17 de octubre de 2014

Aclamad la gloria del Señor

Salmo 95

R/.
 Aclamad la gloria y el poder del Señor

Cantad al Señor un cántico nuevo, 
cantad al Señor, toda la tierra. 
Contad a los pueblos su gloria, 
sus maravillas a todas las naciones. R/.

Porque es grande el Señor, 
y muy digno de alabanza, 
más temible que todos los dioses. 
Pues los dioses de los gentiles son apariencia, 
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/. 

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, 
aclamad la gloria y el poder del Señor, 
aclamad la gloria del nombre del Señor, 
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. R/. 

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, 
tiemble en su presencia la tierra toda; 
decid a los pueblos: «El Señor es rey, 
él gobierna a los pueblos rectamente.» R/.


Este salmo es un canto al Dios Altísimo, el Dios que el pueblo hebreo descubrió como creador y fuente de todo cuanto existe, superior a todas las criaturas de la Tierra.

En las religiones antiguas se deificaban las fuerzas de la naturaleza y las pasiones humanas. Los dioses se humanizaban y los hombres estaban sujetos a sus caprichos. El pueblo de Israel fue interiorizando una experiencia distinta: Dios está por encima de todo lo creado, por eso su poder y su gloria exceden toda maravilla. Más temible que todos los dioses, el Señor ha hecho el cielo. Solo él merece adoración y ofrendas.

La consciencia de este Dios superior despierta en el creyente una actitud de alabanza y admiración, y también de gratitud por todo lo que ha puesto en nuestras manos. Al mismo tiempo, hace al hombre humilde, le recuerda su condición frágil y mortal, sus límites y el amor que ha recibido.

De ahí que los profetas y los sabios hebreos terminaran rechazando la divinidad que se atribuían los reyes en las naciones que los rodeaban. El único rey, el único dueño, es Dios. Y su ley no es arbitraria ni favorable solo a unos pocos, sino que es justa y para todos.

Gratitud y humildad son dos actitudes bien alejadas del hombre autosuficiente de hoy. Al contrario, parece que en la sociedad priman la autosuficiencia y el orgullo del hombre o de la mujer hecha a sí misma. También hay una tendencia a pensar que todo está en nuestras manos y que nuestro poder no tiene otros límites que los que nuestra mente quiere ponerle. Esto nos puede llevar a verdaderos errores cuando tenemos éxito y a una sensación de fracaso y hundimiento cuando las cosas dejan de irnos bien. Bueno es recordar, como el salmista, que por el solo hecho de existir ya somos receptores de un amor inmenso, el de Dios que nos ha soñado y querido desde el momento de ser concebidos. Bueno es recordar que gozamos de muchísimos dones gratuitos que quizás no sabemos valorar.


Gratitud y humildad: estas dos actitudes nos llevarán a vivir de manera serena y confiada, tanto en los momentos de bonanza como en las épocas en que las tormentas se abaten en nuestra vida.

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