11 de octubre de 2014

Habitaré en la casa del Señor

Salmo 22

Habitaré en la casa del Señor por años sin término.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Para el pueblo de Israel, de origen nómada, la imagen de un pastor es muy expresiva: el pastor cuida de las ovejas, las lleva a buenos pastos, las defiende del peligro y ellas están seguras. Es una imagen que asociaron a Dios y, posteriormente, a sus reyes y gobernantes.

El pastoreo de Dios no es una autoridad opresiva, sino un cuidado amoroso. Estamos muy lejos de esa imagen arcaica y oscurantista de la religión, que ve la fe como un instrumento de represión que se vale del miedo. Al contrario, la fe en Dios nos da coraje, ánimo, alegría. Dice el salmista que la bondad y misericordia acompañan al que se deja guiar por él, todos los días de su vida.

Habitar en la casa del Señor es otra imagen hermosa y entrañable: no se trata de una mansión física, sino del mismo corazón de Dios. Habitar en su casa es vivir en su presencia, caminar bajo su mirada, contar con él en todo momento. “Casa” denota hogar, calidez, familiaridad. El Dios que Israel fue descubriendo a lo largo de su historia no era un ídolo lejano, caprichoso e insensible a las necesidades humanas. Era el Dios compasivo, amable y bueno, cuya imagen se aproximaba mucho al Dios Padre de Jesús de Nazaret.

Recitar los versos de este salmo con calma, conscientes de cuanto dicen, nos aporta paz interior, serenidad y valor. Dios nos guía hacia lo que realmente anhelamos. Como decía un sacerdote, ¿cuándo nos convenceremos de que Dios está empeñado, mucho más que nosotros, en que seamos felices? Dejémonos guiar por él. Confiemos en él. Y la copa de nuestra vida rebosará.

1 comentario:

  1. Nos olvidamos constantemente de que no se mueve ni una sola hoja de un arbol si Dios no lo permite i nos empeñamos en no dejarle actuar en nosotros. Nuestro egocentrismo es superior a su bondad.

    ResponderEliminar

La piedra desechada