28 de julio de 2023

Mis delicias serán tu voluntad

Salmo 118


¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Mi porción es el Señor; he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata.

Que tu bondad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré y mis delicias serán tu voluntad.

Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos y detesto el camino de la mentira.

Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes.


En los versos de este salmo podemos ver bien unidos dos conceptos que, aparentemente, nuestra cultura ha contrapuesto: la cabeza y el corazón. La inteligencia y la pasión a menudo son consideradas incompatibles. Sin embargo, leyendo la Biblia, y leyendo en profundidad nuestras vidas, nos daremos cuenta de que la verdadera sabiduría siempre va de la mano del amor.

El pueblo hebreo sabía el gran poder de la palabra, como expresión del pensamiento y de la libertad. La palabra de Dios se convierte así en expresión de su misma voluntad. Escuchar, sinónimo de obedecer, es una prioridad en la fe judía. Atender los mandatos del Señor, su ley, es fuente de paz, alegría y prosperidad. Porque los preceptos del Señor no son leyes arbitrarias, como las humanas; tampoco son normas injustas que empequeñecen a la persona, sino que la engrandecen y la iluminan. Como dice el salmo, “dan inteligencia a los ignorantes”.

Conjugar la voluntad propia con la de otro es algo que nos resulta muy difícil. Más aún si se trata de aunarla con la de Dios, al que a menudo consideramos lejano y exigente. Por eso, en nuestra pequeña y mezquina visión, nos pasamos la vida intentando esquivarla, escuchándola a medias o adaptándola a nuestra conveniencia, llegando a distorsionarla. Quizás nos falta oración, silencio y apertura de alma para comprender que la voluntad de Dios es nuestro gozo y nuestra plenitud. ¿Quién, más que Él, desea lo mejor para nosotros? Quizás nos falta confianza en su amor.

El poeta de este salmo no duda. Confía en la bondad de Dios y llega a decir unas palabras que bien podríamos oír en boca de Jesús: «mis delicias serán tu voluntad». Sólo quien ama intensa y totalmente puede pronunciarlas. Cuando dos se aman, la voluntad de uno y otro son la misma. Y ese amor enriquece el alma y la hace sabia. Es su tesoro.

En el evangelio de hoy, Jesús recogerá  esta idea y la explicará en forma de parábolas: un tesoro escondido en el campo, una perla preciosa, la buena pesca del mar… Quien encuentra estos bienes es capaz de renunciar a todo por ellos. Porque ha encontrado la riqueza más valiosa.

21 de julio de 2023

Tú, Señor, eres bueno y clemente


Salmo 85

Tú, Señor, eres bueno y clemente
Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: “Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios.”
Pero tú, Señor, dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.

La historia del pueblo de Israel narrada en la Biblia es un camino de progresivo acercamiento a Dios. Del Dios grandioso y liberador, el primero y el más terrible entre todos los dioses, los hebreos pasaron a darse cuenta de que, en realidad, aquel era el único Dios. Y de aquella imagen del único Dios todopoderoso y justiciero el pueblo judío va pasando a ver, cada vez con mayor claridad, otra imagen. A medida que el hombre se acerca a Dios, descubre que su rostro no es colérico y temible, sino tierno, comprensivo y lleno de amor.
Este es el camino que podemos seguir en los salmos. Algunos nos presentan a Dios como un guerrero invicto, incluso vengador. Pero otros, como éste, nos descubren el retrato de un padre amoroso y benevolente. Su poder sigue ahí: todos los pueblos se postran ante su grandeza, porque sólo alguien como él ha sido capaz de obrar las maravillas de la creación. Pero mayor aún que su poderío es su bondad y su capacidad de comprender el corazón humano. Qué lejos del Dios vengador quedan estas palabras: «lento a la cólera, rico en piedad y leal».
Sí, Dios es paciente y leal. No se cansa de comprendernos, de soportar nuestras faltas, nuestras desconfianzas y miedos, incluso nuestra incredulidad. Y él, en cambio, permanece fiel. No nos falla. Esta es nuestra esperanza. En la parábola del evangelio de este domingo, leeremos que Dios es el señor del campo que no ordena arrancar la cizaña. Hasta el último momento esperará. No reaccionará con violencia, combatiendo el mal espada en mano, como quizás haríamos nosotros. Sus armas son el tiempo, la tolerancia, la paciencia y la fe en nuestra conversión, hasta el último momento.
Los seres humanos, que aspiramos a tanto, pero que nos topamos continuamente con nuestras miserias y limitaciones, tenemos sed de esa misericordia inagotable, esa piedad, ese amor incondicional y esa fidelidad que sólo Dios puede darnos. Nuestra finitud se sostiene en su infinitud. Y a partir de ahí brota el gozo. La paz nace del saberse amado, no por méritos propios, sino por el simple hecho de ser. Los versos de este salmo expresan la sed de Dios y, a la vez, cantan la alegría del que confía que va a ser saciado plenamente.

