16 de noviembre de 2013

El Señor llega

Salmo 97

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y todo cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

Los versos de este salmo nos hablan de un Dios poderoso, glorioso, de un rey que gobierna el universo entero. Toda la Creación se rinde ante él y lo aclama. Con imágenes de vigorosa belleza, el salmista nos muestra un mar rugiente que con su oleaje también alaba al Creador, un monte que aclama a su Señor, un río que canta su majestad.

La ciencia, en su avance, nos muestra que existen unas leyes físicas que rigen el mundo de la materia y la energía. Creer en la existencia de un ser superior que todo lo ha creado es una opción de fe, pero muchos pensadores son los que apuntan que, tras el orden y la asombrosa precisión de las leyes naturales, se atisba la inteligencia y el amor del Creador. De la misma manera que el genio de un artista se refleja en su obra, en la belleza prodigiosa del universo y en sus leyes también se manifiesta la grandeza de quien lo creó.

En el último verso leemos: «regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud». Tras estas palabras, vemos cómo el pueblo judío reconoce la existencia de una ley, previa a la existencia humana, que todo lo rige. Es una ley que trasciende el mundo natural: la ley de Dios, que es amor y donación pura.

En su consagración del templo de la Sagrada Familia, el Papa habló de cómo Gaudí había aunado la naturaleza y la revelación de Dios. Las piedras del templo recogen la maravilla del mundo creado y a la vez apuntan a una vida eterna que trasciende la materia, intentando plasmar la fuerza del espíritu. Naturaleza y divinidad se hermanan en este templo. Dios es la medida del hombre, nos dice el Papa. Un Dios cuya gloria es la plenitud de su criatura, un Dios cercano y amigo, Señor de la belleza y fuente de la belleza misma.

En un mundo convulso, y entre lecturas de talante apocalíptico como las que leemos este domingo, es fácil caer en el escepticismo y la incredulidad, incluso en la indignación. ¿Dónde está ese rey justo, dónde está Dios, en medio de las calamidades que vemos y vivimos? Estas lecturas no nos quieren hundir en la desesperación, sino elevarnos la vista. Hay una realidad más profunda, quizás no tan evidente, pero cierta, que todo lo sostiene y que nos mantiene vivos. No perdamos nunca la esperanza en Dios, el único que no falla, el único que no se agota ni nos abandona. Él es más grande que todo el mal del mundo. Todo lo contiene y todo lo sustenta. Tampoco nos dejará huérfanos. Sepamos abrirnos a la trascendencia y acoger su amor.

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