29 de diciembre de 2023

Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Salmo 127

1-2.3. 4-5. 6

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. 
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. 
Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.

En la fiesta de la Sagrada Familia, este salmo nos presenta una bella imagen: la esposa como parra fecunda, los hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. ¡Cuántas mujeres, cuántos padres y madres de familia sueñan con una escena así! Las fiestas de Navidad son ocasiones en que muchos pueden ver cumplido su sueño: toda la familia reunida en torno a la mesa, con buen ánimo y disposición alegre para compartir un tiempo juntos.

Una familia unida, con relaciones sanas y armoniosas, es una bendición que todo ser humano desea. Era la aspiración de los antiguos judíos y sigue siendo, hoy, la aspiración de la mayoría de personas. Pese a que los tiempos cambian, la tendencia humana permanece: hay un deseo innato de conexión, de intimidad y de unión entrañable con los demás. La familia sigue siendo el espacio donde mejor se pueden vivir estos vínculos. Sigue siendo el refugio, la mesa dispuesta donde siempre hay un plato, el hogar donde encontrar calidez y apoyo en los tiempos difíciles.

Pero también es verdad que muchas veces las familias no son ese lugar seguro, cálido y favorable donde las personas pueden crecer. Son muchos los traumas, los errores y los egoísmos personales que se interponen entre sus miembros. A veces no se saben gestionar bien y se producen conflictos o rupturas muy dolorosos. Otras veces, simplemente unos se soportan a los otros, aguantando el cansancio o la rutina, y el amor languidece poco a poco.

¿Cómo conseguir la armonía en el hogar? ¿Cómo sanar las relaciones? El salmo propone una vía, explicada con palabras simples pero con un significado muy profundo: Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos... Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Podemos quedarnos pensando: ¿basta temer a Dios y obedecer su ley para gozar de salud, prosperidad y amor en la familia? ¿Es esta la solución?

Ahondemos en qué significa temer al Señor y seguir sus caminos. El temor de Dios no es miedo a una autoridad terrible que nos juzga. Seguir sus caminos no es obediencia ciega y sumisa. ¿Cómo se define Dios? Como derroche de gracia, misericordia y perdón infinito. ¿Su ley? San Pablo la resumió en una sola palabra: “Amor”. Por tanto, el secreto para vivir una vida familiar buena, sana, pacífica, no es otro que este: amar. Ama y haz lo que quieras. Pero has de saber que amar no es sentimentalismo fácil ni enamoramiento fugaz, sino entrega constante, incondicional, para siempre. Amar es darte a ti mismo, amar es saber recibir el amor de los demás. No se te pedirá que hagas nada inalcanzable, ni que sufras inútilmente. Y a donde tú no llegues, cuenta con Dios. Él llenará los huecos, salvará los abismos y cubrirá las grietas con su mejor bálsamo: el fuego dulce del Espíritu Santo, puro amor. Conecta con Dios, no pierdas nunca su presencia ―esto es temor de Dios― y él te dará la fuerza y las ganas para amar y convertir tu familia en un espacio sagrado, donde arde su fuego sin cesar.

22 de diciembre de 2023

Cantaré eternamente tu misericordia, Señor

Salmo 88


Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.

Porque dije: «tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.»

Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.» Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable.


En este salmo, que el poeta quiso dedicar a la Casa de David, podemos destacar dos aspectos que también aplican a los cristianos de hoy: la fidelidad de Dios y la alianza con él.

El salmista escribe en un contexto histórico de apogeo del pueblo judío: su monarquía se consolida, David levanta su capital, Jerusalén, y quiere erigir un templo al Señor. La fórmula de la alianza o el pacto es un recurso muy utilizado por los autores bíblicos para expresar esa fidelidad de Dios hacia su pueblo. Aquí, se centra en David y su linaje.

Y se trata de un pacto muy peculiar, pues el único que se compromete es Dios. Dios promete incondicionalmente su protección, su misericordia y su favor, para siempre.  

