10 de mayo de 2014

El Señor es mi Pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


Las lecturas de hoy nos presentan a Jesús como imagen del buen pastor. Esta imagen está profundamente arraigada en la cultura de Israel, desde muy antiguo. El pueblo que nació nómada no pierde la memoria. El pastor que guía y cuida al rebaño se convierte en espejo del buen guía, del líder que ha venido para servir y dar la vida, no para mandar ni arrebatar.

Cuando Jesús explica que él es el buen pastor, seguramente tiene en su mente los versos de este salmo. La comparación es precisa y define cómo debe ser aquel que tiene a su cargo otras personas. Estas frases apelan a padres, maestros, consejeros, directores de escuelas, de empresas u organizaciones; a consultores, médicos, políticos, terapeutas… Todos los que ocupamos algún puesto de responsabilidad deberíamos situarnos ante este espejo del buen pastor: ¿somos buenos guías? ¿Trabajamos al servicio de los demás, pensando ante todo y solo en su bien? ¿O escondemos, a veces inconscientemente, intereses personales, un afán de autorrealización, de suplir nuestras propias carencias, alguna vanidad, ganancia económica, o prestigio social?

Las señales del buen guía son estas: primero, conducen a las personas a buenos pastos. Atienden a sus necesidades, buscan su bien aunque el camino hacia esas praderas no sea el más fácil ―a menudo es cuesta arriba―. Las llevan a fuentes tranquilas para reparar sus fuerzas: el buen guía no absorbe energías, no inquieta las mentes ni las domina. No “come el tarro”, como se dice coloquialmente. Da paz, da alimento bueno para el cuerpo y el alma. Hace crecer a los demás. Está lleno de humanidad.

Unge la cabeza de perfume y llena la copa: son imágenes propias de reyes. El rey es ungido y un copero lo sirve. El buen guía no tiraniza ni se sirve de la gente, sino que está a su servicio, como Jesús mostró con su gesto de lavar los pies a sus discípulos. El hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida…

Y es fiel. Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida. El buen líder no tira la toalla, no se cansa, no abandona a los suyos. Permanece, leal, firme, siempre amante, siempre comprensivo, siempre generoso.

Servir, hacer crecer, ser fiel: estas son características del buen pastor. Jesús reúne en sí todas ellas. Dejémonos guiar por él. Agradezcamos su compañía e imitémosle en nuestra vida diaria.

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