16 de agosto de 2024

Gustad y ved qué bueno es el Señor


Salmo 33

Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Todos sus santos, temed al Señor, porque nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada.
Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?
Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El estribillo de este salmo es de una belleza fresca y sorprendente. Gustad y ved. No nos habla de fe ciega, tampoco de conocimiento intelectual o de razones. La bondad del Señor no solo se sabe o se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La experiencia de Dios no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del pensamiento y empapa toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del corazón y de los sentidos. Y su sabor es bueno. Su experiencia es dulce y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos fortalece.

A continuación, el salmo habla de una actitud poco comprendida y a veces mal interpretada: el temor del Señor. ¿Qué significa temer a Dios? Para muchos, es reconocimiento de su grandeza y respeto ante su poder. Para otros, implica obediencia incondicional, sumisión. Para otros, adoración ante su misterio. Para los detractores de la fe, por supuesto, es una forma de atar a los fieles para someterlos a los dictados de los líderes religiosos.

En muchos lugares de la Biblia se habla de este temor de Dios. ¿Cómo  conjugarlo con las palabras que acabamos de pronunciar: gustad y ved qué bueno es el Señor?

Un teólogo dijo que temor de Dios no es espanto de él, sino miedo a perderle, miedo a alejarse de él, miedo a romper con él. Es el temor a perder lo más valioso, lo más bello e importante de nuestra vida. Y este temor está fundado en un profundo amor. ¿Quién no sufre o teme perder lo que más ama?

“Nada les falta a los que le temen”, “no carecen de nada”. Estas frases me llevan a aquella tan conocida de Santa Teresa: “Solo Dios basta; quien a Dios tiene, nada le falta”. Creo que por aquí hemos de entender el “temor de Dios”. Ha de ser ese deseo de que jamás falte de nuestra vida, que siempre esté presente, cercano. Que todo cuanto hagamos sea ante su presencia, por él y con él. Porque Dios, lejos de ser un policía controlador de nuestros actos, es la presencia amorosa que llena de sentido y plenitud cada minuto de nuestra vida.

Actuar con Dios supone justicia, bondad, generosidad, verdad. El último verso del salmo detalla cómo obran los que “temen a Dios”: apartándose del mal y de la mentira, buscando la paz. Verdad, paz, bien, esto son señales seguras de que Dios está cerca.

9 de agosto de 2024

Gustad y ved...


Salmo 33


Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Todos sus santos, temed al Señor, porque nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada.

Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?

Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

La estrofa de este salmo es de una belleza fresca y sorprendente. Gustad y ved. No nos habla de fe ciega, tampoco de conocimiento intelectual o de razones. La bondad del Señor no solo se sabe o se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La experiencia de Dios no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del pensamiento y empapa toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del corazón y de los sentidos. Y su sabor es bueno. Su experiencia es dulce y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos fortalece.

A continuación, el salmo habla de una actitud poco comprendida y a veces mal interpretada: el temor del Señor. ¿Qué significa temer a Dios? Para muchos, es reconocimiento de su grandeza y respeto ante su poder. Para otros, implica obediencia incondicional, sumisión. Para otros, adoración ante su misterio. Para los detractores de la fe, por supuesto, es una forma de atar a los fieles para someterlos a los dictados de los líderes religiosos.

En muchos lugares de la Biblia se habla de este temor de Dios. ¿Cómo  conjugarlo con las palabras que acabamos de pronunciar: “gustad y ved qué bueno es el Señor”?

Un teólogo dijo que temor de Dios no es espanto de él, sino miedo a perderle, miedo a alejarse de él, miedo a romper con él. Es el temor a perder lo más valioso, lo más bello e importante de nuestra vida. Y este temor está fundado en un profundo amor. ¿Quién no sufre o teme perder lo que más ama?

“Nada les falta a los que le temen”, “no carecen de nada”. Estas frases me llevan a aquella tan conocida de Santa Teresa: “Solo Dios basta; quien a Dios tiene, nada le falta”. Creo que por aquí hemos de entender el “temor de Dios”. Ha de ser ese deseo de que jamás falte de nuestra vida, que siempre esté presente, cercano. Que todo cuanto hagamos sea ante su presencia, por él y con él. Porque Dios, lejos de ser un policía controlador de nuestros actos, es la presencia amorosa que llena de sentido y plenitud cada minuto de nuestra vida.

