28 de mayo de 2022

Dios asciende entre aclamaciones


Salmo 46


Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.


El salmo de hoy acompaña las lecturas de la Ascensión de Jesús como una sinfonía triunfal y exultante. Es un salmo con tintes épicos, teñido también de gozo. Sus versos desprenden luz y alegría: la exaltación de ánimo de aquel que “ve”, reconoce y aclama la grandeza de Dios.

Qué fácil es admirarse ante la belleza del mundo, ante la grandiosidad de un paisaje o ante las maravillas del universo. Para muchos, agnósticos o escépticos, todo es fruto del azar. La realidad puede ser hermosa o terrible, pero siempre es desconcertante y desborda la capacidad de comprensión. Los interrogantes no hallan respuesta. Ante la falta de una explicación que dé sentido a todo cuanto existe, el corazón enmudece.

Pero quien sabe ver detrás de toda esta belleza la mano de un Dios Creador prorrumpe en exclamaciones como las de este salmo. La música es el mejor vehículo para transmitir lo que parece inefable: “batid palmas, tocad, tocad para nuestro rey”. La admiración y la alabanza impulsan la creatividad humana. El hombre se anima a imitar a Dios entonando un cántico, plasmando una imagen, modelando una escultura o danzando con su cuerpo. Toda manifestación de arte, en cierto modo, es un destello de la divinidad que alienta en cada ser humano.

Aún hay más. El salmo llama a Dios “rey”. El pueblo judío vivió muchos años sin monarquía y sus profetas se resistían al yugo de los reyes. En su fe, únicamente Dios merece el título y el honor de un soberano. Así ha sido también para los santos, que no han postrado su rodilla ante ningún poder temporal, solo ante Dios. Esta convicción tiene consecuencias profundas. Adorar solo a Dios, que es amor y que desea nuestra plenitud, significa liberarse de muchos temores, condicionantes y “respetos humanos”, que a menudo nos esclavizan y empequeñecen nuestro espíritu. Adorar solo a Dios supone descartar los ídolos, ¡y nos rodean tantos! Las monarquías y los poderes terrenales suelen someter a las personas; debemos “amoldarnos” para encajar en una sociedad y ser aceptados y aplaudidos. Hemos de plegarnos a un pensamiento modelado para uniformizarnos, a unas ideas que nos engañan y, lejos de construirnos, nos esclavizan. O bien hemos de someternos a unas leyes disfrazadas de justicia porque así lo han decretado quienes detentan el poder. Quizás para algunos, que adoptan el pensamiento freudiano, “matar a Dios” signifique la liberación del hombre. Tal vez se han forjado una imagen muy errada de Dios, y olvidan que cuando Dios es apartado del mundo y el ser humano ocupa el lugar divino comienza una esclavitud terrible y a menudo arbitraria. El gran tirano del hombre es el mismo hombre. En cambio, cuando Dios es rey, el hombre alcanza su libertad.

20 de mayo de 2022

Que todos los pueblos te alaben

Salmo 66


Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros; 
conozca la tierra tus caminos, 
todos los pueblos tu salvación. 

Que canten de alegría las naciones, 
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud 
y gobiernas las naciones de la tierra. 

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben. 
Que Dios nos bendiga; 
que le teman hasta los confines del orbe. 


Cuando un salmo como este exulta de alegría y rebosa alabanzas, no deberíamos pensar que se trata de una efusión exagerada.

Quien canta reza dos veces; quien canta es porque rezar se le queda corto y necesita no hablar, sino gritar; no sonreír, sino danzar de puro gozo.

¿Quién puede llenarnos de tanta alegría que no nos quepa dentro del cuerpo… ni del alma? Sólo el que es más grande que nosotros, más grande que el mundo, más que el universo entero.

Y este Grande no nos aplasta con su poder, sino que nos estremece y nos vivifica con su amor. No nos apabulla ni nos domina; sino que nos seduce y nos colma de regalos.

