Salmo 12
Gritad jubilosos: «Qué grande es en
medio de ti el Santo de Israel.»
El Señor es mi Dios y
salvador: Confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue
mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es
excelso.
Tañed para el Señor, que
hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de
Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»
En el tercer domingo de
Adviento, el llamado Gaudete, las
lecturas nos invitan a la alegría. Es una alegría que no está causada por las
circunstancias externas. El profeta Sofonías invita a su pueblo a cantar con júbilo
al Señor en medio de una época de grandes dificultades. San Pablo escribe a los
filipenses desde la cárcel, en peligro de condena. ¿Por qué, en esas
situaciones, hablan de alegría?
Hoy vivimos tiempos difíciles y convulsos. Los cristianos podemos tener la tentación de pensar que la alegría exultante está
fuera de lugar. ¡Muy al contrario! Es justamente cuando los problemas arrecian
cuando hemos de estar más alegres. Y no por masoquismo o por ciega
inconsciencia. No nos alegran los males que afligen el mundo, ni reímos ante
nuestras propias debilidades y dolencias. Pero, como decía san Francisco, la
verdadera alegría se encuentra en estos momentos de prueba. Cuando no hay
ningún motivo para reír, es entonces cuando sólo nos queda una salida:
agarrarnos bien fuerte al Dios que nos ama y jamás nos abandona.
Y Dios, como afirmaba un
santo contemporáneo, “nunca pierde batallas”. Es fiel y permanece con nosotros.
Nuestro motivo de alegría no reside en el mundo, sino en Él. Con Él a nuestro
lado, nada hay que temer, ¡nada! Dicen los versos del salmo que “sacaremos
aguas con gozo de las fuentes de la salvación”. Estas fuentes están en nuestro
corazón, y el agua que las llena y las desborda viene de Dios.
En Adviento se nos
recomienda acercarnos al sacramento de la penitencia y reconciliarnos con Dios,
con nosotros mismos, con los demás. Esa reconciliación pasa por una apertura
del alma. Es Dios mismo quien derrama su amor como cascada que nos limpia y nos
renueva por dentro. Recibámosle y dejemos que su gozo nos inunde.