22 de julio de 2022

Te invoqué y me escuchaste

Salmo 137


Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.

El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo.

Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.


En un mundo autosuficiente, donde Dios parece que sobra, donde el hombre tiene poder y cree dominar la naturaleza, este salmo resuena con voz extraña y bella, como el gorjeo del agua de un manantial podría sonar en medio del rugido de una gran urbe.

Frente al hombre libre y poderoso, la voz del salmo es la de quien se ha sentido pequeño y limitado. No somos dioses. Sentimos miedo y palpamos nuestra debilidad cuando los problemas nos acucian y tensamos nuestros límites.

Pero tampoco es la voz trágica del hombre que se siente juguete a merced del destino, del azar, o de un dios caprichoso. Porque los salmos son el canto del hombre que no sólo cree, sino que confía en Dios.

Un Dios eterno, no sólo omnipotente, sino bueno, capaz de enternecerse, de amar, de sufrir por su criatura, es la respuesta al vacío existencial que tan a menudo nos ataca cuando rozamos nuestros límites y todo parece perder sentido.

Confiar en Dios acrecienta el valor. El alma abatida revive, apoyada en la certeza de saberse amada. Y el amor auténtico, el amor infinito, propio de Dios, es leal y firme. “Supera tu fama”, dice el salmista. El amor de Dios llega más lejos de lo que podamos imaginar.

Dios, continúa el salmo, se fija en el humilde y conoce al soberbio. ¡Cómo no va a conocernos, pues él nos hizo! Conoce también los entresijos y tentaciones de nuestra alma, tan dada a la soberbia cuando las cosas nos salen bien, tan propensa a la tristeza cuando se nos tuercen. También podríamos decir, desde la otra perspectiva: el soberbio no conoce a Dios. Quiere barrerlo de su vida porque aparentemente no lo necesita. O quizás, en su soberbia, se fabrica la imagen de un dios irreal, a su propia imagen de humano enaltecido en su vanidad, ebrio de su inteligencia y poder. Siempre ha habido en la humanidad esa tentación de divinizarse, de hacerse dios.

En cambio, el humilde sí conoce a Dios, porque su mente y su corazón están abiertos. En la necesidad, experimentamos la lucidez del realismo y abrimos las manos para recibir ayuda. Y Dios da mucho más que ayuda, consuelo y apoyo. En realidad, se nos da a sí mismo. Todo su amor en nuestras manos. Y todo nuestro ser puede reposar en su pecho amoroso. De ese abrazo místico afloran las palabras de agradecimiento y de alabanza: ¡Somos amados!, como las de este salmo.

24 de junio de 2022

Señor, tú eres el lote de mi heredad

Salmo 15


Tú eres, Señor, el lote de mi heredad

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Digo al Señor: Tú eres mi bien. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.

Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.


A menudo las gentes critican a la Iglesia y también a los  cristianos. Atacan a la institución de mil maneras, por su rigor y su poder, y a nosotros, los creyentes, nos acusan de ser incoherentes con lo que creemos y predicamos, o bien se nos atribuyen toda clase de ideas y actitudes disparatadas, a veces bien lejos de la realidad.

Pero este salmo nos recuerda una cosa innegable. La Iglesia está formada por seres humanos y, como tales, somos falibles, imperfectos y pecadores. Cometemos muchos errores, incluso causamos daño, queriendo o no. Somos vasijas de barro, a veces muy sucias y deterioradas… Qué fácil es que nos desprecien y qué fácilmente podemos caer en el desánimo ante las críticas.

Pero esas ánforas de barro, sucias y rotas, contienen un tesoro inmenso, no comprado ni conseguido, sino regalado. Es esa joya maravillosa lo que hemos de ver y mostrar. Dios se ha fiado de nosotros y se nos ha dado: él es, verdaderamente, el lote de nuestra heredad. Él llena nuestra copa, él nos cubre, nos protege y aún más: nos habita. Con Cristo, los versos del salmo todavía adquieren mayor significado. En la comunión, lo recibimos dentro de nosotros, y desde dentro nos instruye, iluminando nuestra conciencia y nuestra voluntad.

