que sin interés alguno solo desean tu bien.

A veces los caminos de Dios parecen arriesgados; no son rectas fáciles que atraviesan llanuras, sino veredas que ascienden montañas escarpadas. La vida, para quien quiere vivirla con autenticidad, no es siempre un mar plácido. Pero cuando se escucha y se cuenta con Dios, todo se puede superar. Con él, somos capaces de todo. «Todo lo puedo en Aquel en quien confío», decía San Pablo. Y no sólo nos hacemos fuertes, sino que Dios, que nos ama, nos guía hacia lo que verdaderamente nos hace crecer, desplegar nuestro potencial, hacia lo que nos hace felices. A veces hemos de reconocer que él sabe mejor a dónde llevarnos. ¡Tan sólo necesitamos fiarnos!

17 de noviembre de 2023

Dichoso el que teme al Señor

Salmo 127


Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Que veas a los hijos de tus hijos. ¡Paz a Israel!

Este es un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros «todos los días de nuestra vida», y al justo que sigue los caminos del Señor. Con imágenes expresivas el salmista nos muestra qué dones recibe el que «teme al Señor»: son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, este sigue siendo el sueño de muchísimas personas: formar una familia, gozar de bienestar económico y vivir una vida larga y pacífica junto a los seres queridos.

Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy no podemos comprender que haya que tener miedo de un Dios que es amor. Dice santa Teresa que no hay motivo alguno para tener miedo de Dios, pues su amor es tanto que antes nos cansaremos nosotros de pedirle que él de dar. En todo caso, ¡hay que tener miedo a perderlo! El miedo no es a él, sino a su ausencia.

¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Quien borra al Creador de su horizonte inevitablemente coloca a otro ídolo en su lugar: casi siempre es uno mismo. Y ese diosecito tirano nos hace perder el norte. Caemos en el vaivén de nuestros deseos y emociones sin límites para irnos hundiendo poco a poco en la oscuridad y el desconcierto. Sin Dios como norte navegamos a la deriva. Perdemos la paz, la armonía familiar y hasta podemos llegar a perder los bienes materiales necesarios para vivir.

Los antiguos indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que se podía alcanzar mediante la honradez, una vida sobria y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían alcanzarla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender doctrinas o de leer muchos libros, ni siquiera de cumplir un montón de normas… Se trata de seguir e imitar al que se entregó generosamente, hasta la muerte, y aprender a amar como él lo hizo. Ser amigos y discípulos de Jesús: ese es el camino que lleva a la bendición, a la «vida buena», la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser. Es un camino que pasa por dejar de ser el centro de nosotros mismos y entregarnos a los demás.

10 de noviembre de 2023

Mi alma está sedienta de ti, Señor

Salmo 62


Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.

Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.


Sólo quien ama intensamente y se sabe amado puede pronunciar con sinceridad las palabras de este salmo. «Mi alma está sedienta de ti» expresa una necesidad profunda, acuciante, tan honda como la sed física, tan dolorosa como el hambre. El salmista aún añade: «mi carne tiene ansia de ti». El deseo de Dios, de plenitud, de trascendencia, es tan ferviente como el deseo amoroso.

Este cántico nos habla de un amor que quizás nos parece muy alejado de los parámetros de nuestro mundo moderno. Hoy escuchamos que el amor va y viene, que nada dura para siempre; pero también oímos decir que la gente tiene hambre de afecto, de cariño, de reconocimiento. Y también vemos cuántas enfermedades del alma nos aquejan e intentamos vanamente paliar con medicinas, frenesí, ruido, gastos materiales y divertimentos que, al final, sólo consiguen dejarnos exhaustos y más vacíos.

El salmista habla de una sed que siempre aquejará al ser humano porque estamos hechos así, con un pozo interior que sólo puede llenarse de algo inmenso y eterno. Ojalá todos sintiéramos ese deseo dentro y lo reconociéramos. Porque el hombre sediento que está vivo busca la fuente que lo sacie y no duda en emprender el camino. Es cierto que el mundo le ofrecerá muchas falsas bebidas, alimentos que no nutren y bálsamos engañosos para saciar su hambre infinita. Pero si el alma está despierta la sed persistirá y le empujará a continuar buscando. Hasta que, en algún momento, la misma fuente que persigue le saldrá al camino.

Cuando Dios entra en nuestra vida, nuestra alma, árida como tierra reseca, renace. Dios nos alimenta y jamás se cansa de regalarnos sus dones. La vida penetrada por Dios experimenta tal cambio que la respuesta estalla forma de alabanzas: «Toda mi vida te bendeciré», «a la sombra de tus alas canto con júbilo». Si realmente estamos saciados de Dios, eso ha de notarse en una vida llena, activa, pacífica y profundamente alegre.

