23 de junio de 2023

Que me escuche tu bondad, Señor

Salmo 68 


Que me escuche tu gran bondad, Señor.

Por ti he aguantado afrentas, 

la vergüenza cubrió mi rostro. 

Soy un extraño para mis hermanos, 

un extranjero para los hijos de mi madre; 

porque me devora el celo de tu templo, 

y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. 


Pero mi oración se dirige a ti, 

Dios mío, el día de tu favor; 

que me escuche tu gran bondad, 

que tu fidelidad me ayude. 

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; 

por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. 
 

Miradlo, los humildes, y alegraos, 

buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. 

Que el Señor escucha a sus pobres, 

no desprecia a sus cautivos. 

Alábenlo el cielo y la tierra, 

las aguas y cuanto bulle en ellas. 

Hay salmos, como éste, que rezuman humanidad. Si los leemos despacio podemos sentirnos muy identificados con esa voz anónima del salmista que canta. Hoy este canto se convierte en queja, en denuncia, en protesta. Y también en súplica confiada.

Los cristianos no somos ajenos a los padecimientos de los apóstoles y de los profetas. Si nos tomamos en serio nuestra misión evangelizadora, ¿qué nos sucederá? Pues lo mismo que a Jesús y a los antiguos profetas, lo mismo que a los apóstoles. Muchos escucharán, pero muchos nos van a rechazar, nos despreciarán, nos girarán la cara y se avergonzarán de nosotros. Si nos devora ese celo, esa pasión por Dios y por su mensaje, vamos a toparnos con mucha incomprensión, y también con frialdad, ironía y burlas.

Y esto causa tristeza. No somos héroes ni ángeles. Nuestro corazón no es de piedra y los golpes nos afectan. El día que nos sintamos mal, ¡no dejemos de rezar! Aprendamos que la oración es diálogo confiado, y en confianza podemos soltar todo lo que nos pesa en el corazón. En oración podemos increpar a Dios, podemos lamentarnos, podemos protestar y desahogarnos. Lo importante es que lo hagamos con él.

Porque Dios no rechaza nada nuestro, ni el llanto, ni la rabia, ni las quejas. Nuestras rabietas y angustias también son ofrendas para él. Cuando no tengamos nada más que ofrecerle, démosle también nuestras súplicas y nuestro dolor. Él lo recoge todo y lo transforma todo. Si una madre no desatiende a ninguno de sus hijos, nunca, ¿qué menos hará Dios? No sólo eso. Dios escucha en especial a los que quieren servirlo, a sus «cautivos», a los que están presos de amor por él, a sus enamorados, a sus valientes voceros en el mundo. Dios comprende su dolor, sus fracasos, su desánimo. Y los escucha. «Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón.» Como un niño que, al caerse y hacerse daño, corre a buscar a su madre, busquemos a Dios. Él nos consolará y nos aliviará. Y bajo su mirada, bajo su abrazo, reviviremos.

16 de junio de 2023

Somos su pueblo y ovejas de su rebaño


Salmo 99


Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. 


En la mentalidad de hoy, en la que el individuo es exaltado y su autonomía parece la máxima aspiración, las palabras del salmo y del evangelio de este domingo pueden provocar cierto rechazo. «Somos ovejas de su rebaño.» La simple palabra «ovejas» nos resulta incluso despectiva, sinónimo de persona adocenada, sin criterio propio, sumisa y obediente.

Y, sin embargo, el Salmo canta con palabras exultantes esa pertenencia al rebaño del Señor. «Somos suyos»: esta frase no debe ser leída como sinónimo de esclavitud, sino en el sentido de pertenencia que embarga a los que se aman. «Soy tuyo» son palabras de amante que se entrega a su amado. Somos de Dios porque él nos ama y nunca nos abandona.

Este salmo también da respuestas a aquellos que creen que Dios existe, sí, pero que está muy lejano y que es indiferente a sus criaturas. Oímos a menudo decir: «el mundo está dejado de la mano de Dios». Existe una sensación de pérdida, de soledad. Somos huérfanos, Dios no escucha. El salmo viene a contradecir esto. Dios sigue siendo padre, cercano, amoroso, atento. Pero no grita ni pisa nuestra libertad. Dios está cerca de aquellos que lo buscan y se abren a Él.

El gran drama del hombre no es que Dios lo haya abandonado, sino que él ha abandonado a Dios. La gran tragedia humana no es la esclavitud, sino haber utilizado la libertad para alejarse de Aquel que es su misma fuente. El hombre no está sometido por Dios, sino por sí mismo. Quien deja de servir a Dios con alegría, cae bajo el yugo de los hombres.

