Se postrarán
ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Dios mío, confía
tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con
justicia, a tus humildes con rectitud.
Que en sus días
florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Que los reyes de
Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le
ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los
pueblos le sirvan.
Él librará al
pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre
y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
Este salmo que leemos hoy, fiesta de la
Epifanía del Señor, nos lleva al reinado de Salomón, un tiempo de esplendor
para Israel. En aquella época, los reyes de otros pueblos rendían honores y
vasallajes al rey de Israel, que ha pasado a la posteridad por su fama de hombre
justo y sabio.
La noción de justicia es un tema principal en
toda la Biblia. ¿En qué consiste? El salmo nos habla de librar al pobre que
clama, al afligido que no tiene protector, del indigente. En la mentalidad del
pueblo hebreo la protección del más débil es una constante y un signo
distintivo del hombre justo.
Hoy, que vivimos tiempos difíciles en los que
la justicia brilla por su ausencia en tantas ocasiones, podemos sentir indignación
al leer estas líneas y compararlas con lo que sucede en el mundo. «Dios mío,
confía tu juicio al rey», dice el salmo. Y a nosotros nos parece que Dios se
equivoca confiando la justicia a los hombres, pues nuestros gobernantes no
aciertan, a veces parecen ir a la deriva o sirven a intereses de otros más
poderosos que se preocupan de todo menos de hacer justicia al «pobre que clama».
Pero en esta fiesta de hoy la Iglesia nos
invita a seguir el camino de los magos de oriente, hombres sabios y letrados, inquietos,
que descubrieron que la auténtica sabiduría y la auténtica justicia estaban
lejos de los palacios y las bibliotecas. Hay una verdad y una justicia que no perecen,
y que los magos descubrieron encarnadas en un niño. Por eso se postraron ante
él y lo adoraron, como a Dios y como a rey. Dios es la fuente de todo bien, de
toda justicia, de toda paz. Su respuesta a todos los problemas del mundo fue enviar a su Hijo. Y él nos mostró que su reinado no se sostiene en el poder, sino en el
amor y en la donación. Por eso todos los pueblos de la tierra deberían
«postrarse», es decir, ser humildes, reconocer y escuchar esta verdad. Es tarea
imposible intentar imponer la justicia sin la base sólida del amor. Solo el
amor nos podrá liberar y salvar.
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