29 de julio de 2021

El Señor les dio un trigo celeste



Salmo 77


El Señor les dio un trigo celeste.

Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder.

Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste.

Y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. Los hizo entrar por las santas fronteras, hasta el monte que su diestra había adquirido.

Este salmo recuerda el episodio del Éxodo en el que el pueblo israelita pasaba hambre y clamó contra Moisés y Aarón: «Nos habéis sacado de Egipto, donde nos hartábamos, para morir de hambre en este desierto». Entonces Dios les envió el maná, con el que se alimentaron durante su largo periplo.

El salmo no recuerda el descontento del pueblo, sino la gratitud ante el poder de Dios y su bondad. De nuevo la Biblia nos muestra un Dios providente y provisor, como la madre que alimenta a sus retoños. Y lo hace mostrando su poder, pues en sus manos está el obrar prodigios y hacer llover pan del cielo.

Vemos aquí al mismo Dios del Génesis, que se preocupa por el alimento y el vestido de sus hijos. Es una imagen que nos muestra un Dios cercano, humano y sensible a nuestras necesidades materiales.

Penetrando en el mensaje tras estas líneas, podemos pensar que, ciertamente, y sin necesidad de prodigios, Dios nos alimenta con “trigo celeste”. ¿Acaso no es el creador del mundo y de la vida? El mayor milagro es que exista el universo, y dentro de él, un planeta verde y fértil con una naturaleza generosa y abundante que puede alimentar a todos los seres vivientes. Pero en este planeta ha surgido otro milagro aún mayor si cabe: una consciencia maravillosa y creativa, la mente humana. Con la riqueza de la naturaleza y nuestra mente podemos vivir una vida plena y digna.

Todo cuanto tenemos, desde el aire hasta el alimento, desde el aliento vital hasta la inteligencia de nuestro cerebro, es puro don. Si recordamos esta realidad, si sentimos que todo es regalo de Dios, nos será fácil comprender el espíritu de este salmo: la gratitud. Y de ahí se desprende otra actitud: el respeto hacia todo lo creado, el cuidado de la naturaleza, una ecología sana que nos hará comprender que no somos dueños, sino administradores, y que no podemos explotar impunemente ni abusar de los recursos que están a nuestro alcance.

Agradece y canta quien es consciente de que ha recibido mucho. El salmo utiliza verbos muy expresivos: oír, aprender, contar. Son los verbos que caracterizan el testimonio, el anuncio, la noticia. Quienes no vieron cara a cara el prodigio, lo escucharon de sus padres y lo hicieron parte de su vida. Ese es el sentido profundo de “aprender”. Y cuando algo forma parte de ti, algo importante que te construye como persona y que marca tu historia, no puedes menos que anunciarlo, comunicarlo, esparcirlo. 

Así es como se consolida la fe de un pueblo y cómo se genera una cultura. A partir de una experiencia impactante y liberadora, contada y recordada por generaciones, el presente queda vinculado a un pasado y proyectado a un futuro. La experiencia fundacional de Israel es esta: la de un Dios liberador y providente, que jamás desatiende el clamor de su criatura. 

1 de julio de 2021

A ti levanto mis ojos

Salmo 122


Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores.

Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos.

Hay una canción tradicional de nuestra liturgia que canta los versos de este salmo, tomando como estribillo el primero: «A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. A ti levanto mis ojos porque espero tu misericordia».

Es una canción de súplica, que brota de labios del hombre cansado, abatido, esclavizado. El salmo repite la palabra “esclavo”, y en él se da un movimiento ascendente. Desde la profundidad del abismo, cuando el hombre ha tocado fondo y ya no puede descender más, entonces es cuando lo único que le queda es alzar los ojos al cielo.

Clavamos los ojos en el cielo porque esperamos auxilio y compasión. Lo peor que puede sucedernos no es tanto vivir abrumados por los problemas, sino sentirnos solos. La soledad, el sentimiento de desamparo, nos impulsa a pedir ayuda. Y cuando parece que el mundo no responde, sólo nos queda volvernos a Dios.

Decía un sabio: «Cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo». Es en esos momentos de soledad y miseria cuando podemos acercarnos más que nunca al que nos ama y no nos abandona jamás. Para muchos, las tribulaciones son motivo para perder la fe. Para otros, en cambio, el sufrimiento es un camino que los acerca a Dios.

¿Por qué es así? Quienes se alejan de Dios por el dolor acaso piensan que Él es culpable de todo cuanto les sucede, como si fuera un señor tiránico que juega con sus criaturas a capricho. O piensan que Dios está lejos y es indiferente a sus dificultades. O bien, como tantas personas, deciden que Dios no existe y no vale la pena acordarse de él. El hombre es arrojado a su destino, por el azar o la necesidad, y debe afrontar a solas su tragedia existencial.

