3 de abril de 2010

Este es el día en que actuó el Señor

Salmo 117
Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.

No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.


Resulta asombroso ver cómo los salmos y las escrituras hebreas, aún escritas siglos antes de Cristo, parecen aludir directamente a su vida y a sus obras. Y es porque toda escritura viva, inspirada en una experiencia mística y religiosa, acaba siendo símbolo de vivencias universales que toda persona puede reconocer en su propia historia.

Este es el día en que actuó el Señor. El Dios de Jesús, y el Dios de los cristianos, no es un ser omnipotente y alejado de la humanidad. No se limita a crear el mundo y a dejarlo abandonado a su suerte: actúa, y actúa a favor de los hombres. Tiene la iniciativa, y es una iniciativa movida por su misericordia.

Misericordia es una palabra que vale la pena comprender. En su significado original, es la capacidad de conmoverse hasta las entrañas, con ese afecto profundo que sienten las madres por sus hijos. Dios se conmueve y, derrochando amor, actúa a favor nuestro.

Muchas personas asocian la idea de Dios a poder, a fuerza, a dominio, a creación. Pero los salmos, como el mismo Jesús, nos revelan un Dios que, por encima de todo, es amor y es Vida. Dios ama nuestra vida, y la quiere plena, hermosa, intensa, llena de sentido. Quien se abre a su acción, recibe este regalo.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Se han hecho muchas interpretaciones de esta frase. Para muchos, expresa la preferencia de Dios por los pequeños, por los humildes, por los pobres de espíritu que son capaces de comprender y aceptar su amor. También se ha leído como símbolo de Pedro y los apóstoles: hombres sencillos y comunes, sin ningún valor destacable, son elegidos para fundar la Iglesia. Existe aún otra lectura: esa piedra desechada es el mismo Cristo, rechazado por su pueblo, condenado a muerte, crucificado. Jesús estaba condenado al olvido. Pero no fue así. Tras la resurrección, su presencia traspasa el mundo, su rostro será amado y su nombre jamás será olvidado. Esta frase explica también el designio y el modo de hacer de Dios: el mundo rechaza a los profetas. Los poderosos condenan al hombre justo. El mal quiere enseñorearse de las gentes. Dios responde. El justo, condenado y muerto, resucita y funda una comunidad llamada a crecer y a desafiar al tiempo.

27 de marzo de 2010

Salmo de pasión

Salmo 21
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.»

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

Clavado en la cruz, Jesús recitó las palabras de este salmo, palabras del hombre sufriente, acosado y golpeado por sus enemigos. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Es el clamor de muchas personas que sufren hoy; es quizás también nuestro clamor cuando las dificultades nos aprietan y no vemos una salida. Sentirse abandonado por Dios es la soledad más profunda, más hiriente y completa. Jesús, tan humano como nosotros, no fue ajeno a este dolor. Un dolor que va más allá de lo físico y lo emocional. Es el sufrimiento espiritual, el zarpazo del abismo, la amenaza del vacío.

Después de su entrada triunfal en Jerusalén, tras ser detenido, torturado y condenado, Jesús parece vencido. Su misión puede parecer una derrota. Los versos del salmo reproducen cuanto le sucede: lo cercan, lo arrestan, le taladran pies y manos, se reparten su ropa. No sólo lo atacan a él, sino que lo despojan de todo cuanto tiene y de su dignidad. La burla y el reparto de ropas expresan muy bien esa crueldad absurda que se mofa del vencido, que se ensaña sobre el hombre caído.

Y, sin embargo, el salmo acaba con una alabanza a Dios. ¿Cómo es posible?

Jesús también venció esa última estocada del mal: la tentación de desesperarse, de dejar de creer. En la misma cruz, su súplica angustiada con las palabras del Salmo es al mismo tiempo señal de que sigue confiando en su Padre. ¿Cómo podría clamar a Él, si no creyera que le escucha?

Cuando somos capaces de confiar en Dios hasta el extremo, hasta las circunstancias más difíciles y penosas, entenderemos estos versos dramáticos y la escena de Jesús, muriendo en cruz. Entenderemos que hemos de pasar por una muerte para resucitar. Esa muerte se traducirá en cambios profundos en nuestra vida, incluso cambios en nuestra forma de ser y de pensar. Mantener la fe a toda prueba nos templa como el fuego. Y nos hace personas nuevas, más libres, más vivas. Resucitadas.

Estos días de Semana Santa nos invitan a descubrir el sentido oculto del dolor y a buscar la curación de toda herida humana, corporal y espiritual. Encontraremos la respuesta en el amor y en la entrega sin límites, un amor como sólo Dios puede darnos. El amor que nos mostró Jesús.

20 de marzo de 2010

El Señor ha estado grande con nosotros

Salmo 125
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.»

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

No debe ser en vano que la liturgia contempla la lectura de este salmo en más de una ocasión. Lo leemos durante el tiempo ordinario, como cántico agradecido por los dones de Dios. Lo volvemos a leer en tiempos de Adviento, como himno de espera regocijada. Y de nuevo lo cantamos ahora, en Cuaresma, cuando nuestra espera es aún más gozosa, si cabe. En Adviento esperábamos el nacimiento, el Dios hecho hombre que venía a acampar entre nosotros. En Cuaresma esperamos la Pascua: el Hijo de Dios resucitado que nos abre las puertas del cielo.