A la luz de la venida de Cristo, la lectura del salmo va mucho más allá de un pacto “político” entre Dios y una dinastía real. La casa de David, su descendencia, culmina en Jesús. Y, a partir de él, el pacto de Dios se extenderá no solo al pueblo judío, sino a toda la humanidad. Todos los hombres y mujeres del mundo serán los elegidos de Dios.

Frente al moderno escepticismo, que cuestiona la existencia de Dios apoyándose en su pretendido abandono del mundo, los salmos ven la mano amorosa del creador presente en la historia. Si nosotros aprendemos a vislumbrar esa fidelidad de Dios en nuestra historia personal, en cada acontecimiento de nuestra vida, veremos cómo todo adquiere un sentido. Y descubriremos que Dios ha estado a nuestro lado siempre, en el dolor y en las alegrías, en las dificultades y en la prosperidad.

Por otra parte, al igual que sucede con la Casa de David, el pacto de Dios es muy desigual, muy desproporcionado. Porque Dios se compromete a amarnos, a cuidarnos y a sernos fiel, independientemente de lo que hagamos nosotros, ¡así respeta nuestra libertad! No nos pide nada a cambio. Tan solo nos hace falta abrirnos a su amor. Así es Dios, desmesurado y magnificente en su generosidad. ¿Cómo no cantar eternamente sus misericordias?

16 de diciembre de 2023

Magníficat de Adviento


Lucas 1, 46‑48. 49‑50. 53‑54

Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, 
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; 
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones 
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: 
su nombre es santo, y su misericordia llega 
a sus fieles de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes 
y a los ricos los despide vacíos. 
Auxilia a Israel su siervo, 
acordándose de la misericordia prometida 
a sus padres y a su descendencia para siempre.

El cántico que leemos hoy no es un salmo, sino el Magníficat que entona María cuando se encuentra con su prima Isabel. Dos mujeres, amadas por Dios, desbordan de alegría y pueden compartir su gozo porque saben que en sus vientres crecen dos hombres que cambiarán el mundo.

Ambas han sentido en su propia piel el milagro. Ambas han palpado que “el Señor hace en ellas maravillas”. Isabel, en su ancianidad, concebirá al que Jesús llamará el mayor de los profetas. María, en su virginidad, concibe al mismo Dios hecho humano en sus entrañas.

Son muchos los autores que señalan que el himno de María es revolucionario. Y más aún si lo situamos en su contexto, en la Palestina de hace dos mil años, en el pueblo judío, superviviente de guerras, invasiones, exilios y esclavitudes. Más aún si tenemos en cuenta que quien lo pronuncia es una mujer que en aquella época tenía una condición marginal, sin voz ni autoridad alguna entre sus gentes.

Es revolucionario recogiendo la tradición profética de Israel: el salmo subraya la predilección de Dios por los pobres y los humildes y el castigo que sufrirán los poderosos y los ricos. Teológicamente hablando todavía es más rompedor: Dios, que es todopoderoso, que es infinitamente grande, se viene a fijar en la más pequeña de sus criaturas: una sencilla muchacha de una aldea insignificante. Podría elegir venir al mundo envuelto en gloria y majestad, obrando milagros prodigiosos, pero elige venir como un niño más, como un bebé humilde en el seno de una familia modesta. Su primera casa será el vientre de una mujer.

Aún podemos profundizar más en este verso: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Dios conoce todas las hambres humanas. Hay un hambre aún más punzante que la del pan, y es el hambre de Dios. El humilde reconoce esta hambre, abre su alma y puede ser saciado. Quien confía su vida en manos de Dios verá cómo todo cuanto le sucede, incluso las dificultades que se le presenten, todo lo encamina al crecimiento, a la plenitud, a la riqueza espiritual.

Quien se cree autosuficiente, quien vive acomodado en sus certezas y en sus riquezas materiales y piensa que Dios es sobrante e innecesario, ese será despedido vacío. Porque nada podrá calmar su hambre interior, por mucho que la oculte y quiera rellenar sus huecos con miles de cosas. Al final se encontrará con la peor de las pobrezas, que es la soledad interior.

El cántico de María es justamente lo contrario: es la voz exultante de una mujer que se siente llena de Dios, una de las oraciones más hermosas que podemos pronunciar cada uno de nosotros en acción de gracias.