La unión con Dios no es algo reservado a los santos y los místicos. Todos los cristianos —en realidad, todos los seres humanos— estamos llamados a vivir esta experiencia de amor íntimo que nos arraiga en la tierra y nos permite crecer hacia el cielo.

4 de noviembre de 2023

Guarda mi alma en paz


Salmo 130


Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor.
Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad.
Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.


Si la paternidad ha sido tradicionalmente una imagen para describir a Dios, la maternidad no lo es menos. El Dios de Israel, que Jesús nos reveló como papá, cercano y bueno, es también maternal. Su amor es comparable a la ternura con que una madre mira a su pequeño, acurrucado en su regazo. Pero aún es mucho mayor.

Y así es como el salmo describe la paz. La paz interior, que tantos ansiamos, no se encuentra en las técnicas respiratorias ni ascéticas, ni en hundirse en nuestro abismo interno, ni en apartarse del mundo y buscar el mero silencio exterior. La paz está en dejarse mecer por ese amor tan grande que nos envuelve, como el de una madre.

«Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor.» Es a la vera de Dios, al calor de su regazo, donde hallamos la paz. Allí encontramos el amor incondicional que ansía nuestro espíritu hambriento. Allí encontramos el perdón, la comprensión, la alegría.

El evangelio de hoy nos recuerda que de nada sirve ser arrogante y querer ocupar el primer puesto. Aspirar a ser el primero es fuente de angustia y de guerra, interior y exterior. Es muy humano tener ambiciones, querer crecer, desarrollarse, aprender más, tener más, hacer más… Pero el hambre del alma es insaciable y solo se alivia cuando nos topamos con Dios. Buscar sustitutos es abocarnos a una carrera sin fin y a un combate sin tregua, con nosotros mismos y con los demás.

Debería bastarnos con recibir tanto amor de Dios y acogerlo. Sabernos amados sin límites no solo nos da paz, sino la lucidez necesaria para vernos tal como somos y ser auténticamente humildes, es decir, realistas.

Ese amor de Dios acalla y modera nuestros deseos. Porque, ¿qué son todos los bienes del mundo, todos los poderes, todas las experiencias, al lado de esa certeza de sabernos amados, infinitamente, desde antes de nuestro primer latido hasta más allá de la muerte?

27 de octubre de 2023

Tú eres mi fortaleza


Salmo 17


Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido.

Cuántas veces se ha acusado al cristianismo de ser una religión de débiles, un consuelo barato, un remedio para someter a los espíritus inseguros, cargándoles de miedo y de culpa. Ciertamente, para los creyentes, la fe en Dios es un consuelo, una fuente de fortaleza y de energía que nos anima en las horas más bajas.

Pero los versos de este salmo no reflejan miedo ni estrechez de corazón. Al contrario, exultan de alegría porque quien canta se siente fuerte, seguro, protegido y bendecido. Sobre todo, se siente amado.

El cantor del salmo reconoce la pequeñez humana. Quien pronuncia estos versos hace suya aquella frase de San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Con Dios, el más débil y quebradizo se hace fuerte. Dios es una auténtica fortaleza, un baluarte, una roca que no falla.

A lo largo de la historia, y con el vertiginoso progreso técnico y científico que ha experimentado Occidente, los humanos nos hemos creído poderosos e invencibles. Liberarse de Dios era un paso más en la emancipación y madurez de la especie humana. Podría parecer que ya no necesitamos una fortaleza ni un escudo protector. Nos bastamos a nosotros mismos.

Los avatares de la historia y el existencialismo nos han mostrado, sin embargo, que la vida desarraigada de Dios se convierte en un absurdo abismal. Sin el apoyo de esa Roca somos hojas secas llevadas por el viento. El vacío y el azar nunca podrán saciar nuestra hambre de plenitud.

Volver a Dios, buscar su refugio, no es crearse un consuelo artificial. Sentirse amparado en Dios es la experiencia del que abre su corazón, su mente y su espíritu, y regresa al verdadero hogar del hombre, el corazón del Padre, que es puro Amor. Quien recupera esas raíces profundas del ser, anclado en Dios, experimenta la protección, la bendición, y se ve imbuido de una fuerza que, paradójicamente, supera en mucho sus limitadas capacidades humanas.

Las palabras de este salmo son una bella oración para pronunciar cada día, o siempre que nos sintamos acosados por el miedo o las dificultades. ¡No desfallezcamos! Tenemos un Defensor al que nada, ni nadie, puede abatir.

20 de octubre de 2023

Aclamad la gloria y el poder del Señor

Salmo 95


Aclamad la gloria y el poder del Señor.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

Porque es grande el Señor, y muy digno en alabanza, más temible que todos los dioses, pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: «El Señor es rey, él gobierna a los pueblos rectamente.»