Actuar con Dios supone justicia, bondad, generosidad, verdad. El último verso del salmo detalla cómo obran los que “temen a Dios”: apartándose del mal y de la mentira, buscando la paz. Verdad, paz, bien, esto son señales seguras de que Dios está cerca. 


2 de agosto de 2024

Trigo celeste


Salmo 77


El Señor les dio un trigo celeste.
Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder.
Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste.
Y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. Los hizo entrar por las santas fronteras, hasta el monte que su diestra había adquirido.

Este salmo recuerda el episodio del Éxodo en el que el pueblo israelita pasaba hambre y clamó contra Moisés y Aarón: «Nos habéis sacado de Egipto, donde nos hartábamos, para morir de hambre en este desierto». Entonces Dios les envió el maná, con el que se alimentaron durante su largo periplo.

El salmo no recuerda el descontento del pueblo, sino la gratitud ante el poder de Dios y su bondad. De nuevo la Biblia nos muestra un Dios providente y provisor, como la madre que alimenta a sus retoños. Y lo hace mostrando su poder, pues en sus manos está el obrar prodigios y hacer llover pan del cielo.

Vemos aquí al mismo Dios del Génesis, que se preocupa por el alimento y el vestido de sus hijos. Es una imagen que nos muestra un Dios cercano, humano y sensible a nuestras necesidades materiales.

Penetrando en el mensaje tras estas líneas, podemos pensar que, ciertamente, y sin necesidad de prodigios, Dios nos alimenta con «trigo celeste». ¿Acaso no es el creador del mundo y de la vida? El mayor milagro es que exista el universo, y dentro de él, un planeta verde y fértil con una naturaleza generosa y abundante que puede alimentar a todos los seres vivientes. Pero en este planeta ha surgido otro milagro aún mayor si cabe: una consciencia maravillosa y creativa, la mente humana. Con la riqueza de la naturaleza y nuestra mente podemos vivir una vida plena y digna.

Todo cuanto tenemos, desde el aire hasta el alimento, desde el aliento vital hasta la inteligencia de nuestro cerebro, es puro don. Si recordamos esta realidad, si sentimos que todo es regalo de Dios, nos será fácil comprender el espíritu de este salmo: la gratitud. Y de ahí se desprende otra actitud: el respeto hacia todo lo creado, el cuidado de la naturaleza, una ecología sana que nos hará comprender que no somos dueños, sino administradores, y que no podemos explotar impunemente ni abusar de los recursos que están a nuestro alcance.

Agradece y canta quien es consciente de que ha recibido mucho. El salmo utiliza verbos muy expresivos: oír, aprender, contar. Son los verbos que caracterizan el testimonio, el anuncio, la noticia. Quienes no vieron cara a cara el prodigio, lo escucharon de sus padres y lo hicieron parte de su vida. Ese es el sentido profundo de «aprender». Y cuando algo forma parte de ti, algo importante que te construye como persona y que marca tu historia, no puedes menos que anunciarlo, comunicarlo, esparcirlo. 

Así es como se consolida la fe de un pueblo y cómo se genera una cultura. A partir de una experiencia impactante y liberadora, contada y recordada por generaciones, el presente queda vinculado a un pasado y proyectado a un futuro. La experiencia fundacional de Israel es esta: la de un Dios liberador y providente, que jamás desatiende el clamor de su criatura.

27 de julio de 2024

Abres la mano, Señor, y nos sacias


Salmo 144


Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de todos los que le invocan, de los que lo invocan sinceramente.


Este salmo es quizás uno de los que más se leen durante el año litúrgico. Sus versos nos revelan el rostro de un Dios clemente, cariñoso, como un padre bueno y generoso, hasta la esplendidez, con todas sus criaturas.

Lejos está la imagen de este Dios de las divinidades de otros pueblos, poderosas, sí, pero alejadas de sus criaturas. Incluso en el pensamiento cristiano se ha infiltrado a menudo esa idea del Dios remoto, grande y poderoso, que, o bien es indiferente a los avatares de sus criaturas, o bien las somete a su capricho y voluntad.

El pueblo hebreo intuyó que Dios, creador, también era alguien cercano a su criatura. No sólo era poderoso, sino bueno. No sólo era sabio, sino justo en el sentido que ellos entendían: leal, generoso, capaz de amar incondicionalmente a todos, aún sin merecerlo.

