29 de abril de 2021

El Señor es mi alabanza en la asamblea

Salmo 21


El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer, todo lo que hizo el Señor.


Este salmo sorprende por el giro que da, desde su inicio hasta su final. Es el salmo que comienza con un clamor angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Un salmo que asociamos con las lecturas de la Pasión y cuyos versos más conocidos son el retrato de un hombre desesperado, acosado, que suplica auxilio a Dios.

Pero el poema termina con estrofas luminosas y exultantes. Termina con una promesa que el poeta narra en presente, como algo que se está cumpliendo.

Dios, finalmente, restablecerá la justicia. Ante el hombre humilde, que se postra ante él, Dios hará resplandecer su bondad y lo bendecirá con toda clase de bienes. Hay en este salmo una fe profunda en la justicia divina y en su victoria sobre el mal. Y, al mismo tiempo, hay una condición: el fiel debe cumplir sus votos. El hombre encontrará a Dios si antes lo busca con sinceridad. Se hace necesaria la humildad, reconocerse carente, desvalido, pobre. Hay un vaciamiento interior previo antes de poder llenarse de Dios. Es preciso morir antes de resucitar.

El salmo también describe una visión utópica, en la que todo el mundo alaba y rinde homenaje a Dios. Todo el mundo lo busca y ante él se postrarán las naciones. Dios reinará en el mundo de los vivos, pero también en el de los muertos: “Ante él se postrarán las cenizas de la tumba”. Esta frase es impresionante. Está anunciando que Dios, el viviente, el Señor de los vivos, no solo dominará el mundo físico, sino también la misma muerte. Está preludiando la resurrección y otra vida, eterna e imperecedera.

Nuestro mundo, ciertamente, busca a Dios. A veces esa búsqueda tiene otros nombres: un afán de plenitud, de eternidad, de felicidad, de belleza… La humanidad está sedienta de trascendencia y la busca por mil caminos. El salmo afirma que quien busca y encuentra a Dios, será saciado de todas sus hambres. “Me hará vivir para él”, “vivirá su corazón por siempre”. La fe en Dios va acompañada, siempre, de la vida. Y no una vida cualquiera, sino “para siempre”. Una vida plena, que colma los anhelos más íntimos del ser humano. 

8 de abril de 2021

La piedra desechada


Salmo 117


La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. 
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.
Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. 
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. 
Es el Señor quien lo la hecho, ha sido un milagro patente.
Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor. 
Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. 
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.


La creencia en un Dios fundamentalmente bueno es un pilar de la fe de Israel. Y Jesús, que creció y bebió de esa fe, sabía en lo más hondo de su ser que esto era verdad. El mundo rueda, agitado por los avatares de la historia. La humanidad despliega su drama de glorias y oscuridades, siempre fluctuando entre la nobleza y la miseria. Pero en medio de ese mar agitado hay una roca firme y luminosa, un sostén que nunca falla, un amor sin condiciones, sin límites, sin vacilación. Un amor que todo lo sostiene porque todo lo ha hecho posible.

Dios como Señor de la historia se convierte también en el eterno apoyo y consuelo del ser humano. «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres». Esta frase, que refleja una natural desconfianza, es cruda y realista: ¡los humanos somos tan poco de fiar! Pero, aún y así, Dios nos brinda su confianza. Se fía de nosotros, y quizás va a fijarse en los que aparentan mayor debilidad. Esa piedra que han desechado los constructores, ¿no serán todos los rechazados, los humildes, los que pasan por la vida sin pisar fuerte, con serenidad y discreción, sin arrogancia ni pretensiones?

Es justamente en ellos en quienes se fija Dios. ¿A quién elige para ser sus voceros, sus portadores de la buena noticia? No busca a reyes ni a héroes. Busca a seres humanos, tan humanos y falibles como los discípulos de Cristo. Tan humanos y cargados de defectos como nosotros, hoy.

¿Sabremos escuchar su voz? ¿Sabremos oír su llamada a ser piedras vivas de su Iglesia? ¿Sabremos ver, por encima de nuestras limitaciones, su inmenso amor, su comprensión y la fuerza que nos da? ¿Tendremos el coraje de reconocer nuestra pequeñez y, a la vez, la generosidad de dejar que la obra de Dios florezca en nuestras manos? Somos tierra limpia, humilde, húmeda y abierta… la semilla está sembrada, y lleva en sí toda la potencia del cielo. Nosotros tan solo tenemos que alimentarla con nuestro amor y dejarla crecer.

3 de abril de 2021

Este es el día en que actuó el Señor

Salmo 117


Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya, Aleluya!
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Qué poco podía imaginar el salmista que llegaría un día en que sus versos reflejarían la más pura realidad. Una realidad luminosa, rotunda, milagrosa. Un hecho que cambiaría la historia de la humanidad de forma irreversible.

Si en Navidad celebramos que Dios entra en la historia, haciéndose hombre, en Pascua celebramos que Dios abre la historia hacia una dimensión trascendente y eterna, rompiendo la barrera entre la vida y la muerte.

Tras estos días de Semana Santa, teñidos por la Pasión de Jesús, hemos visto al Dios humano sufrir, angustiarse y someterse a todos los padecimientos imaginables. Lo hemos visto morir. Ninguno de los sufrimientos que nos aquejan a los hombres es ajeno a nuestro Dios.

Pero su respuesta a la muerte es tremenda e inesperada. Con la resurrección, Dios hace reales aquellos versos del Cantar de los Cantares: «es más fuerte el amor que la muerte», y también demuestra que su vida es imperecedera.

El cristianismo ha leído este salmo como un presagio de la resurrección. Jesús es esa piedra desechada por los arquitectos, él mismo se aplica esta imagen en cierto momento, ante los escribas. Para Dios, no hay piedra —no hay persona— que sea desechable. Él todo lo recoge. Y recoge, especialmente, el amor que se ha dado, y lo transforma en vida eterna.

«Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». No hay mejor veredicto, más escueto y preciso, sobre lo que supone la resurrección de Cristo. Es obra de Dios —que todo lo puede— y es un milagro —no tiene otra explicación, no podemos buscarle razones lógicas ni científicas, simplemente, ha ocurrido—. Pero ese milagro es patente: se ve, se toca, se comprueba. Es evidente y palpable.

Así es la resurrección de Cristo. Sus discípulos, y hasta quinientos más, dicen los evangelios, lo vieron vivo, en cuerpo y alma, después de su muerte. Por ellos creemos y podemos compartir su alegría y su esperanza: No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. Porque la resurrección de Jesús es una promesa para todos. Lo que en el Antiguo Testamento era esperanza de una vida futura, ahora se convierte en realidad presente. 

La piedra desechada