Las lecturas de este domingo nos llevan a una reflexión sobre la realeza, el poder y la grandeza humana y divina. En el evangelio, Jesús pronuncia esa frase rotunda, vigente en el paso del tiempo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

En este salmo se ve reflejada una honda convicción de los antiguos israelitas: el único rey, el único digno de alabanza, de gloria y adoración, es Dios. Él está por encima de reyes y de otros dioses —que son sólo “apariencia”—. Él es el único señor ante quien el hombre debe hincar su rodilla.

Muchos autores advierten una veta subversiva en el judaísmo, que se trasladó al cristianismo. Ambas religiones cuestionan el poder humano y su alcance, relativizan la autoridad de los reyes y los dirigentes terrenales y se remiten a un último poder: el de Dios.

En realidad, esto nos lleva a una visión realista y profunda de la condición humana: el salmista ataca la deificación, la apoteosis, el auto engrandecimiento de aquellos gobernantes y líderes que se divinizan a sí mismos y creen que el ser humano no tiene límites. 

Sin desatender nuestros deberes civiles, el salmo y el evangelio de hoy nos exhortan a no olvidar que, por encima de todo, está Dios. Y él “gobierna a los pueblos rectamente”. Desde la visión cristiana, podríamos decir que cuando las sociedades se rigen por la ley de Dios, que es el amor, entonces se pueden dar unas condiciones de justicia y de paz que favorecen el desarrollo de la persona. No se trata de que las instituciones religiosas interfieran en el gobierno, sino de que éste tenga en cuenta sus límites, respete la libertad sagrada de cada cual y fomente aquellos valores que contribuyen a la dignidad y a la plenitud de toda persona, sin distinción.

13 de octubre de 2023

Habitaré en la casa del Señor

Salmo 22


Habitaré por siempre en la casa del Señor.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Para el pueblo de Israel, de origen nómada, la imagen de un pastor es muy expresiva: el pastor cuida de las ovejas, las lleva a buenos pastos, las defiende del peligro y ellas están seguras. Es una imagen que asociaron a Dios y, posteriormente, a sus reyes y gobernantes.

El pastoreo de Dios no es una autoridad opresiva, sino un cuidado amoroso. Estamos muy lejos de esa imagen arcaica y oscurantista de la religión, que ve la fe como un instrumento de represión que se vale del miedo. Al contrario, la fe en Dios nos da coraje, ánimo, alegría. Dice el salmista que la bondad y misericordia acompañan al que se deja guiar por él, todos los días de su vida.

Habitar en la casa del Señor es otra imagen hermosa y entrañable: no se trata de una mansión física, sino del mismo corazón de Dios. Habitar en su casa es vivir en su presencia, caminar bajo su mirada, contar con él en todo momento. “Casa” denota hogar, calidez, familiaridad. El Dios que Israel fue descubriendo a lo largo de su historia no era un ídolo lejano, caprichoso e insensible a las necesidades humanas. Era el Dios compasivo, amable y bueno, cuya imagen se aproximaba mucho al Dios Padre de Jesús de Nazaret.

Recitar los versos de este salmo con calma, conscientes de cuanto dicen, nos aporta paz interior, serenidad y valor. Dios nos guía hacia lo que realmente anhelamos. Como decía un sacerdote, ¿cuándo nos convenceremos de que Dios está empeñado, mucho más que nosotros, en que seamos felices?

Dejémonos guiar por él. Confiemos en él. Y la copa de nuestra vida rebosará.

7 de octubre de 2023

La viña del Señor


Salmo 79


La viña del Señor es la casa de Israel.
Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.


La lectura de este salmo nos trae una serie de vigorosas imágenes simbólicas. Los mismos versos nos dan la clave del contexto histórico del pueblo de Israel cuando el salmista compuso este cántico. La vid es el pueblo elegido. Dios lo libera de la esclavitud, sacándolo de Egipto, y lo conduce hasta la Tierra Prometida. Allí, continúa el salmo, esta vid —el pueblo— se extiende, desde el Gran Río, el Jordán, hasta el mar.

Pero, ¿qué sucede años más tarde? Israel, tras un breve periodo de monarquía, ve cómo su reino sucumbe ante los invasores extranjeros. Su tierra es arrasada, Jerusalén destruida, sus habitantes deportados a Babilonia, cautivos. El salmo expresa el dolor del pueblo que, tras vivir el gozo de la promesa cumplida, experimenta luego la pérdida de todo aquello que recibió.

La viña saqueada es una imagen de la destrucción causada por la guerra y la invasión. Y el pueblo se pregunta el porqué. ¿Qué ha ocasionado tal devastación?

Los autores bíblicos buscaron explicaciones a cuanto les sucedía. Achacaron sus calamidades a la corrupción moral y al alejamiento de Dios. Hoy, podríamos reflexionar si buena parte de los problemas que afligen al mundo no son justamente causados por la falta de escrúpulos de muchas personas y su total indiferencia hacia Dios. Porque el rechazo a Dios conlleva, muy a menudo, el desprecio del hombre.