En cambio, quienes se acercan a Dios a través del dolor lo hacen a través de la humildad. Han comprendido que el hombre no es todopoderoso, pero sí libre, y que el mal es una consecuencia de sus decisiones. No culpan a Dios, reconocen la propia responsabilidad en el mal y sufren las consecuencias de los propios fallos. Pero reconocer esta fragilidad no los lleva a la desesperación. Como San Pablo, descubren que en su debilidad está su fuerza porque cuentan con una ayuda, un apoyo extraordinario que supera toda flaqueza humana. La misericordia, como reza otro salmo, borra todas las culpas y permite empezar de nuevo. Cuando parece que no pueden más, reciben una fuerza interior enorme que les hace sonreír ante la tormenta y tomar las riendas para seguir caminando.  «Todo lo puedo en Aquel que me conforta», decía San Pablo. En él, lo podemos todo.

El salmo habla también del desprecio y el sarcasmo de los orgullosos, de los autosuficientes que, en su riqueza, se burlan del pobre y del débil. Podemos leer estos versos en un plano social y material: los ricos se regodean en su fortuna y desprecian a los pobres. Pero también en un plano espiritual: el hombre que cree no necesitar a Dios a menudo es arrogante y desprecia a quien se siente débil y busca ayuda en lo alto. Muchos ateos muestran conmiseración hacia los creyentes, a quienes consideran almas débiles que buscan consuelos ilusorios. La autosuficiencia espiritual puede ser fruto del orgullo, del creerse tal vez superior, semejante a un dios. Quizás mientras las cosas le van bien podrá envanecerse en su pedestal; el día que la vida lo someta a pruebas tal vez comprenderá mejor a los que sufren, vislumbrará su verdadera medida humana, sus límites, y verá la necesidad de elevar los ojos al cielo. 

17 de junio de 2021

Él los llevó a puerto deseado


Salmo 106


Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia.

Los que a la mar se hicieron en sus naves, llevando su negocio por las aguas, vieron las obras de Yahvé, sus maravillas en el mar.

Suscitó un viento de borrasca que entumeció las olas; subiendo hasta los cielos, bajando hasta el abismo. Bajo el peso del mal su alma se hundía, dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba toda su pericia.

Y hacia Yahvé gritaron en su apuro y él los sacó de sus angustias; a silencio redujo la borrasca, y las olas callaron.

Se alegraron de verlas amansarse y él los llevó hasta el puerto deseado.
¡Dad gracias al Señor por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán!


Las lecturas de hoy nos hablan de mares agitados y de tormentas. El mar tempestuoso siempre ha sido un gran símbolo de las turbulencias en la vida humana. Hoy más que nunca estas imágenes nos impactan, porque estamos en tiempos de crisis y vaivenes, incertezas, cambios y dificultades. El miedo a la pobreza, a la enfermedad, al dolor y a la muerte nos acosa. En algunos países sobrevivir es una proeza diaria; en otros, no sabemos qué nos depara el futuro y los pronósticos no son muy favorables… ¿Quién puede decir que no conoce la angustia y el pánico ante alguna de estas tormentas?

Leer este salmo nos hará ver que hace milenios los hombres atravesaban situaciones muy similares a los de hoy. Como estos marineros audaces, muchos se embarcaban en sus negocios y empresas, afrontando los riesgos del mar. Cuando la tempestad se desataba, cundía el pánico.

Podríamos decir que nuestra civilización contemporánea, tan confiada en sus logros y en su progreso, también está viviendo sus momentos de tormenta. El hombre se ha endiosado y ha creído que su poder no tenía límites. Ahora recoge las cenizas y el polvo de una carrera enloquecida. Cuando las cosas parecen derrumbarse de poco sirven el conocimiento y la experiencia. Adiós seguridades y orgullos: el arrogante se tambalea como un ebrio, dice el salmo, y toda su pericia de nada sirve.

¿Qué nos queda? Muchos, que no creen o dicen no creer en Dios, no tienen otro recurso que clamar al cielo. Aunque sea un grito incrédulo y desesperado. Otros recuperan la fe justo en medio de la borrasca. Otros esperan… o no esperan un milagro.

El salmo nos enseña que Dios no es indiferente. Dios no calla, no hace oídos sordos, no permanece inmóvil. El Señor que ha creado la naturaleza puede, si quiere, intervenir en cualquier momento a favor de sus hijos cuando claman a él. Dicen los teólogos que Dios no suele interferir en la evolución del mundo natural si no es necesario. Pero un grito angustiado basta para conmover su corazón y empujarlo a obrar. Nadie pide ayuda si no es porque ha tocado fondo y ha descendido hasta palpar la pequeñez y la fragilidad. Las experiencias de dolor, como dice el Papa Francisco, abren el corazón. Y por esa grieta de corazón quebrado puede entrar la luz…

Este es el prodigio: que el hombre deje intervenir a Dios. Que lo deje manejar la barca de su vida, que lo deje reinar y llevar las riendas. Quien así confía, tendrá motivos para maravillarse cada día. Pues Dios sabe más, y sabe qué necesitamos, qué nos conviene, que anhela nuestro corazón. Veremos prodigios, y grandes. Las olas se amansarán y nos llevará al puerto deseado.

10 de junio de 2021

Es bueno darte gracias, Señor

Salmo 91

Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad.
El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios.
En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la maldad.