Por eso, aunque seamos pecadores, aunque nos sintamos pequeños, cargados de defectos y de fallos, podemos exultar de alegría y tener paz interior: «se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena». ¡Qué expresivos son estos versos! Sí, la paz interior no la conseguiremos por nuestros medios, sino cuando nos dejemos inundar por la presencia de Dios. Y con la paz, llegará el gozo. Dios, lejos de ser el gran juez represor de la humanidad, es su liberador, su alegría y aquel que puede saciar nuestra hambre de plenitud. 

Dios no nos quita nada, nos lo da todo... y se nos da a sí mismo, el máximo regalo que jamás hayamos podido soñar.

17 de junio de 2022

Tú eres sacerdote eterno...



Salmo 109


Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.» 
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.» 
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»

Este salmo, que parece dirigido a un rey o a un sacerdote, hay que leerlo a la luz de una convicción que fue creciendo en la comunidad del antiguo Israel, hasta permear toda su existencia: la firme consciencia de ser una comunidad santa, donde cada uno de sus miembros es sacerdote, hombre llamado y elegido por Dios (Éxodo 19, 6 y Deuteronomio 4, 20).

No es un sacerdocio establecido por los hombres, sino otorgado por Dios. Cada uno de nosotros está llamado por Dios. Cada uno es predilecto, escogido y amado por él. Los bautizados, por el hecho de serlo, estamos consagrados a él. Este es el sentido del sacerdocio que compartimos todos los cristianos. Participamos de la  divinidad porque Dios nos quiere hacer hijos suyos.

Con esta convicción se supera el dualismo o separación entre vida cotidiana y liturgia. Para el buen israelita, toda la vida es una liturgia. Para el cristiano, toda la vida es una ofrenda a Dios. No debería haber divorcio alguno entre nuestra creencia religiosa y los restantes aspectos de nuestra cotidianidad. Estamos llamados a vivir la unidad de vida y a convertir cada uno de nuestros días en una eucaristía, una acción de gracias, una celebración agradecida por el don de existir y ser amados.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento… yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora». Ante Dios, todos somos príncipes engendrados desde antes que existiera el tiempo. Estos versos recogen esta certeza: la de sentirse amado profundamente, por un Amor tan grande que es el que nos ha dado la existencia y nos sostiene en ella. El soplo de Dios anima nuestra carne y nos da el oxígeno y la vida a cada momento. Y como Dios es eterno, su amor también lo es. Por eso la consagración a él es igualmente eterna.

28 de mayo de 2022

Dios asciende entre aclamaciones


Salmo 46


Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.


El salmo de hoy acompaña las lecturas de la Ascensión de Jesús como una sinfonía triunfal y exultante. Es un salmo con tintes épicos, teñido también de gozo. Sus versos desprenden luz y alegría: la exaltación de ánimo de aquel que “ve”, reconoce y aclama la grandeza de Dios.

Qué fácil es admirarse ante la belleza del mundo, ante la grandiosidad de un paisaje o ante las maravillas del universo. Para muchos, agnósticos o escépticos, todo es fruto del azar. La realidad puede ser hermosa o terrible, pero siempre es desconcertante y desborda la capacidad de comprensión. Los interrogantes no hallan respuesta. Ante la falta de una explicación que dé sentido a todo cuanto existe, el corazón enmudece.

Pero quien sabe ver detrás de toda esta belleza la mano de un Dios Creador prorrumpe en exclamaciones como las de este salmo. La música es el mejor vehículo para transmitir lo que parece inefable: “batid palmas, tocad, tocad para nuestro rey”. La admiración y la alabanza impulsan la creatividad humana. El hombre se anima a imitar a Dios entonando un cántico, plasmando una imagen, modelando una escultura o danzando con su cuerpo. Toda manifestación de arte, en cierto modo, es un destello de la divinidad que alienta en cada ser humano.

