8 de septiembre de 2023

No endurezcáis el corazón

Salmo 94


Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis el corazón.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.


Podríamos leer el salmo de hoy al revés, como un camino que nos lleva desde la oscuridad de la duda y el miedo hasta la luz radiante de la presencia de Dios. 

Endurecemos el corazón como el pueblo de Israel en el desierto, sufriendo hambre y sed. ¡Cuántas personas reniegan de Dios cuando las cosas no van bien en su vida! Se enfadan con él, o dejan de creer, como si Dios fuera el culpable de que sus asuntos no funcionan, o les sobrevienen desgracias y estrecheces. Muchas personas no soportan el dolor de la pérdida y entonces, olvidando que la muerte es algo natural, claman contra el cielo porque han perdido a algún ser querido.

Este enojo contra Dios revela una falta de visión. Sólo vemos lo que nos falta y somos incapaces de ver lo que sí tenemos, empezando por la propia vida, por nuestra salud y nuestras fuerzas, porque aún hay personas amigas o cercanas que nos quieren. Si lo contáramos, ¡tendríamos tantas cosas que agradecer! Dios también nos da la inteligencia, la fuerza y la voluntad como para afrontar nuestros problemas de manera más sabia. Y si necesitamos más virtud, ¡podemos pedírsela! No nos la negará.

No endurezcáis el corazón: el salmista nos invita a reconocer cuántas cosas ha hecho Dios en nuestra vida, a abrir nuestra mente y dejarnos guiar por él. Dios es buen pastor, no permitirá que nos perdamos, nos protegerá y cuidará. Las pruebas no son más que un entrenamiento espiritual para hacernos madurar y crecer, para hacernos más comprensivos con el dolor ajeno. Somos sus ovejitas, sus niños queridos. No lo dudemos. Jesús quizás se inspiró en este salmo, y en otros, como el salmo 23, para proclamar ante sus gentes que él era el buen pastor.

Una vez reconocemos lo que Dios ha hecho por nosotros, llega un sentimiento exultante: la gratitud. El agradecimiento pone la música y la alabanza en nuestros labios, llena nuestro corazón. Vivir agradecidos nos cambia, por dentro y por fuera. Cada vez que nos acercamos a nuestra iglesia a celebrar el encuentro dominical, deberíamos rebosar de gratitud: por la vida, por la comunidad, por la presencia de Jesús, que siempre está allí, invitándonos. Y porque tenemos un Dios que es Padre, que es amor, y que nunca se aleja de nosotros.

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