28 de abril de 2012

La piedra que desecharon los arquitectos...

Salmo 117
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.
Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo la hecho, ha sido un milagro patente.
Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor. Tu eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

La creencia en un Dios fundamentalmente bueno es un pilar de la fe de Israel. Y Jesús, que creció y bebió de esa fe, sabía en lo más hondo de su ser que esto era verdad. El mundo rueda, agitado por los avatares de la historia. La humanidad despliega su drama de glorias y oscuridades, siempre fluctuando entre la nobleza y la miseria. Pero en medio de ese mar agitado hay una roca firme y luminosa, un sostén que nunca falla, un amor sin condiciones, sin límites, sin vacilación. Un amor que todo lo sostiene porque todo lo ha hecho posible.
Dios como Señor de la historia se convierte también en el eterno apoyo y consuelo del ser humano. “Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”. Esta frase, que refleja una natural desconfianza, es cruda y realista: ¡los humanos somos tan poco de fiar! Pero, aún y así, Dios nos brinda su confianza. Se fía de nosotros, y quizás va a fijarse en los que aparentan mayor debilidad. Esa piedra que han desechado los constructores, ¿no serán todos los rechazados, los humildes, los que pasan por la vida sin pisar fuerte, serenamente y discretos, sin arrogancia ni pretensiones?
Es justamente en ellos en quienes se fija Dios. ¿A quién elige para ser sus voceros, sus portadores de la buena noticia? No busca a reyes ni a héroes. Busca a seres humanos, tan humanos y falibles como los discípulos de Cristo. Tan humanos y cargados de defectos como nosotros, hoy.
¿Sabremos escuchar su voz? ¿Sabremos oír su llamada a ser piedras vivas de su Iglesia? ¿Sabremos ver, por encima de nuestras limitaciones, su inmenso amor, su comprensión y la fuerza que nos da? ¿Tendremos el coraje de reconocer nuestra pequeñez y, a la vez, la valentía de dejar que la obra de Dios florezca en nuestras manos? Somos tierra limpia, humilde, húmeda y abierta… la semilla está sembrada, y lleva en sí toda la potencia del cielo. Nosotros tan solo tenemos que alimentarla con nuestro amor y dejarla crecer.

21 de abril de 2012

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor

Salmo 4
Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración.
Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»
En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Este salmo es una preciosa oración para abrir el espíritu y dejar que la paz, la paz de Dios, la auténtica, nos vaya invadiendo poco a poco y calme nuestras tormentas interiores.
El salmo habla de sentimientos y situaciones muy humanas: ese aprieto, que atenaza nuestro corazón cuando estamos en dificultades o sufrimos carencias; esa falta de luz, cuando parece que Dios está ausente y el mundo se nos cae encima. Los problemas nos abruman y podemos tener la sensación, muy a menudo, de que vivimos abandonados y aplastados bajo un peso enorme.
Dios da anchura, Dios alivia, Dios arroja luz al final del túnel. Dios calma las angustias y da paz. En la última cena, Jesús dice a los suyos que su paz no es como la de este mundo. ¿De qué paz estamos hablando?
Muchas veces buscamos la paz en cosas externas: en la seguridad económica, en una compañía que nos llena emocionalmente, en el bienestar, en la salud, en rodearnos de un ambiente favorable y positivo. O bien ensayamos prácticas físicas y mentales que nos lleven a la serenidad. Todo esto nos puede aportar alivio momentáneo, o una sensación placentera temporal. Pero la paz auténtica no vendrá de ahí. En el momento en que falle alguno de esos factores que nos da tranquilidad, ¿a dónde se fue la paz? Volverán la zozobra, la inquietud y la guerra interna.
La raíz de la paz está en Dios. Un Dios que, como dice el salmo, es “defensor mío”. Lejos de la imagen del Dios justiciero, inquisidor, aquí encontramos a un Dios amante, bueno, consolador. El Dios a quien Jesús llamó, confiadamente, papá. Este Dios, que es amor incondicional e imperecedero, es la verdadera fuente de la paz. Quien se sabe amado sin medida y sin condiciones, siempre, tiene en su alma una roca sólida sobre la que construir toda una vida. Su alma, habitada por Dios, se convierte en santuario, en refugio, en ermita donde puede recogerse cada día, siempre que lo necesite, para encontrar la anhelada paz.