8 de diciembre de 2023

Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación

Salmo 84


Muéstranos, Señor, tu misericordia, 
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: 
Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.
La salvación está cerca de los que lo temen
y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan; 
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él 
y sus pasos guiarán su camino.


Si tuviéramos que cantar este salmo con palabras modernas, cotidianas y familiares para nosotros, podríamos resumirlo en versos muy sencillos, parecidas a las súplicas de los niños que piden cariño a sus padres o a las frases de los enamorados que se buscan.

Danos tu ternura, Dios, haznos sentir seguros, acogidos en tu regazo. Tú traes paz a los que te aman. No es que ames a unos sí y a otros no. Pero los que no te conocen, viven lejos de ti o no te aman, ¡se pierden tu amor! Se pierden el calor de tu luz, se pierden tu ayuda, tu consuelo y tu fuerza. En cambio, los que se abren a tu amor, ¡reciben tanto!

Los que no se cansan de amar —la fidelidad— reciben tu amor a raudales. Y con el amor llega una multitud de bienes. El mundo pide justicia, paz, igualdad, derechos para todos... Y la persona, cada ser humano, pide amar y ser amado, pide luz, pide sentido a su vida. Quien se deja amar por ti encuentra su camino, se encuentra a sí mismo y encuentra el regalo de los demás. La justicia es humana y recta, pero no basta para hacer mejores a las personas. Un sistema legal correcto no es suficiente para que la gente sea solidaria, amable y justa. Las leyes nos obligan, pero no nos transforman. En cambio, el amor es renovador y revolucionario. Sin amor no es posible la justicia, pero donde hay amor, hay mucho más que justicia.

Dios es como la lluvia, nosotros somos tierra. Si él llueve, seremos fértiles y daremos fruto. Si dejamos entrar a Dios en nuestra vida, todo cuanto hagamos será fecundo. ¡Dejémonos amar por él! Dejémonos guiar por él. Porque sabe, mucho mejor que nosotros mismos, quiénes somos y qué nos conviene. Su deseo no es otro que nuestra felicidad, fiémonos de él.

2 de diciembre de 2023

Que brille tu rostro y nos salve


Salmo 79


Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.


En consonancia con las lecturas de hoy, pre-navideñas, el salmo que leemos nos habla de Dios como Señor de la vidaSu poder resplandece: la Creación entera, el universo, el mundo, habla de su grandeza. Los ángeles le sirven.

De su contexto cultural y literario, los salmistas a menudo tomaron imágenes cósmicas para describir a Dios —Dios de los ejércitos celestiales, que son los astros— o bien de la vida agrícola que conocían —el señor que planta una viña y la cultiva con amor. Con estos símiles están expresando, por un lado, que Dios no es ajeno a la vida y a la naturaleza: son creación suya y él las sostiene y alienta. Por otro, también nos señala que Creador y obra no son una misma cosa. Dios es el Señor de la naturaleza, pero también el Señor de la historia. Por eso cuida de lo que ha creado y ninguna realidad del universo le es indiferente. Su mano creadora también es restauradora y protectora.

Pero la fe hebrea ya atisba esa centralidad humana que recoge el cristianismo. El hombre es su escogido, el que fortaleció. El hombre es la criatura semejante a su Creador, la que puede hablar con él, imitarle con su impulso re-creador, ayudarle a completar su obra. Es la criatura que, por encima de todo, puede amarle y también sentirse amada por Él.

«No nos alejaremos de ti: danos vida», rezan los versos del salmo. Así es. Más allá de la vida biológica, Dios nos ha dado esa otra vida plena, de la que somos conscientes y que todos en el fondo anhelamos. Esa vida que nos rescata del sinsentido y del miedo, que da un significado a nuestra existencia, la podemos encontrar cuando nos acercamos libre y voluntariamente a Dios. Más aún, cuando le abrazamos y nos aferramos a Él. Acogerle es nuestra Navidad. Invocarle es ya una manera de invitarle y hacerle presente en nosotros.

El Señor es mi alabanza en la asamblea