Pero, a diferencia de hoy, en que muchos, incluso cristianos, pierden la fe o dudan de Dios, los israelitas no renegaron de su Señor. El salmo, que primero nos muestra una imagen desoladora del pueblo, continúa con estas invocaciones fervientes: Dios de los ejércitos, vuélvete, restáuranos, sálvanos. Que tu rostro brille para nosotros, no nos des la espalda. A las peticiones, se añade una promesa de lealtad: “no nos alejaremos de ti”.

Aún podemos ahondar más en estos versos del salmo. Si los leemos a la luz del evangelio veremos que su significado es mucho más dramático e intenso. La viña puede ser imagen del mundo entero, y también de la Iglesia. Nacida como una pequeña vid, superando toda clase de obstáculos, se ha extendido por el mundo. Y, sin embargo, miramos a nuestro alrededor y vemos dolor, conflictos, muerte y violencia. Los cristianos son perseguidos y masacrados en algunos países. En las mismas instituciones religiosas se libran auténticas guerras internas. ¿Por qué Dios permite esto? La respuesta la encontraremos en el evangelio de hoy, donde Jesús recoge el tema de este salmo para explicar una parábola tremenda: la del amo de la viña, los viñadores y su hijo. Dios no abandona su viña: tanto la ama, que envía a su propio Hijo a cuidarla. Pero son los viñadores —nosotros, los humanos—, los que traicionan la confianza de su señor, la devastan y matan al Hijo. Hoy, muchos ignoran, pisotean la Iglesia y quisieran matar a Dios.

¿Qué hacer? Muchos buscamos respuestas y soluciones. Quizás la primera, y la mejor respuesta, se encuentre implícita en los versos de este salmo. Necesitamos a Dios. Necesitamos su cercanía, su rostro brillando sobre nosotros. Necesitamos contar con Él. En realidad, Dios nunca ha querido alejarse. Somos nosotros quienes necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra mente, nuestro espíritu, y caminar con Él. Nos salvará una profunda y sincera conversión.

29 de septiembre de 2023

Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna

Salmo 24


Señor, enséñame tus caminos, 
instrúyeme en tus sendas: 
haz que camine con lealtad; 
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, 
y todo el día te estoy esperando. R/.

Recuerda, Señor, 
que tu ternura y tu misericordia son eternas; 
no te acuerdes de los pecados 
ni de las maldades de mi juventud; 
acuérdate de mí con misericordia, 
por tu bondad, Señor. R/.

El Señor es bueno y es recto, 
y enseña el camino a los pecadores; 
hace caminar a los humildes con rectitud, 
enseña su camino a los humildes. R/.

En esta oración podemos distinguir tres partes. Son como los tres movimientos de una sinfonía, o las tres etapas de un diálogo confiado con Dios.

En la primera hay una petición: Señor, enséñame. Enséñame porque la vida es complicada y en el mundo hay tantos mensajes, tanta información, tantos caminos por donde perderse… Vivimos inmersos en la confusión y necesitamos luz para conocer qué camino nos conduce a una vida llena, con sentido. Una vida íntegra donde seamos auténticamente nosotros y nos podamos sentir unidos a los demás. A veces necesitamos ayuda, nadie es buen maestro de sí mismo. Para aprender hay que ser humilde y tener paciencia. «Todo el día te estoy esperando». Quien ama, espera. Y quien espera demuestra su perseverancia.

La segunda parte es una toma de consciencia de nuestro pecado. Reconocemos que nos hemos alejado de Dios. Vemos claramente nuestros fallos y errores. La palabra pecado, en hebreo antiguo, significa desviación, el fallo de una flecha que no alcanza su diana. ¿Cuándo nos apartamos de Dios? ¿En qué momentos lo olvidamos e intentamos hacerlo todo por nuestra cuenta, creyéndonos dioses de nosotros mismos? Cuando somos conscientes de esto, llega el arrepentimiento y el deseo de reconciliación. Necesitamos volver a los brazos del Padre, necesitamos su cercanía, su ternura, su perdón.

Y la tercera parte es de alegría: ¡claro que Dios nos perdona! Claro que se acerca a nosotros. Más aún: viene corriendo en nuestro auxilio, como el padre del hijo pródigo. Nos abraza, nos acoge, hace fiesta para nosotros. Perdona y olvida. Con él no hay deudas que saldar. Si regresamos a su lado, quedamos limpios de culpas y no hay cargas pendientes… Pero, para aceptar este amor y este perdón incondicional hace falta ser humilde. Si somos orgullosos y creemos que todo lo que recibimos es por mérito nuestro, ¿cómo vamos a aceptar un perdón incondicional? Si vivimos instalados en una ética del premio y del castigo, ¿cómo entenderemos la gracia de Dios, que se da sin medida? Dios no nos perdona por otra cosa que por su amor. Porque quiere. Se necesita un corazón muy sencillo, muy humilde, abierto como los de los niños, para aceptar esto.