Las lecturas de hoy nos hablan del pan, del hambre, de la sed. Se pueden leer desde un punto de vista material: el ser humano necesita alimento y bienes para sostenerse y vivir con dignidad. Y Dios provee de todo lo necesario: en la naturaleza, encontramos cuanto necesitamos, hay suficiente para todos.

Es el afán de poder humano el que dificulta las cosas, provoca conflictos y genera pobreza y desigualdad. Jesús, multiplicando los panes, hará un signo con un gran significado: somos responsables de una repartición de bienes justa que llegue a todos. Pero también aludirá a otra hambre, a otro pan. ¿Por qué tantas personas lo seguían? Porque estaban sedientas de otro alimento: el sentido, la trascendencia, el amor. Y Jesús no sólo dará pan de harina, sino que se dará a sí mismo como alimento para saciar el alma hambrienta.

Nosotros, a imitación de Jesús, y a imitación del Padre, ese Dios magnánimo del salmo, estamos invitados a la generosidad. Estamos llamados a estar atentos a las necesidades de los demás, a escucharles, a abrir las manos y dar lo que tenemos, compartiendo nuestros bienes.  Estamos llamados a no hacer oídos sordos ni a esquivar los problemas de los demás.

Cuando algunas personas nos echan en cara a los creyentes por qué Dios permite tanta hambre y tantas injusticias en el mundo, deberíamos pensar muy a fondo en esas protestas. Es cierto que Dios nos hace a todos libres y responsables para que nos organicemos en sociedades regidas por la justicia. Y es muy fácil echar la culpa a otros —a los gobernantes, a los banqueros, a los grandes empresarios— de todos los males que ocurren. Pero los cristianos, ¿estamos dando testimonio del Dios bueno en que creemos? ¡Nosotros somos la mano de Dios! Podremos responder que Dios está al lado de los que sufren, luchando por alimentarlos de pan y de amor, si nosotros estamos comprometidos, haciendo algo por remediar sus necesidades.

Dios está cerca de todos. Pero en su delicadeza y respeto, no nos invade ni quiere arrollarnos con su poder. Sentiremos su cercanía si damos un primer paso, sencillo, quizás muy pequeño: «cerca está el Señor de los que le invocan sinceramente». Si le llamamos, con sinceridad y auténtico deseo de su presencia, Él acudirá. Porque nosotros podemos ser duros de oído, pero Dios está siempre atento a la súplica de nuestro corazón.

19 de julio de 2024

El Señor es mi pastor

Salmo 22


El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Las palabras de este salmo nos resultan muy familiares. Es, quizás, el más recitado y cantado de todos. Lo solemos escuchar en funerales, pero también en ocasiones más alegres y festivas. Es una oración de confianza total en Dios.

El salmo toma imágenes del antiguo testamento propias de los reyes, y las asocia a Dios. Así, en Israel un rey era considerado pastor del pueblo, guía y protector. El rey era ungido. La vara y el cayado son a la vez símbolo de realeza y de defensa, de protección.

Nos fortalece saber que Dios está ahí, cercano, como presencia amorosa que vela por nosotros. Sin embargo, buena parte de nuestra sociedad moderna, descreída, ha visto en esta fe un consuelo para mentes simples, o una invención para sentirse amparado por una seguridad ficticia. Además, la idea de que alguien nos “pastoree” es rechazada. El hombre maduro debe ser libre y autónomo, nadie tiene por qué guiarlo a ningún sitio: él mismo es su propio guía y director.

Sólo quien se deja guiar y confía en Aquel que le ama sabe cuán ciertas son las palabras del salmo. También hay que tener valor para confiar. Y confiar en Dios supone confiar en las personas que pone en tu camino, aquellas que sin interés alguno solo desean tu bien.

A veces los caminos de Dios parecen arriesgados; no son rectas fáciles que atraviesan llanuras, sino veredas que ascienden montañas escarpadas. La vida, para quien quiere vivir con autenticidad, no es siempre un mar plácido. Pero cuando se escucha y se cuenta con Dios, todo se puede superar. Con él, somos capaces de todo. “Todo lo puedo en Aquel en quien confío”, decía San Pablo. Y no sólo nos hacemos fuertes, sino que Dios, que nos ama, nos guía hacia lo que verdaderamente nos hace crecer, desplegar nuestro potencial, hacia lo que nos hace felices. A veces hemos de reconocer que él sabe mejor a dónde llevarnos. ¡Tan sólo necesitamos fiarnos!

Cuando te invoqué me escuchaste