19 de diciembre de 2009

Danos vida, restáuranos

Salmo 79

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.

En consonancia con las lecturas de hoy, pre-navideñas, el salmo que leemos nos habla de Dios como Señor de la vida.

Su poder resplandece: la Creación entera, el universo, el mundo, habla de su grandeza. Los ángeles le sirven.

En su mentalidad antigua, los salmistas eligieron imágenes a menudo bélicas para describir a Dios —Dios de los ejércitos— o bien tomadas de la cultura agraria que conocían —el señor que planta una viña y la cultiva con amor. Con estos símiles, están expresando, por un lado, que Dios no es ajeno a la vida y a la naturaleza, que son creación suya y que sostiene y alienta. Por otro, también nos señala que Creador y obra no son una misma cosa. Por eso Dios cuida de lo que ha creado y ninguna realidad del universo palpable le es indiferente. Su mano creadora también es restauradora y protectora.

Pero la fe hebrea ya atisba esa centralidad humana que recoge el Cristianismo. El hombre es su “escogido”, el que fortaleció. El hombre es la criatura semejante a su creador, la que puede hablar con él, imitarle en su impulso recreador, ayudarle a completar su obra. Es la criatura que, por encima de todo, puede amarle y también sentirse amada por Él.

«No nos alejaremos de ti: danos vida», rezan los versos del salmo. Más allá de la vida biológica, que Dios nos ha dado, tenemos esa otra vida plena, de la que somos conscientes y que todos en el fondo anhelamos. Esa vida que nos rescata del sinsentido y del miedo, que da un significado a nuestra existencia, se halla cuando nos acercamos libre y voluntariamente a Dios. Más aún, cuando le abrazamos y nos aferramos a Él. Acogerle es nuestra Navidad. Invocarle es ya una manera de invitarle y hacerle presente en nosotros.

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