Pero una vez se acepta, ¡qué alegría tan grande! La alegría que pone versos en el corazón y en los labios, que se convierte en danza y en cántico de alabanza. Qué bueno es Dios, que nunca nos deja por el camino y convierte en enseñanza todo cuanto nos sucede.  

22 de septiembre de 2023

El Señor está cerca...

Salmo 144

Cerca está el Señor de los que le invocan.

Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de todos los que le invocan, de los que lo invocan sinceramente.


De nuevo los versos del salmo 144 nos recuerdan algo que muchas veces olvidamos. Y es que ese Dios en el que creemos, ese Dios grande, todopoderoso, inalcanzable en su misterio, es también un ser cercano.

Nuestro Dios no es una energía temible y grandiosa, una fuerza cósmica o una imagen ficticia para expresar lo inefable. Es eso y mucho más. Pero, al mismo tiempo, Dios es alguien. Alguien a quien podemos hablar. Incluso podemos discutir, quejarnos, pelearnos con él. Es alguien que, no lo dudemos, nos ama y está esperando, como un amante mendigo, nuestro amor.

Ese Dios inabarcable y a la vez próximo es nuestro Dios: el que nos reveló Jesús. Ya los antiguos hebreos intuían que la misericordia y la bondad eran más propias de él que la cólera y la arrogancia, atributos muy corrientes en los dioses de otras religiones.

El salmo repite e insiste en tres verbos, que marcan el diálogo del poeta con el Señor: invocar, bendecir, alabar. Llama a Dios, porque necesita de su apoyo. Y, cuando percibe su cercanía, lleno de paz, de alegría, prorrumpe en alabanzas y bendiciones.

Qué importante es cuidar las palabras que salen de nuestra boca. Los psicólogos y los estudiosos de la conducta humana nos dicen, y está demostrado, que lo que decimos modela nuestro pensamiento y, a la larga, también nuestra vida. ¿Cuántas palabras de alabanza, de bien-decir, salen de nuestros labios? ¿Qué clase de palabras dirigimos a Dios? ¿Perdemos demasiado tiempo en hablar mal, en criticar, o en maltratarnos a nosotros mismos y a los demás con nuestra lengua viperina? No nos extrañe, si es así, que nuestras vidas se arrastren entre la mediocridad, la frustración y el resentimiento. ¡Y estamos llamados a caminar, erguidos, con los pies en la tierra, pero con la vista puesta muy alto!

Aprendamos a usar palabras buenas: palabras de elogio, de benevolencia, de vida. Si nos cuesta, guardemos al menos silencio y aprendamos a escuchar. Una buena manera es comenzar dirigiéndonos a Dios con el corazón sincero. Quizás, abrumados por nuestros problemas, nuestra primera plegaria sea quejumbrosa y amarga. Pero a medida que experimentemos su cercanía y nuestros ojos vayan viendo con mayor claridad —con la claridad del alma— nos percataremos de su enorme ternura y amor, de su escucha, de su presencia. Y, poco a poco, las bendiciones llenarán nuestra boca. Ojalá aprendamos a vivir una vida marcada por esas palabras de bendición y a alabanza.  

15 de septiembre de 2023

Salmo 102


El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.

Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.


El primer gran tema que salta a la vista en este salmo es el perdón. ¡Qué difícil nos resulta perdonar, y cuán olvidado lo tenemos!  Incluso hay personas que se precian de perdonar a quienes les han causado un mal, “pero jamás de olvidar”, como si mantener esa revancha viva en el corazón fuera motivo de orgullo o de reafirmación.

El salmo, en primer lugar, nos habla del perdón de Dios. Un perdón sin límites, capaz de lavar y sanar toda culpa, toda herida emocional; capaz de borrar y saldar toda deuda. No sólo eso, sino que Dios, cuando perdona, lo hace con alegría y delicadeza: “te colma de gracia y ternura”. Quien experimenta el perdón de Dios y su compasión, siente esa calidez inmensa del abrazo comprensivo, amante, generoso. Quienes tienen una idea represiva de Dios, bien podrían leer y meditar estos versos. Lejos de ser un opresor, Él nos libera con su perdón y nos desata del peso de las culpas, que muchas veces cargamos nosotros mismos a nuestras espaldas.

En segundo lugar, nos habla de la justicia de Dios, que tan alejada está de nuestra mentalidad retributiva. “No nos trata como merecen nuestros pecados”. En nuestra cultura está muy arraigado el concepto de mérito, de “merecer”. Nos parece que, si alguien actúa mal, se merece una desgracia. Nos alegra que alguien se tope con la horma de su zapato, que las desgracias caigan sobre él. Le está bien, solemos decir, sin caer en la cuenta de que, al hablar así, nos estamos erigiendo en jueces y condenadores, como si fuéramos dioses y pudiéramos disponer del destino de las personas.