La bondad es un atributo de Dios que la literatura bíblica, especialmente en los salmos, quiere resaltar. Así mismo, Dios es justo y recompensa con paz, prosperidad y abundancia al hombre que sigue su justicia.
Bondad, justicia. Son dos valores que hoy echamos de meno y que a menudo están ausentes de la sociedad. El pueblo hebreo también ansiaba estos valores y clamaba al cielo por ellos. Su azarosa historia está marcada, como la historia de tantos otros pueblos, por periodos de violencia, de abusos de poder, de explotación del pobre.
Para el israelita devoto, la creencia en un Dios justo y bueno, que premia y defiende al hombre justo, era un puntal existencial. En la incertidumbre de la vida, al menos tenía una certeza, una seguridad, puesta en el Dios todopoderoso y magnánimo. Quien está con Dios posee todo su amor, toda su fuerza, toda su bondad, y prospera “como una palmera”, “como un cedro del Líbano”. “En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso”.
Para el cristiano de hoy también es motivo de esperanza la fe en un Dios bueno, que siempre acaba haciendo justicia. Pero la experiencia nos muestra que, muchas veces, parece que la maldad es más poderosa, que la injusticia triunfa y que la bondad es impotente ante el poder del mal. Miramos a nuestro alrededor, escuchamos un noticiario o leemos la prensa y se nos cae el alma a los pies. ¿Cómo encontrar la paz y la esperanza, cuando no tenemos evidencias de que el bien triunfa?
Este verso del salmo es impresionante en su sencillez: “En mi Roca no existe la maldad”. Y debería hacernos pensar. Dios, que todo lo puede, que es más grande que el universo, que es más que todo aquello que podamos concebir… carece de maldad. Si Dios, que es el Todo, es bondad pura, ¿cómo no va a triunfar? En nuestra visión pequeñita y humana, limitada a nuestra vida y a nuestro entorno, quizás no sabemos verlo. Pero si elevamos la mirada, si sabemos ver la realidad desde la altura y en profundidad, con ojos de cielo, quizás nos daremos cuenta de que es cierto: la misericordia de Dios baña el mundo, aunque sea un mundo herido, llagado y gimiente bajo los dolores de un sangriento parto.
Descansar en él nos apacigua y nos refuerza. Nos hace capaces de lo que creemos imposible. Nos revive. Y nos hace cantar, con gratitud: “¡Es bueno darte gracias, Señor!”

27 de mayo de 2021

Su misericordia llena la tierra

Salmo 32


Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor; él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.


El pueblo de Israel forjó su conciencia nacional sobre una roca: la firme convicción de ser un pueblo amado, elegido y predilecto de Dios. Saberse respaldado por ese Dios leal, a la vez poderoso y compasivo, señor de la vida y amo de la creación, dio a Israel una fuerza insólita que le permitió superar las catástrofes y los avatares de la historia hasta  el día de hoy.

Con Cristo, esa predilección de Dios se amplía. El pueblo escogido ya no es solo Israel, sino toda la humanidad. Todos estamos llamados a ser hijos amados, todos podemos invocar su protección y esperar su auxilio y su fuerza. Todos podemos exclamar, con el salmista, ¡dichosos nosotros, porque somos la heredad de Dios! Felices porque Dios nos escoge y nos ama. Alegrémonos porque somos la niña de sus ojos. Todos, sin excepción.

Más allá de una lectura nacionalista e histórica de estos versos, a la luz de Cristo podemos leer en ellos una vivencia mística: la experiencia del hombre que se siente profundamente amado y salvado por Dios. Salvado, ¿de qué? De la muerte, del hambre. Dios nos libra no solo de la muerte y el hambre física, sino de la muerte del espíritu, de una existencia gris y sin sentido, de la sed insaciable de plenitud que tiene el ser humano. Solo Dios puede colmarla. Lo único que necesita es nuestras manos y nuestra alma abierta para llenarnos.

Su misericordia llena la tierra, dice el salmo. Vemos cómo nuestro mundo sufre muchos males, incluso muchos acusan a un Dios que parece ausente o indiferente. Pero, en realidad, Dios está cerca, incluso en las realidades de mayor dolor y crueldad. Está allí, sufriendo con los que sufren, dando aliento con los que resisten y ayudan. De no ser por su amor, el mundo entero habría sucumbido hace mucho. 

El Papa Francisco declaró en su momento un Año de la Misericordia. Fue una ocasión magnífica para redescubrir este atributo de Dios que, en palabras del Papa, es más que una cualidad suya, es su forma de ser más genuina. Si hay algo que el Señor no puede resistir es nuestra súplica, nuestro llanto, nuestro corazón quebrantado. Nunca deja de mirarnos, como una madre tierna que contempla a sus retoños. Nunca se aleja de nosotros. El que nos ha creado y nos sostiene en la existencia no dejará que perezcamos, ¡somos parte de su familia! En esta fiesta de la Trinidad estamos llamados a renovar nuestra confianza y nuestra intimidad con él. 

Cuando te invoqué me escuchaste