3 de mayo de 2011

Me harás conocer el camino de la vida


Salmo 15

Señor, me harás conocer el camino de la vida.

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Señor, Tú eres mi bien».
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡Tú decides mi suerte!

Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:
Él está a mi lado, nunca vacilaré.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.

Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha. 


Este salmo nos regala palabras bellas y reconfortantes en tiempos de crisis, cambios y convulsiones. La vida a menudo se nos presenta como un camino, con riesgos, peligros y momentos de miedo y angustia. Para muchos, la vida es un intervalo que no tiene sentido, y el hombre, sediento de infinitud, está trágicamente abocado al mayor de todos los límites: la muerte.

Resucitando, Jesús nos abre las puertas a una vida eterna e inmortal. Pero ya antes de él, los autores de los salmos intuían que esta Vida con mayúsculas, la vida que da Dios, no puede perecer jamás. Y esta vida que se prolonga en el reino del cielo comienza ya aquí, en nuestro caminar por la tierra. La certeza de estar iniciando una vida eterna, ahora, es la que hace exclamar al salmista: "Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro". Saberse amado y sostenido por Dios da paz, da seguridad y fortaleza. Él no nos entregará al sepulcro, que podemos interpretar aquí como la muerte definitiva, la aniquilación, el vacío. 

Dios no sólo es nuestro regalo, nuestro don, la vida que llena nuestro cáliz. También, como dice el salmo, nos instruye. ¿Qué significa esto? ¿Cómo nos enseña Dios? El salmo nos da la pista. Dios no enseña imponiendo nada, ni coartando en lo más mínimo nuestra libertad. Dios enseña iluminando nuestro corazón apenas nos decidimos abrirlo un poquito. Y lo hace con gozo, con suavidad, mostrándonos su apoyo. 

Hoy leemos el evangelio del encuentro de Emaús. Como aquellos dos discípulos, muchos de nosotros hoy andamos errantes, metidos en nuestros problemas, abrumados por las penalidades y las dudas. Jesús los instruye, sí. Pero al mismo tiempo los acompaña, los alienta con su presencia, los anima. Y sólo cuando comparten la cena con él lo reconocen. 

También el hombre que busca a Dios hoy debe serenarse y aprender a ver y escuchar. Porque Dios, antes que él lo haga, ya se ha puesto en camino para salir a su encuentro. A quien busca, Dios se le adelanta. Y le enseña, le instruye, como lo hacen los buenos maestros. Acompañando y compartiendo su tiempo y su vida. Cuando abramos el corazón, lo sabremos ver. Y entenderemos que todo cuanto nos sucede tiene un sentido si va encaminado hacia él.

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