En cambio, la cercanía a Dios rompe todas las cadenas y hace estallar la alegría. De ahí la exclamación del salmo: «Aclama al Señor, tierra entera».

9 de junio de 2023

Glorifica al Señor, Jerusalén

Salmo 147


Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.


En esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, recordamos que Jesús, Dios hecho hombre, se nos hace también pan. Él es la flor de harina que alimenta nuestra hambre de infinito y su palabra nos refuerza cada día.

La fe hebrea siempre se ha dirigido a un Dios cuyo rostro se vuelve hacia la humanidad. Un Dios que dialoga, que pide, que escucha, que actúa en favor de sus criaturas. Un Dios, en definitiva, que interviene, por amor, en los asuntos humanos. No es indiferente a cuanto sucede en el mundo.

¿Y de qué manera interviene Dios en la historia de la humanidad? El salmo lo expresa claramente.

Dice que Dios “ha reforzado los cerrojos de tus puertas”, es decir, protege y defiende a quienes lo aman. 

Continua el salmo: “ha bendecido a tus hijos…” Bendecir es una constante en Dios. Colma nuestros deseos, llena nuestra vida. Los versos siguientes hablan de esta abundancia: “Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina”. Dios es quien da la ansiada paz y quien nos proporciona cuanto necesitamos para vivir. No sólo lo justo, sino lo mejor de lo mejor: “flor de harina”. Lo más delicioso, lo más deseable, eso nos tiene reservado a quienes nos abrimos a su don.

Pero Dios no se limita a ayudar, proteger y conceder prosperidad. Hace algo aún más grande, porque con esto se pone a nuestra altura y nos eleva a la suya: Dios se comunica, habla con nosotros, nos transmite su palabra. “Él envía su mensaje a la tierra”.


Con este verso, el salmo anticipa el evangelio de Juan con ese prólogo hermoso y profundo que nos habla del Dios que adopta un rostro y un cuerpo humano y viene a habitar entre nosotros.

2 de junio de 2023

A ti gloria y alabanza

Daniel 3, 52-56


A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria. Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.

El salmo de hoy es un cántico del libro de Daniel, un libro profético que ahonda en la fe del pueblo de Israel. Una de las consecuencias de la fe y la confianza en Dios es la alegría. Los himnos de alabanza como este son efusiones, gritos de ¡viva!, lanzados al cielo; piropos a este Dios que se muestra tan cercano, tan entrañable, tan amoroso. Siendo grande y aparentemente inaccesible, se hace próximo y entra en la vida de los hombres. Los versos del canto lo describen en su trono celestial, rodeado de querubines, dominando la bóveda del cielo en medio de luz. Pero esta visión impactante surge de una experiencia muy íntima. Nadie puede cantar a Dios con tal expansión de alegría si no es porque ha vivido en carne propia la salvación.

El Antiguo Testamento nos va descubriendo poco a poco cómo es Dios Padre, la primera persona de la Santísima Trinidad. Pero en su presencia pueden intuirse las otras dos personas. Si Dios es amor, ¿cómo puede estar solo, alejado en su trono? Y si ama, esa fuerza amorosa es fuego que alienta y vivifica toda la creación. Los hombres del Antiguo Testamento descubrieron la grandeza de Dios Padre y su bondad con ellos. Jesús, el Hijo, terminará de descubrirnos que Dios no sólo está con nosotros, sino cerca de nosotros, entre nosotros. Con Jesús Dios se convierte en uno de nosotros.

Los himnos nos ayudan a rezar y pueden despertar nuestras emociones para sentirnos más unidos a este Dios que nos da la vida y nos sostiene. A menudo reducimos nuestra oración a pedir ayuda, para nosotros o para nuestros seres queridos. Otras veces damos las gracias por gracias y dones recibidos. Pero quizás estamos menos familiarizados con la plegaria de alabanza. Y esta, dicen los sabios judíos, es la forma más excelente de oración. Claro que Dios no necesita nuestros halagos, pero le alegra vernos contentos y una oración de elogio y alabanza es un regalo precioso que recoge en su inmenso, infinito corazón. La plegaria de alabanza no cambia a Dios, pero sí puede cambiarnos a nosotros y ayudarnos a vivir con más alegría y gratitud.

El Señor es mi alabanza en la asamblea