10 de septiembre de 2011

El Señor es compasivo

Salmo 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Este es uno de los salmos más leídos y conocidos. Nos presenta uno de los mayores atributos de Dios: compasivo, misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia.
A la hora de explicar estas cualidades a los niños de la catequesis, o incluso a un oyente contemporáneo, para quien la palabra “misericordia” suena arcaica y con algunas connotaciones quizás un poco despectivas, les hablo de Dios como de una madre. Una madre cariñosa, amante, que acoge a sus niños en su seno, los mima, los acaricia y los mira con amor. Una madre siempre perdona, siempre comprende. Nunca deja de amar.
Este es, quizás, el sentido más genuino de la palabra “misericordia”, que quiere decir “de corazón tierno, que se conmueve”. Dios, como dice el salmo, siente ternura por sus fieles.
Los textos de la Biblia a menudo nos sorprenden con imágenes un tanto épicas de Dios. Nos muestran un ser grandioso y algo lejano, que asusta e impone con su poder. En cambio, en los salmos, que son plegaria, vemos a un Dios muy cercano, con el que podemos hablar y en el que podemos confiar.
Entre otras características de este Dios está la capacidad de perdonar sin límites. ¡Algo que tanto nos cuesta a los humanos! Dice el salmo que Dios “no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. Meditemos a fondo esta frase. ¡Dice algo inmenso! Solemos oír que “donde las dan las toman”, “quien siembra vientos, recoge tempestades”, “tal harás, tal hallarás”. Es decir, en nuestra mentalidad humana, la persona encuentra lo que se merece y recoge el fruto de su esfuerzo o de su maldad. ¡Le está bien merecido!, solemos decir, cuando nos enteramos de que alguien de conducta dudosa sufre una desgracia o un castigo.
Dios no es así. Si nos viéramos cada cual como realmente somos..., cuántas telarañas cría nuestra alma, cuántos pequeños delitos, faltas y malicias abrigamos en nuestro interior, nos daríamos cuenta de que también nosotros merecemos unas cuantas lecciones. La vida se encargará de dárnoslas, pero Dios no. Cada uno de nuestros actos tiene consecuencias, y los hombres no nos perdonarán. La justicia humana nos hará pagar hasta el último céntimo, nos recuerda Jesús. Dios no. Dios, en un acto de tremenda liberalidad, nos va a perdonar sin acordarse de una sola de nuestras faltas, abrazándonos con amor, en el mismo momento en que nos volvamos sinceramente hacia él. Como el padre del hijo pródigo, sólo espera ese pequeño gesto, ese paso de vuelta, el regreso. La fidelidad que nos pide es esta: no dejemos de volver a él. No le olvidemos. ¡Contemos con él en nuestra vida! Aceptemos su amor. Y él lo derramará sobre nosotros a manos llenas. Y nos dará la ansiada paz, porque nada hay que limpie mejor las culpas que su amor incondicional.

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