28 de marzo de 2020

Mi alma espera en el Señor


Salmo 129



Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
 Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz: estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
 Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

Para muchas personas, religión es sinónimo de sentimiento de culpa. Se acusa al judaísmo y al cristianismo de fomentar un miedo y un desprecio de sí mismo que provoca neurosis y caída de la autoestima.

Decía un padre jesuita que la consciencia del pecado es un don, pero de nada sirve reconocerse pecador si no es en oración, ante Dios. Por un lado, se necesita humildad y claridad interior para admitir que no somos perfectos y no solo eso, sino que a veces, deliberadamente, elegimos el camino equivocado. Hay una tendencia que nos inclina a ser egoístas y a buscar el reconocimiento, el aplauso, el engrandecimiento personal. Entre una autoestima sana y la vanidad la línea es muy delgada.

El sentimiento que expresa este salmo no es neurótico ni amargado. El pecador no está desesperado porque sabe que, a la hora del juicio, Dios no será un castigador inclemente, sino el mejor abogado defensor. Tanto, que buscará mil y una formas para librarnos de las culpas. La esperanza en esa redención acrecienta la confianza y un sentido de liberación. Hay esclavitudes mucho peores que las materiales, y reconocerlas es el primer paso para liberarse.

Nuestra fuerza de voluntad es importante, pero no basta. ¡Cuántas veces nos hacemos buenos propósitos para volver a caer, una y otra vez, en el mismo defecto, en el mismo error! Hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que querríamos, como bien dijo san Pablo. ¿Cómo superar esta limitación?

No funciona redoblar nuestro esfuerzo, sino aflojar la tensión interior y abrirnos al amor de Dios. Su ternura es el mejor jabón, el mejor trapo y el mejor bálsamo para sanar nuestra alma sucia y herida.  Confiemos, ansiemos, pidamos este amor. Dios lo dispensa generosamente y solo espera nuestra súplica para dárnoslo en abundancia. No hay delito que no pueda borrar su amor. Con él, llegarán la alegría y la liberación.

6 de marzo de 2020

Que tu misericordia venga sobre nosotros...


Salmo 32

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Este domingo nos encontramos con otro salmo de súplica esperanzada. Al tiempo que rogamos a Dios que tenga misericordia, cantamos las bondades que disfrutan aquellos que confían en el Señor: sus vidas serán libradas de la muerte, serán reanimados en tiempos de hambre; Dios será su auxilio y su escudo.

Podemos leer literalmente el salmo y reconocer que, realmente, Dios cuida de nosotros, nos protege y no deja que nunca nos falte lo más necesario. Pero además de defendernos de todo mal, como rezamos en el Padrenuestro, Dios nos da algo más.

Nos da la vida, y no una vida cualquiera, sino una vida eterna, que ya en la tierra comienza a ser plena e intensa, llena de sentido.

Sacia nuestra hambre, no de comida, sino de infinito, de amor sin límites, de aquello que nada humano puede satisfacer. Dios es el único que puede cubrir ese abismo sediento que es nuestra alma.

Cuando flaqueamos, abrumados por dificultades materiales o por problemas que afectan nuestro estado anímico, él también nos reconforta. No hay mejor psiquiatra que Dios, que nos cura con su amor y nos da la paz de su regazo.

Y con esta imagen el salmista concluye: Dios es nuestro auxilio y nuestro escudo. Agarrándonos a él, no nos hundiremos, y nadie podrá hacernos daño. Al menos, no podrá matar lo más valioso que tenemos: nuestro espíritu y nuestra libertad, confiadas en Sus manos.

Esta frase tan recurrente en los salmos también deberíamos meditarla: «la misericordia del Señor llena toda la tierra». Esto quiere decir que nunca confiaremos lo bastante en Él: siempre nos da más. Su amor es inagotable, no se acaba, no se cansa, no se restringe. Jamás nos faltará, si se lo pedimos. Misericordia es una palabra latina que traduce una expresión hebrea muy tierna: se refiere al amor entrañable que siente una madre contemplando a sus retoños. Significa que el corazón de Dios se conmueve: nada de lo que nos sucede le es indiferente. ¡Hablémosle con sinceridad!

La piedra desechada