14 de abril de 2012

Dad gracias al Señor porque es bueno

Salmo 117
Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya, Aleluya!
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Resulta asombroso ver cómo los salmos y las escrituras hebreas, aún escritas siglos antes de Cristo, parecen aludir directamente a su vida y a sus obras. Y es porque toda escritura viva, inspirada en una experiencia mística y religiosa, acaba siendo símbolo de vivencias universales que toda persona puede reconocer en su propia historia.
Este es el día en que actuó el Señor. El Dios de Jesús, nuestro Dios, no es un ser omnipotente pero alejado de la humanidad. No se limita a crear el mundo y a dejarlo abandonado a su suerte: actúa, y actúa a favor de los hombres. Tiene la iniciativa, y es una iniciativa movida por su misericordia.
Misericordia es una palabra que vale la pena comprender. En su significado original, es la capacidad de conmoverse hasta las entrañas, con ese afecto profundo que sienten las madres por sus hijos. Dios se conmueve y, derrochando amor, actúa a favor nuestro.
Muchas personas asocian la idea de Dios a poder, a fuerza, a dominio, a creación. Pero los salmos, como el mismo Jesús, nos revelan un Dios que, por encima de todo, es amor y es Vida. Dios ama nuestra vida y la quiere plena, hermosa, intensa, llena de sentido. Quien se abre a su acción, recibe este regalo.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Se han hecho muchas interpretaciones de esta frase. Para muchos, expresa la preferencia de Dios por los pequeños, por los humildes, por los pobres de espíritu que son capaces de comprender y aceptar su amor. También se ha leído como símbolo de Pedro y los apóstoles: hombres sencillos y comunes, sin ningún valor destacable, son elegidos para fundar la Iglesia.  Existe aún otra lectura: esa piedra desechada es el mismo Cristo, rechazado por su pueblo, condenado a muerte, crucificado. Jesús estaba condenado al olvido. Pero no fue así. Tras la resurrección, su presencia traspasa el mundo, su rostro será amado y su nombre jamás será olvidado. Esta frase explica también el designio y el modo de hacer de Dios: el mundo rechaza a los profetas. Los poderosos condenan al hombre justo. El mal quiere enseñorearse de las gentes. Dios responde. El justo, condenado y muerto, resucita y funda una comunidad llamada a crecer y a desafiar al tiempo.
Como destaca el Papa en su segundo libro sobre Jesús, la resurrección fue quizás una pequeña semilla, sembrada en el corazón de una comunidad insignificante. Pero el Reino de los cielos comienza así, como el grano de mostaza, diminuto y enterrado, que de pronto germina y hace brotar una planta hermosa que crece hasta convertirse en árbol. En lo pequeño está la grandeza. El que se humilla, será enaltecido. El pobre será rico y heredero de un reino. Estas son las paradojas de este reino, que ya se anuncia en las bienaventuranzas y que comienza a florecer al pie de la cruz.
Dios actúa en nuestra historia, y este es un mensaje que debemos guardar en el corazón. Cuando Él entra en el mundo, toda la realidad se transforma. Pero Dios no actúa como lo hacemos las personas, tan amigas de juzgar, condenar y segar cizaña. A merced del solo poder humano, vemos como el mundo va a la deriva y parecen prevalecer el mal y la destrucción. El mismo Dios, hecho hombre, aunque podría ejercer su poder, renuncia a él y se deja matar antes que albergar hacia nadie el más mínimo odio y la menor violencia. Muere, sí. Es desechado como inservible. ¡Cuántas veces oímos decir, en ciertos ambientes, que Dios es una invención innecesaria hoy! ¡Cuántas veces Dios es rechazado como piedra inútil en nuestra civilización actual!
Pero en la dinámica de Dios, lo inservible pasa a ser piedra angular y fundamento. El amor auténtico, ¡tan despreciado y rehusado como inútil, impotente e innecesario!, resulta ser más fuerte que la misma muerte. La resurrección, que preludia este salmo, nos muestra cómo la victoria final es del amor.

7 de abril de 2012

Este es el día en que actuó el Señor

Salmo 117
Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya, Aleluya!
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Qué poco podía imaginar el salmista que llegaría un día en que sus versos reflejarían la más pura realidad. Una realidad luminosa, rotunda, milagrosa. Un hecho que cambiaría la historia de la humanidad de forma irreversible.
Si en Navidad celebramos que Dios entra en la historia, haciéndose hombre, en Pascua celebramos que Dios abre la historia hacia una dimensión trascendente y eterna, rompiendo la barrera entre la vida y la muerte.
Tras estos días de Semana Santa, teñidos por la Pasión de Jesús, hemos visto al Dios humano sufrir, angustiarse y someterse a todos los padecimientos imaginables. Lo hemos visto morir. Ninguno de los sufrimientos que nos aquejan a los hombres es ajeno a nuestro Dios.
Pero su respuesta a la muerte y al fin es tremenda e inesperada. Con la resurrección, Dios hace reales aquellos versos del Cantar de los Cantares: “es más fuerte el amor que la muerte”, y también demuestra que su vida es imperecedera.
El cristianismo ha leído este salmo como un presagio de la resurrección. Jesús es esa piedra desechada por los arquitectos, él mismo se aplica esta imagen en cierto momento, ante los escribas. Para Dios, no hay piedra —no hay persona— que sea desechable. Él todo lo recoge. Y recoge, especialmente, el amor que se ha dado, y lo transforma en vida eterna.
“Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. No hay mejor veredicto, más escueto y preciso, sobre lo que supone la resurrección de Cristo. Es obra de Dios —que todo lo puede— y es un milagro —no tiene otra explicación, no podemos buscarle razones lógicas ni “científicas”, simplemente, ha ocurrido—. Pero ese milagro es “patente”: se ve, se toca, se comprueba. Es evidente y comprobable.
Así es la resurrección de Cristo. Sus discípulos, y hasta quinientos más, dicen los evangelios, lo vieron vivo, en cuerpo y alma, después de su muerte. Por ellos creemos y podemos compartir su alegría y su esperanza: No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. Porque la resurrección de Jesús es una promesa para todos. Lo que en el Antiguo Testamento era esperanza de una vida futura, ahora se convierte en realidad, palpable y presente.

Piedad, oh Dios, hemos pecado