Y tal vez nuestros idolillos, nuestras falsas imágenes de Dios, sean así: vemos en ellas a una divinidad justiciera, vengadora, implacable. Pero nuestro Dios, el Dios de Israel y el Dios de Jesús, no es así. Nos puede sorprender y hasta indignar su gran bondad. Nos puede parecer excesiva y derrochona. ¿Por qué Dios no castiga a los malos? ¿Por qué tiene que perdonar tanto, por qué es “demasiado” bueno? ¿No es eso injusto?

El salmo, tan cercano al espíritu de Jesús, nos recuerda que Dios es como un padre tierno. Aún más, podríamos decir que es como una madre llena de amor por sus hijos. ¿Cómo va a rechazar a uno solo? ¿Dejará una madre de querer a un hijo, por malo que éste sea? Sufrirá por él, intentará ayudarle, rezará… pero nunca dejará de amarlo.

Si una madre humana puede amar así, ¿debería extrañarnos que Dios rebase la medida pequeña, mezquina y limitada de nuestro amor?

¡Menos mal que Dios es así! Ojalá podamos experimentar su amor y esto nos mueva a imitarle. 

8 de septiembre de 2023

No endurezcáis el corazón

Salmo 94


Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis el corazón.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.


Podríamos leer el salmo de hoy al revés, como un camino que nos lleva desde la oscuridad de la duda y el miedo hasta la luz radiante de la presencia de Dios. 

Endurecemos el corazón como el pueblo de Israel en el desierto, sufriendo hambre y sed. ¡Cuántas personas reniegan de Dios cuando las cosas no van bien en su vida! Se enfadan con él, o dejan de creer, como si Dios fuera el culpable de que sus asuntos no funcionan, o les sobrevienen desgracias y estrecheces. Muchas personas no soportan el dolor de la pérdida y entonces, olvidando que la muerte es algo natural, claman contra el cielo porque han perdido a algún ser querido.

Este enojo contra Dios revela una falta de visión. Sólo vemos lo que nos falta y somos incapaces de ver lo que sí tenemos, empezando por la propia vida, por nuestra salud y nuestras fuerzas, porque aún hay personas amigas o cercanas que nos quieren. Si lo contáramos, ¡tendríamos tantas cosas que agradecer! Dios también nos da la inteligencia, la fuerza y la voluntad como para afrontar nuestros problemas de manera más sabia. Y si necesitamos más virtud, ¡podemos pedírsela! No nos la negará.

No endurezcáis el corazón: el salmista nos invita a reconocer cuántas cosas ha hecho Dios en nuestra vida, a abrir nuestra mente y dejarnos guiar por él. Dios es buen pastor, no permitirá que nos perdamos, nos protegerá y cuidará. Las pruebas no son más que un entrenamiento espiritual para hacernos madurar y crecer, para hacernos más comprensivos con el dolor ajeno. Somos sus ovejitas, sus niños queridos. No lo dudemos. Jesús quizás se inspiró en este salmo, y en otros, como el salmo 23, para proclamar ante sus gentes que él era el buen pastor.

Una vez reconocemos lo que Dios ha hecho por nosotros, llega un sentimiento exultante: la gratitud. El agradecimiento pone la música y la alabanza en nuestros labios, llena nuestro corazón. Vivir agradecidos nos cambia, por dentro y por fuera. Cada vez que nos acercamos a nuestra iglesia a celebrar el encuentro dominical, deberíamos rebosar de gratitud: por la vida, por la comunidad, por la presencia de Jesús, que siempre está allí, invitándonos. Y porque tenemos un Dios que es Padre, que es amor, y que nunca se aleja de nosotros.

1 de septiembre de 2023

Mi alma está sedienta

Salmo 62


Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. 
Me saciaré como de enjundia y manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo.


Sólo quien ama intensamente y se sabe amado puede pronunciar con sinceridad las palabras de este salmo. “Mi alma está sedienta de ti” expresa una necesidad profunda, acuciante, tan honda como la sed física, tan dolorosa, incluso, como el hambre. El salmista aún añade: “mi carne tiene ansia de ti”. El deseo de Dios, de plenitud, de trascendencia, es tan ferviente como el deseo amoroso.

Este cántico nos habla de un amor que quizás nos parece muy alejado de los parámetros de nuestro mundo moderno. Hoy escuchamos que el amor va y viene, que nada dura para siempre; pero también oímos decir que la gente tiene hambre de afecto, de cariño, de reconocimiento. Y vemos cuántas enfermedades del alma nos aquejan e intentamos vanamente paliar con medicinas, frenesí, ruido, compras y divertimentos que, al final, sólo consiguen dejarnos exhaustos y más vacíos. La falta de amor nos enferma.

