19 de agosto de 2021

El Señor, amigo de la fiesta


Salmo 33

Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,su alabanza está siempre en mi boca;mi alma se gloría en el Señor:que los humildes lo escuchen y se alegren. 

Los ojos del Señor miran a los justos,sus oídos escuchan sus gritos;pero el Señor se enfrenta con los malhechores,para borrar de la tierra su memoria. 

Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra fe sus angustias;el Señor está cerca de los atribulados,salva a los abatidos. 

Aunque el justo sufra muchos males,de todos lo libra el Señor;él cuida de todos sus huesos,y ni uno solo se quebrará. 

La maldad da muerte al malvado,y los que odian al justo serán castigados.El Señor redime a sus siervos,no será castigado quien se acoge a él. 


De nuevo leemos este salmo 33, un salmo que expresa por un lado un deseo, y por otro la alegría de ver este deseo cumplido.

Los salmos son oraciones que nos resultan muy cercanas, por su humanidad y por los sentimientos que desprenden. Todos podemos reconocernos en ellos: angustia, petición de auxilio, alegría por la salvación, incluso actitudes que nos parecen poco cristianas se ven reflejadas en ellos: el deseo de premio para los buenos y castigo para los malos. Sabemos que Dios es un padre bueno que hace brillar el sol sobre justos y pecadores, como señaló Jesús. Pero nuestro anhelo de justicia es muy humano, y la Biblia lo recoge. Por otra parte, también es cierto que quien lleva una vida ordenada, buena y justa, acaba recogiendo buenos frutos, y que quien anda “torcido” acaba topándose con las consecuencias de sus actos, muchas veces. En cierto modo, todos recogemos un poco lo que sembramos, aunque no siempre sea así.

Pero en este salmo destaca la alegría y la gratitud. Cuando pedimos ayuda al cielo, Dios nunca hace oídos sordos. Quizás tarde un poco en responder, o responda de manera diferente a como imaginábamos, pero su ayuda no dejará de llegar. La persona que se siente bendecida y apoyada, más allá de merecerlo o no, reconoce la mano de Dios en su camino y estalla en alabanzas: «Bendigo al Señor en todo momento… que los humildes escuchen y se alegren».

¿Por qué los humildes? Porque es necesaria la humildad para darnos cuenta de que muchas de las cosas buenas que disfrutamos no son necesariamente un premio a nuestros esfuerzos, ni un resultado de nuestro trabajo, sino un regalo del cielo. Lo más importante que tenemos, la vida, los seres amados, el planeta donde vivimos y la consciencia con que podemos disfrutarlo, todo es un don. No nos lo hemos dado a nosotros mismos. Tampoco nos hemos dado nuestras aptitudes, nuestros talentos, nuestros recursos. Quizás hemos logrado superar una crisis o una dificultad con nuestro esfuerzo e ingenio. Pero ¿quién nos dio la inteligencia y las fuerzas para lograrlo?

Esta humildad nos ayudará también a ser más sensibles y solidarios con los demás. Entenderemos sus penas y sus desafíos, como los nuestros, y los ayudaremos. La ayuda de Dios con frecuencia viene por manos humanas; nosotros también podemos ser «manos de Dios» para otros.

Finalmente, quisiera destacar el estribillo que cantamos hoy: Gustad y ved qué bueno es el Señor. La presencia de Dios en nuestra vida no es algo imaginario, puramente espiritual, que podemos intuir o presentir sólo en nuestro corazón. Gustar y ver son dos verbos sensoriales: hablan de los sentidos físicos: sabor, vista. Un pequeño libro precioso habla de gustar, ver, oler, oír y tocar a Dios. Sí, Dios se puede tocar, oler, saborear… Porque sus bienes no son meramente espirituales, sino también materiales. Él nos ha hecho corpóreos y nos ha dado una vida en un universo físico, lleno de bellezas palpables. Dios no nos va a ayudar solamente con impulsos, deseos e ideas, sino con hechos y cosas que podemos ver y tocar. Y nos regalará el deleite, que, al igual que la salud, es una cualidad de su Reino. Si alguien creyó que Dios era muy serio y enemigo de las fiestas se equivocaba. La alegría, el placer y el disfrute son de Dios. La fiesta es de Dios.

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