14 de julio de 2023

La semilla cayó en tierra...

Salmo 64


La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.

Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales.

Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes.

Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría.

Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan.


En pleno verano, tiempo de cosecha, este salmo nos lleva a nuestros campos de labor, dorados y muchos de ellos ya segados. Nuestra civilización tan mecanizada ha perdido mucho de aquel sabor de la tierra, el sudor del trabajo manual, la fragancia de las mieses batidas a mano o con el trillo, la alegría del labrador por la cosecha recogida. El duro esfuerzo hacía mucho más valiosa la recompensa y los frutos de la tierra eran celebrados con fiestas.

El pueblo de Israel, que siempre vivía bajo la mirada de Dios, no se olvidaba de él en estos festejos. El labriego ara, siembra, cava y siega, pero quien hace crecer la semilla, quien trae la lluvia sobre los campos e insufla vida en todo ser viviente, animal y vegetal, es el Creador. Por eso en la alegría de la cosecha hay un tiempo de gratitud para Dios.

Hoy, aquellos que vivimos en ciudades nos dedicamos a menudo a trabajos administrativos, burocráticos o mecánicos, cuyo resultado muchas veces no vemos o no podemos apreciar. Bueno es tomar distancia y reflexionar en el fruto de nuestro esfuerzo. En algunas profesiones es más fácil verlo, en otras no tanto. Pero en todo, podemos contribuir a hacer el mundo un poco mejor si trabajamos por amor y con amor. Y no dejemos de dar gracias a Dios porque, finalmente, el que nos da la inteligencia, las fuerzas, la creatividad, nuestros talentos propios, es él.

De la misma manera que riega la tierra y cubre las colinas de pastos, también alimenta nuestro corazón y riega nuestro espíritu. Y lo hace con la mejor comida y la mejor bebida: su cuerpo y sangre, que tomamos cada domingo en la eucaristía. Ojalá, al salir de misa, cada uno de nosotros, como esos páramos del salmo, rezumara abundancia de gozo y amor; ojalá saliéramos de nuestras iglesias con el rostro y el alma orlados de alegría. 

7 de julio de 2023

Bendeciré tu nombre por siempre



Salmo 144

Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

Este salmo muestra algunas de las características que distinguen radicalmente al Dios de Israel de las divinidades de otros pueblos de la antigüedad. En las mitologías antiguas, los dioses se enzarzaban en luchas y rivalidades entre ellos, haciendo a los seres humanos partícipes de sus epopeyas y, en ocasiones, castigándoles o utilizándolos para sus fines. Era una creencia común que las catástrofes, ya fueran naturales o provocadas por mano del hombre, tenían su origen en la cólera divina.

En la fe del pueblo hebreo se va dilucidando, de forma cada vez más nítida, la imagen de un Dios que no sólo rechaza utilizar a los seres humanos, sino que los ama tiernamente. Un Dios que es Padre, que es “lento a la cólera y rico en piedad”, que es “cariñoso con todas sus criaturas”. Dios no pertenece al mundo ni es una fuerza natural devastadora; Dios es el creador del mundo y, como buen progenitor, lo ama y lo cuida.

Esta consciencia de saber que Dios es superior a su creación se refleja en las expresiones de realeza: se le atribuyen a Dios “la gloria y la majestad” de un rey; se habla de sus proezas y de su reinado. Dios es el gran rey en la fe del pueblo judío. Es el único que, por ser creador, tiene potestad sobre la naturaleza y los hombres. Pero no es un ser colérico y vengativo, sino fundamentalmente bueno.

Y esta consciencia lleva a la admiración y a la alabanza. El salmo no ve a este Rey del universo como un déspota arbitrario, sino como un padre cercano que rebosa afecto. Lejos de una visión freudiana de Dios y su poder, los salmos nos revelan una experiencia de Dios muy íntima y gozosa. La actitud hacia Dios no debería ser nunca de miedo, ni tampoco de rechazo o de rebeldía, sino de agradecimiento y alabanza. ¿Por qué? Por la belleza de lo creado, por la grandeza de todo lo que existe y, sobre todo, por el don inmenso de existir y de ser conscientes de ello.

Cuando alguien experimenta la maravilla de existir y comprende que levantarse cada día es un milagro, el corazón rebosa de agradecimiento y los labios cantan.

El Señor es mi alabanza en la asamblea