El salmista habla de una sed que siempre aquejará al ser humano porque estamos hechos así. Tenemos un pozo interior que sólo puede llenarse de algo inmenso y eterno. Ojalá todos sintiéramos ese deseo dentro y lo reconociéramos. Porque el hombre sediento que está vivo busca la fuente que lo sacie y no duda en emprender el camino. Es cierto que el mundo le ofrecerá muchas falsas bebidas, falsos alimentos y bálsamos engañosos para satisfacer su hambre infinita. Pero si el alma está despierta, la sed persistirá y le empujará a continuar buscando. Hasta que, en algún momento, la misma fuente que persigue le saldrá al camino.

Cuando Dios entra en nuestra vida el alma, árida como tierra reseca, renace. Dios nos sacia, y nos vuelve a saciar, y jamás se cansa de regalarnos sus dones. La vida penetrada por Dios experimenta tal cambio, que la respuesta estalla forma de alabanzas: “Toda mi vida te bendeciré”, “a la sombra de tus alas canto con júbilo”. Si realmente estamos saciados de Dios, eso ha de notarse en una vida llena, activa, pacífica y profundamente alegre.

La unión con Dios no es algo reservado a “los santos y los místicos”. Todos los cristianos —en realidad, todos los seres humanos— estamos llamados a vivir esta experiencia de amor íntimo que nos arraiga en la tierra y nos permite crecer hacia el cielo.

25 de agosto de 2023

Señor, no abandones la obra de tus manos

Salmo 137


Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre.

Por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.

El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.


En un mundo autosuficiente, donde Dios parece que sobra, donde el hombre tiene poder y cree dominar la naturaleza, este salmo resuena con voz extraña y bella, como el gorjeo del agua de un manantial podría sonar en medio del rugido de una gran urbe.

Frente al hombre libre y poderoso, la voz del salmo es la de quien se ha sentido pequeño y limitado. No somos dioses. Sentimos miedo y palpamos nuestra debilidad cuando los problemas nos acucian y tensamos nuestros límites.

Pero tampoco es la voz trágica del hombre que se siente juguete a merced del destino, del azar, o de un dios caprichoso. Porque los salmos son el canto del hombre que no sólo cree, sino que confía en Dios.
Un Dios eterno, no sólo omnipotente, sino bueno, capaz de enternecerse, de amar, de sufrir por su criatura, es la respuesta al vacío existencial que tan a menudo nos ataca cuando rozamos nuestros límites y todo parece perder sentido. 

Confiar en Dios acrecienta el valor. El alma abatida revive, apoyada en la certeza de saberse amada. Y el amor auténtico, el amor infinito, propio de Dios, es leal y firme. “Supera tu fama”, dice el salmista. El amor de Dios llega más lejos de lo que podamos imaginar.

Dios, continúa el salmo, se fija en el humilde y conoce al soberbio. ¡Cómo no va a conocernos, pues él nos hizo! Conoce también los entresijos y tentaciones de nuestra alma, tan dada a la soberbia cuando las cosas nos salen bien, tan propensa a la tristeza cuando se nos tuercen. También podríamos decir, desde la otra perspectiva: el soberbio no conoce a Dios. Quiere barrerlo de su vida, porque aparentemente no lo necesita. O quizás, en su soberbia, se fabrica la imagen de un dios irreal, a su propia imagen de humano enaltecido en su vanidad, ebrio de su inteligencia y poder. Siempre ha habido en la humanidad esa tentación de divinizarse, de hacerse dios.

En cambio, el humilde sí conoce a Dios, porque su mente y su corazón están abiertos. En la necesidad experimentamos la lucidez del realismo y abrimos las manos para recibir ayuda. Y Dios da mucho más que ayuda, consuelo y apoyo. En realidad, se nos da a sí mismo. Todo su amor en nuestras manos. Y todo nuestro ser puede reposar en su pecho amoroso. De ese abrazo místico afloran las palabras de agradecimiento y de alabanza. ¡Somos amados! Como las de este salmo.

18 de agosto de 2023

Que todos los pueblos te alaben

Salmo 66


Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.


En nuestro mundo, donde la crítica y la maledicencia tienen gran protagonismo, parece que alabar es algo extraño, fuera de lugar o propio de una beatería desfasada.

Los salmos nos hablan continuamente de alabanza. Muchos de ellos son justamente esto: bendecir —decir bien—, cantar, ensalzar a Dios. Cuán poco valoramos la alabanza hoy. O la confundimos con la lisonja, o pensamos que es propia de mentes simples e ingenuas.

Santa Teresa recordaba a sus monjas: «Hermanas, una de dos; o no hablar, o hablar de Dios». Sabía, como mujer sabia y con una larga experiencia, que en toda comunidad humana no hay vicio más tentador que el cotilleo, la crítica, el sacar los trapos sucios del vecino para hacerlos correr. Hoy, vemos programas televisivos y revistas dedicados enteramente a este pasatiempo.

