27 de agosto de 2021

¿Quién puede hospedarse en tu tienda?


Salmo 14


Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.


¿Quién puede hospedarse en la tienda de Dios? Es una hermosa imagen que nos traslada a los tiempos del éxodo, cuando el pueblo nómada viajaba de un lugar a otro y también Dios tenía un templo ambulante, una tienda en la que se alojaba su divinidad.

En lenguaje cristiano, diríamos: ¿quién puede entrar en el cielo? O en términos más actuales: ¿Quién puede vivir junto a Dios? Si queremos hablar en un lenguaje más místico podríamos decir: ¿quién tiene a Dios en su interior? ¿Quién se llena de su presencia?

Porque todos ansiamos entrar en ese reino, esa dimensión sobrenatural donde se vive en plenitud, donde se halla la paz y la felicidad sin límites. Aunque vivimos en un mundo complicado, lleno de problemas, limitado por todas partes, nuestro corazón ansía ese cielo donde la belleza, la bondad y la verdad se encuentran en su plenitud.

Pues bien, los salmistas, que cantan una honda experiencia de Dios, nos dicen que el reino de Dios no está tan alejado del reino de los hombres. Que el cielo en la tierra no es algo que esté fuera de nuestro alcance. Que para alojar a Dios entre nosotros no necesitamos hacer grandes cosas: basta con que abramos nuestras puertas al vecino, al hermano, al prójimo que necesita de nosotros. El salmo de hoy nos viene a decir que el reino del cielo empieza en la tierra, y que a Dios le preocupan los asuntos humanos, tanto o quizás más que a nosotros mismos.

¿Quién entrará en el cielo? ¿Quién se alojará en presencia de Dios? El salmo va repasando: el que es honrado, practica la justicia, no difama, no hace daño, respeta a los creyentes, no hace usura ni acepta sobornos. En definitiva, se trata de cumplir los mandamientos, esos principios básicos de convivencia y honestidad que, si se cumplieran, harían que nuestro mundo fuera mucho mejor.

Fijémonos que Dios no pide cosas extraordinarias ni místicas: no pide grandes sacrificios, ofrendas, oraciones o prácticas ascéticas. No pide acciones especialmente “espirituales”, sino que nos comportemos bien en nuestro día a día y que no cedamos a las tentaciones, tan habituales, de la  codicia, la crítica, el orgullo y el desprecio.

A veces pensamos que estaremos más cerca de Dios por ir mucho a la Iglesia o por mucho rezar. Esto es buenísimo, y agrada a Dios, por supuesto. Pero muchas personas creyentes y practicantes olvidan, en cambio, ser generosas, ayudar a los pobres, y les encanta criticar y sacar los defectos a los demás. Nuestra actitud hacia el dinero y lo que hacemos con la lengua nos aleja de Dios, porque a menudo es egoísta y perjudica a los que nos rodean. Olvidamos que la segunda parte del gran mandamiento, que los engloba a todos, es “amar al prójimo como a uno mismo”. Nos quedamos en Dios… y nos olvidamos del otro. Cuando el otro es la imagen más próxima, más perfecta y más asequible de nuestro Creador.

¿Queremos alojarnos en la tienda de Dios? Abramos nuestra tienda a nuestros hermanos, abramos nuestro corazón a ayudarles, y digamos "no" a todo cuanto pueda perjudicarles. Es un primer y gran paso para vivir el reino del cielo aquí en la tierra.

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