Salmo 21
El Señor es mi alabanza en la gran
asamblea.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los
desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su
corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor desde los
confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que
bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que
ha de nacer, todo lo que hizo el Señor.
Este salmo sorprende por
el giro que da, desde su inicio hasta su final. Es el salmo que comienza con un
clamor angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Un salmo
que asociamos con las lecturas de la
Pasión y cuyos versos más conocidos son el retrato de un
hombre desesperado, acosado, que suplica auxilio a Dios.
Pero el poema termina con
estrofas luminosas y exultantes. Termina con una promesa que el poeta narra en
presente, como algo que se está cumpliendo.
Dios, finalmente,
restablecerá la justicia. Ante el hombre humilde, que se postra ante él, Dios
hará resplandecer su bondad y lo bendecirá con toda clase de bienes. Hay en
este salmo una fe profunda en la justicia divina y en su victoria sobre el mal.
Y, al mismo tiempo, hay una condición: el fiel debe cumplir sus votos. El
hombre encontrará a Dios si antes lo busca con sinceridad. Se hace necesaria la
humildad, reconocerse carente, desvalido, pobre. Hay un vaciamiento interior
previo antes de poder llenarse de Dios. Es preciso morir antes de resucitar.
El salmo también describe
una visión utópica, en la que todo el mundo alaba y rinde homenaje a Dios. Todo
el mundo lo busca y ante él se postrarán las naciones. Dios reinará en el mundo
de los vivos, pero también en el de los muertos: “Ante él se postrarán las
cenizas de la tumba”. Esta frase es impresionante. Está anunciando que Dios, el
viviente, el Señor de los vivos, no solo dominará el mundo físico, sino también
la misma muerte. Está preludiando la resurrección y otra vida, eterna e
imperecedera.
Nuestro mundo,
ciertamente, busca a Dios. A veces esa búsqueda tiene otros nombres: un afán de
plenitud, de eternidad, de felicidad, de belleza… La humanidad está sedienta de
trascendencia y la busca por mil caminos. El salmo afirma que quien busca y
encuentra a Dios, será saciado de todas sus hambres. “Me hará vivir para él”,
“vivirá su corazón por siempre”. La fe en Dios va acompañada, siempre, de la
vida. Y no una vida cualquiera, sino “para siempre”. Una vida plena, que colma
los anhelos más íntimos del ser humano.
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