Son los dos momentos cumbre en esta larga historia de amor entre Dios y la humanidad: el tiempo en que Él desciende a la tierra y los días en que desciende más aún, hasta la muerte, y vuelve a ascender en la resurrección. En ambos momentos, la humanidad es elevada, dignificada y empapada del amor divino.

Los salmos, aún escritos en el Antiguo Testamento, ya nos hablan de esta humanidad transformada por el amor y la misericordia. De la misma manera que el agua hace fértil la tierra y la cosecha compensa con creces los esfuerzos del labrado y la siembra, también la generosidad de Dios premia a aquellos que confían en Él. Como dice el salmo 31, “Quien confía en el Señor jamás será confundido”.

27 de febrero de 2010

El Señor es mi luz

Salmo 26
El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mí corazón: «Buscad mi rostro.»

Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Luz, fuerza, auxilio, defensa… son atributos que los salmos y las sagradas escrituras otorgan a Dios. En ellos se hace patente ese instante de clarividencia profunda en el que el hombre se conoce a sí mismo y se sabe pequeño e indigente, al tiempo que reconoce y admira la grandeza de Dios.

Son momentos que iluminan el alma y la vida, como aquel día en que los discípulos amados de Jesús lo acompañaron en su ascensión al Tabor y vieron en él la gloria de Dios. Momentos de intenso gozo, en los que el mundo se convierte en "el país de la vida".

Pero Dios no sólo es grande y luminoso: también es Padre, y nos ama y protege. El hombre sediento de amor busca “su rostro”, es decir, ansía sentir sobre él su mirada, su presencia, su calor. Toda persona necesita saberse amada, escuchada, sostenida por el amor. Detrás de muchas búsquedas humanas, diversas y a veces desesperadas, late esa búsqueda del rostro de Dios.

“El Señor es mi luz y mi salvación”. Caminar en tinieblas trae consigo el miedo. Y el miedo, la incerteza, el vacío, son los grandes enemigos que acechan nuestra vida sobre la tierra. Cuántas personas caminan desorientadas o incluso dejan de caminar, paralizadas por el temor. Vemos a nuestro alrededor mucho movimiento, trabajo, agitación frenética. Pero dentro de los corazones, ¿hay movimiento? ¿Hay cambio, hay pasión, hay una evolución? Muchas veces el trajín exterior oculta una terrible inmovilidad interior. Se nos petrifica el alma y, por mucho que hagamos cosas, en realidad hemos comenzado a morir. Necesitamos que el sol entre dentro de nosotros: el sol, que es ese rostro amoroso de Dios que nos alumbra y nos transforma.

Alguien dijo que el espíritu humano es como los girasoles. Siempre se vuelve hacia el Sol. ¡Ojalá siempre fuera así, y buscáramos la presencia de Dios en cada momento de nuestra vida! Que los nubarrones y las capas de miedo, frialdad y mentira no nos alejen de él. Porque la flor que deja de recibir la luz, tarde o temprano agoniza.

Y en los momentos de tiniebla, no perdamos el coraje. Porque toda persona también ha de conocer noches oscuras. Es en esos momentos cuando las palabras del salmo nos recuerdan: “sé valiente, ten ánimo. Espera en el Señor”.

20 de febrero de 2010

El Señor está conmigo en la tribulación

Salmo 90

Está conmigo, Señor, en la tribulación.

Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»

No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.»

El Señor te protege. El Señor envía sus ángeles para que te guarden. Con estas hermosas palabras del salmo el diablo se acerca a Jesús para tentarlo a arrojarse desde lo alto del templo.

¡Cuántas veces se utilizan las sagradas escrituras, fuera de contexto y manipuladas, para conseguir lo contrario de lo que pretendían! Este salmo es un himno de confianza en Dios. En cambio, el demonio utiliza sus versos para tentar a Jesús. No lo incita a confiar en Dios, sino en el poder de llamarse hijo suyo. En realidad, su proposición es un desafío, un reto al mismo Dios que lo ha creado.

Este salmo tampoco ha de leerse como si fuera un mero consuelo. No adoptemos la actitud de aquellos fariseos a los que Jesús reprendió: “no por exclamar, Señor, Señor, tenéis la salvación asegurada". Las palabras del salmo ahondan más: creer no es un seguro de vida. No invocamos a Dios para estar tranquilos y protegidos, como dice aquel refrán: nos acordamos de Santa Bárbara cundo truena. Es al revés, cuando nos arriesgamos a confiar en Él, solamente en Él y a todas, es cuando Dios nos protege y nos cuida, enviando a sus ángeles. El que vive “a la sombra del Altísimo” es la persona que ha decidido poner a Dios en el centro de su vida y de su corazón. Es la persona que confía en Él su vida, sus decisiones, su vocación, aquello que más quiere. Cuando nos abandonamos en Dios, Él responde siempre.

Y así es como caminaremos por la vida, con tantos problemas y preocupaciones como cualquiera, o quizás aún más, pero nada podrá dañarnos, porque vivimos protegidos y amados. Pisaremos áspides y dragones, tal vez nos tocará abordar situaciones muy conflictivas, incluso engañosas. ¡El demonio está listo para tender trampas a los fieles al Señor! Pero si confiamos en Él y lo tenemos presente siempre, nos librará.

Cuando te invoqué me escuchaste