Quien ha experimentado el milagro y el gozo de la propia existencia conoce esta alegría desbordante. Conoce este amor, y por eso prorrumpe en cánticos. De lo que está lleno el corazón habla la boca.

¿Realmente tenemos motivos para compartir esta alegría del salmista? Quizás nos parezca que en el mundo de hoy no resulta muy oportuno entregarse a estas manifestaciones tan jubilosas. Pero… ¿creéis que el mundo de hace tres milenios era mucho mejor? ¿Creéis que los judíos que vivieron la invasión, la guerra, el exilio y el retorno sufrieron menos que los hombres de hoy? La guerra, el drama de los refugiados, la pobreza, las persecuciones políticas y religiosas no son algo nuevo. Los israelitas conocieron todo eso. Y, a pesar de todo, encontraron motivos para vivir, para luchar, para seguir adelante. A pesar de todo, descubrieron a un Dios compañero de camino que jamás los abandonó. Por eso podían cantar.

Hagamos nuestro su canto. Hagamos nuestra su alegría, porque nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, no somos menos amados ni menos acompañados que ellos.

Al contrario, tenemos algo que los antiguos jamás vieron ni oyeron, ni siquiera pudieron palpar. Tenemos la presencia, viva y actual, de este Dios que para estar  más cerca se ha hecho hombre y ha muerto como nosotros. Este Dios que, para estar ¡dentro de nosotros! se nos ha hecho pan.

¡Claro que tenemos motivos para cantar y estar alegres! El Señor ya ha tenido toda la piedad del mundo, ya nos ha iluminado con su mirada, nos ha amado y nos ha bendecido. Por eso podemos exclamar: Oh Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Y nosotros, seamos los primeros en hablar de tus maravillas. De tus milagros. De tu amor.

14 de mayo de 2022

El Señor es bueno con todos


Salmo 144


Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

Este salmo muestra algunas de las características que distinguen radicalmente al Dios de Israel de las divinidades de otros pueblos de la antigüedad. En las mitologías antiguas, los dioses se enzarzaban en luchas y rivalidades entre ellos, haciendo a los seres humanos partícipes de sus epopeyas y, en ocasiones, castigándolos o utilizándolos para sus fines. Era una creencia común que las catástrofes, ya fueran naturales o provocadas por mano del hombre, tenían su origen en la cólera divina.

En la fe del pueblo hebreo se va dilucidando, de forma cada vez más nítida, la imagen de un Dios que no sólo rechaza utilizar a los seres humanos, sino que los ama tiernamente. Un Dios que es Padre, que es “lento a la cólera y rico en piedad”, que es “cariñoso con todas sus criaturas”. Dios no pertenece al mundo ni es una fuerza natural devastadora; Dios es el creador del mundo y, como buen progenitor, lo ama y lo cuida.

Esta consciencia de saber que Dios es superior a su creación se refleja en las expresiones de realeza: se le atribuyen a Dios “la gloria y la majestad” de un rey; se habla de sus proezas y de su reinado. Dios es el gran rey, en la fe del pueblo judío. Es el único que, por ser creador, tiene potestad sobre la naturaleza y los hombres. Pero no es un ser colérico y vengativo, sino fundamentalmente bueno.

Y esta consciencia lleva a la admiración y a la alabanza. El salmo no ve a este Rey del universo como un déspota arbitrario, sino como un padre cercano que rebosa afecto. Lejos de una visión freudiana de Dios y su poder, los salmos nos revelan una experiencia de Dios muy íntima y gozosa. La actitud hacia Dios no debería ser nunca de miedo, ni tampoco de rechazo o de rebeldía, sino de agradecimiento y alabanza. ¿Por qué? Por la belleza de lo creado, por la grandeza de todo lo que existe y, sobre todo, por el don inmenso de existir y de ser conscientes de ello.

Cuando alguien experimenta la maravilla de existir y comprende que levantarse cada día es un milagro, el corazón rebosa de agradecimiento y los labios cantan.

Piedad, oh Dios, hemos pecado