Aún hay más. El salmo llama a Dios “rey”. El pueblo judío vivió muchos años sin monarquía y sus profetas se resistían al yugo de los reyes. En su fe, únicamente Dios merece el título y el honor de un soberano. Así ha sido también para los santos, que no han postrado su rodilla ante ningún poder temporal, solo ante Dios. Esta convicción tiene consecuencias profundas. Adorar solo a Dios, que es amor y que desea nuestra plenitud, significa liberarse de muchos temores, condicionantes y “respetos humanos”, que a menudo nos esclavizan y empequeñecen nuestro espíritu. Adorar solo a Dios supone descartar los ídolos, ¡y nos rodean tantos! Las monarquías y los poderes terrenales suelen someter a las personas; debemos “amoldarnos” para encajar en una sociedad y ser aceptados y aplaudidos. Hemos de plegarnos a un pensamiento modelado para uniformizarnos, a unas ideas que nos engañan y, lejos de construirnos, nos esclavizan. O bien hemos de someternos a unas leyes disfrazadas de justicia porque así lo han decretado quienes detentan el poder. Quizás para algunos, que adoptan el pensamiento freudiano, “matar a Dios” signifique la liberación del hombre. Tal vez se han forjado una imagen muy errada de Dios, y olvidan que cuando Dios es apartado del mundo y el ser humano ocupa el lugar divino comienza una esclavitud terrible y a menudo arbitraria. El gran tirano del hombre es el mismo hombre. En cambio, cuando Dios es rey, el hombre alcanza su libertad.

14 de mayo de 2022

El Señor es bueno con todos


Salmo 144


Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

Este salmo muestra algunas de las características que distinguen radicalmente al Dios de Israel de las divinidades de otros pueblos de la antigüedad. En las mitologías antiguas, los dioses se enzarzaban en luchas y rivalidades entre ellos, haciendo a los seres humanos partícipes de sus epopeyas y, en ocasiones, castigándolos o utilizándolos para sus fines. Era una creencia común que las catástrofes, ya fueran naturales o provocadas por mano del hombre, tenían su origen en la cólera divina.

En la fe del pueblo hebreo se va dilucidando, de forma cada vez más nítida, la imagen de un Dios que no sólo rechaza utilizar a los seres humanos, sino que los ama tiernamente. Un Dios que es Padre, que es “lento a la cólera y rico en piedad”, que es “cariñoso con todas sus criaturas”. Dios no pertenece al mundo ni es una fuerza natural devastadora; Dios es el creador del mundo y, como buen progenitor, lo ama y lo cuida.

Esta consciencia de saber que Dios es superior a su creación se refleja en las expresiones de realeza: se le atribuyen a Dios “la gloria y la majestad” de un rey; se habla de sus proezas y de su reinado. Dios es el gran rey, en la fe del pueblo judío. Es el único que, por ser creador, tiene potestad sobre la naturaleza y los hombres. Pero no es un ser colérico y vengativo, sino fundamentalmente bueno.

Y esta consciencia lleva a la admiración y a la alabanza. El salmo no ve a este Rey del universo como un déspota arbitrario, sino como un padre cercano que rebosa afecto. Lejos de una visión freudiana de Dios y su poder, los salmos nos revelan una experiencia de Dios muy íntima y gozosa. La actitud hacia Dios no debería ser nunca de miedo, ni tampoco de rechazo o de rebeldía, sino de agradecimiento y alabanza. ¿Por qué? Por la belleza de lo creado, por la grandeza de todo lo que existe y, sobre todo, por el don inmenso de existir y de ser conscientes de ello.

Cuando alguien experimenta la maravilla de existir y comprende que levantarse cada día es un milagro, el corazón rebosa de agradecimiento y los labios cantan.

Cuando te invoqué me escuchaste