¡Y nuestro tiempo es demasiado valioso para perderlo así! Midamos nuestras palabras. Ojalá cada una de las que pronunciamos estuviera llena de vida y fuera pensada, consciente, bien intencionada.

Pero, ¿a quién alabar? En el plano humano, nos cuesta alabar los méritos de los demás y muy fácilmente caemos en la envidia, en el servilismo o en la adulación. El salmo de hoy nos invita a alabar a Dios. ¡Hemos recibido tanto de él! Es un Dios generoso y benévolo que nos da lo que nadie más puede darnos: la vida, el tiempo, el alma, la energía y todos nuestros talentos. Pero, además, nuestro Dios se da a sí mismo. Y a quienes se abren a Él, les llueven las bendiciones. Dios es como el sol: podemos cerrar las puertas y dejar que nuestra morada interior permanezca a oscuras. Pero si abrimos las puertas y ventanas del alma, ¡cuánta luz entrará! 

Ojalá toda la humanidad dejara entrar a Dios en su interior. Porque entonces, como dice el salmo, él regiría todas las naciones con justicia. Allí donde realmente está Dios, no hay guerras, ni odio, ni hambre. En otras palabras, donde se deja entrar a Dios, reina su única e imperecedera ley: la del amor.

11 de agosto de 2023

Muéstranos tu misericordia, Señor



Salmo 84


Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor; “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”.
La salvación está cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Las palabras justicia y misericordia, junto con salvación y fidelidad, son cuatro conceptos que se repiten, una y otra vez, en los salmos. Podríamos decir que son valores fundamentales del pueblo judío. Pero podemos hacerlos extensivos a toda la humanidad.

Para el hombre autosuficiente que entiende la libertad como independencia y autonomía total, de lo divino y lo humano, quizás estas palabras resulten incómodas y le chirríen. Misericordia suena a compasión. ¿De qué tiene Dios que compadecernos? ¿No es una forma de hacer que nos sintamos inferiores y desvalidos para, subliminalmente, dominarnos? La justicia es una palabra talismán, pero su significado varía según las épocas y contextos, y uno se pregunta si no estará en boca de todos porque precisamente es algo que falta, y mucho, en el mundo. Salvación: otro concepto del que queremos desprendernos. El hombre ya puede salvarse a sí mismo, ¿por qué necesita ser salvado por Dios, o por alguien que venga en su nombre? Y salvado, ¿de qué? En cuanto a la fidelidad… ¡qué mal se entiende! Si hasta parece que hoy lo que se valora y se aplaude es justamente lo contrario. Aunque, en el fondo de nuestro corazón, todos ansiamos que nuestros amigos y seres queridos nos sean fieles… y quizás no lo sabemos, pero tenemos verdadera hambre de ser fieles nosotros también.

Es importante que entendamos en profundidad estos cuatro conceptos para evitar caer en malinterpretaciones desconfiadas o en distorsiones de la fe.

Los salmos, como tantos otros escritos sagrados, se pueden entender si se leen en su contexto, conociendo y penetrando en la intención del que escribía. La clave para interpretarlos es simple y grande: el amor de Dios. Dios nos ama. Dios es cercano y se enternece mirándonos: esta es la misericordia, afecto entrañable de madre. Fidelidad es una cualidad inseparable del amor: el auténtico amor es para siempre, no falla. Cuando la misericordia y la fidelidad se encuentran, dice el salmo, brotan la paz y la justicia. ¡Y no al revés! Qué lección para tantas personas e instituciones que nos inquietamos por la paz en el mundo y la justicia social. Pensamos que una vez se instauren unas estructuras sociales justas y se legisle la paz, entonces la gente podrá crecer, amar y desarrollarse. Y es justamente lo contrario: sin amor, sin misericordia, sin una pasión profunda y firme por el ser humano, ni la paz ni la justicia, ni una economía solidaria, ni unos gobiernos responsables, nada de esto será posible. El amor siempre es lo primero.

Salvación es una palabra muy rica que no quiere decir mero rescate. El concepto abarca muchas dimensiones: paz, alegría, salud, prosperidad. Un mundo salvado será, entonces, aquel donde las gentes vivan pacíficamente, prosperen, dispongan de todos los recursos que necesitan para tener una vida digna y abundante, donde haya alegría y creatividad, donde las personas se amen y se busque el bien de los demás. ¿Utópico? Tal vez, pero también posible. Allí donde la gente se ama, esta utopía ya es una realidad. Miles de pequeños cielos se esparcen por el mundo, quizás de forma muy discreta, escondidos, poco conocidos… Pero ahí están. Donde se deja que Dios reine, donde el hombre es “amigo de Dios”, allí hay paz y alegría. Allí la humanidad está salvada.

El Señor es mi alabanza en la asamblea