17 de febrero de 2023

El Señor es compasivo y misericordioso

Salmo 102


El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

El primer gran tema que salta a la vista en este salmo es el perdón. ¡Qué difícil nos resulta perdonar, y cuán olvidado lo tenemos! Incluso hay personas que se precian de perdonar a quienes les han causado un mal, “pero jamás olvidar”, como si mantener esa revancha viva en el corazón fuera motivo de orgullo o de reafirmación.

El salmo, en primer lugar, nos habla del perdón de Dios. Un perdón sin límites, capaz de lavar y sanar toda culpa, toda herida emocional; capaz de borrar y saldar toda deuda. No sólo eso, sino que Dios, cuando perdona, lo hace con alegría y delicadeza: “te colma de gracia y ternura”. Quien experimenta el perdón de Dios y su compasión, siente esa calidez inmensa del abrazo comprensivo, amante, generoso. Quienes tienen una idea represiva de Dios, bien podrían leer y meditar estos versos. Lejos de ser un opresor, Él nos libera con su perdón y nos desata del peso de las culpas, que muchas veces cargamos nosotros mismos a nuestras espaldas.

En segundo lugar, nos habla de la justicia de Dios, que tan alejada está de nuestra mentalidad retributiva. “No nos trata como merecen nuestros pecados”. En nuestra cultura está muy arraigado el concepto de mérito, de “merecer”. Nos parece que, si alguien actúa mal, se merece una desgracia. Nos alegra que alguien se tope con la horma de su zapato, que las desgracias caigan sobre él. Le está bien, solemos decir, sin caer en la cuenta de que, al hablar así, nos estamos erigiendo en jueces y condenadores, como si fuéramos dioses y pudiéramos disponer del destino de las personas.

Y tal vez nuestros idolillos, nuestras falsas imágenes de Dios, sean así: vemos en ellas a una divinidad justiciera, vengadora, implacable. Pero nuestro Dios, el Dios de Israel y el Dios de Jesús, no es así. Nos puede sorprender y hasta indignar su gran bondad. Nos puede parecer excesiva y derrochona. ¿Por qué Dios no castiga a los malos? ¿Por qué tiene que perdonar tanto, por qué es “demasiado” bueno? ¿No es eso injusto?

El salmo, tan cercano al espíritu de Jesús, nos recuerda que Dios es como un padre tierno. Aún más, podríamos decir que es como una madre llena de amor por sus hijos. ¿Cómo va a rechazar a uno solo? ¿Dejará una madre de querer a un hijo, por malo que éste sea? Sufrirá por él, intentará ayudarle, rezará… pero nunca dejará de amarlo.

Si una madre humana puede amar así, ¿debería extrañarnos que Dios rebase la medida pequeña, mezquina y limitada de nuestro amor?

¡Menos mal que Dios es así! Ojalá podamos experimentar su amor y esto nos mueva a imitarle.

10 de febrero de 2023

Dichoso el que camina en la voluntad del Señor

Salmo 118


Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón.

Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente. Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas.

Haz bien a tu siervo; viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente. Enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón.


En este salmo afloran conceptos que nuestra cultura de hoy tiende a contraponer e incluso a enfrentar: la ley y el corazón; la norma y la libre voluntad; la obediencia y la libertad. ¿Es posible reconciliarlas?

Para el hombre que compuso este salmo no había contradicción ni dilema. El salmista muestra su deseo vehemente y profundo de cumplir la ley del Señor, que alaba y reconoce como buena: «contemplaré las maravillas de tu voluntad». ¿Cuál es la bisagra, la amalgama que logra unir la voluntad de Dios y la humana? El secreto es simple y grande: el amor.

Una experiencia de amor logra conciliar el deber y el corazón. Aúna voluntades —la mía y la de Dios― de la misma manera que el querer y el sueño de dos que se aman y miran hacia el mismo horizonte.

Quien se sabe intensamente amado por Dios, logra penetrar con lucidez en su auténtica ley —el amor— y hace suya, con total libertad y con pasión, la voluntad de Dios. Entra en una dinámica amorosa, en la que cumplir no es algo forzado ni superficial, sino un verdadero impulso del corazón.

A partir de una experiencia amorosa, mística, se pueden derivar mandamientos o prescripciones que pueden llevar a la vida cotidiana las consecuencias de ese amor. Si todos experimentáramos en propia carne este amor, no serían necesarias las normas ni las leyes. «Ama y haz lo que quieras», dijo san Agustín, en su ferviente radicalidad. «La ley es el amor», afirmó san Pablo, en repetidas ocasiones. Como Jesús, sabía bien que es muy fácil convertir la religión en un conjunto de normas a cumplir. Y qué fácil es reducir la fe a un cumplimiento formal, muchas veces incluso hipócrita, de los mandamientos que hemos aprendido de memoria. El gran enfrentamiento de Jesús con los fariseos fue justamente por este motivo. 

Jesús aceptó la ley, pero aclaró que ésta tuvo que ser establecida «por la dureza de corazón» de las gentes. Efectivamente, cuando el amor desaparece, la ley es necesaria para regular la convivencia y evitar el caos, las injusticias y el crimen. Pero cuando se alcanza la madurez humana y espiritual, cuando se vibra con una experiencia íntima de entrega y comunión, la ley humana sobra, es letra muerta, como decía san Pablo. Y pasa a ser sustituida por la libertad auténtica, una libertad responsable, consecuente, apasionada, movida por el soplo del amor.

3 de febrero de 2023

El justo brilla en las tinieblas

Salmo 111


El justo brilla en las tinieblas como una luz.

En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos.

El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor.

Su corazón está seguro, sin temor. Reparte limosna a los pobres: su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad.


En los versos de este salmo leemos, por un lado un auténtico código moral y guía para la conducta humana. Se nos habla de la persona justa, que se compadece de los pobres, que reparte su riqueza y jamás se cansa de ayudar. El sentido de la solidaridad es fortísimo en la cultura hebrea y una constante en su devenir histórico.

El justo es elogiado y valorado pero, además, el salmista recalca todas las bendiciones que recibirá. El mundo le recordará —su recuerdo será perpetuo—. No morirá en la memoria de las gentes. Sin pretenderlo, conseguirá permanecer vivo en el recuerdo, mucho más que quien solo busca su gloria.

No temerá las malas noticias, su corazón está firme. Será una persona que pueda resistir los embates de la vida, las tristezas, dolores y pérdidas que todos tenemos que afrontar. Y lo hará con ánimo firme, porque se apoya en Dios. No serán el poder ni la violencia los que le harán fuerte, sino la confianza en Dios y su misma bondad.

Alzará la frente con dignidad: quien da amor sin reservas, quien no esconde egoísmos ni intereses, puede caminar por la vida con toda libertad y dignidad. No necesita aparentar lo que no es, ni esforzarse por ocultar sus egoísmos, ni disfrazar sus intenciones, porque es limpio y da generosamente lo que ha recibido.

Y estas personas —lo podemos ver, hoy y siempre, en nuestra propia vida— son personas luminosas, que irradian bondad, calidez, presencia de Dios. No necesitan ser especiales. Quizás son pobres o quizás no; pueden tener tantos problemas o más que cualquiera; tal vez estén enfermas, o incluso puede ser que sufran rechazo por parte de algunos… Pero la felicidad que desprenden ilumina su entorno. Porque nada puede tapar la bondad de un corazón sencillo, abierto y confiado, que transparenta la luz de Dios.

El Señor es mi alabanza en la asamblea