Salmo 117
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular.
Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el
Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de
los jefes.
Te doy gracias porque
me escuchaste y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo la hecho, ha sido un milagro
patente.
Bendito el que viene
en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor.
Tú eres mi Dios, te
doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
La creencia en un Dios
fundamentalmente bueno es un pilar de la fe de Israel. Y Jesús, que creció y
bebió de esa fe, sabía en lo más hondo de su ser que esto era verdad. El mundo
rueda, agitado por los avatares de la historia. La humanidad despliega su drama
de glorias y oscuridades, siempre fluctuando entre la nobleza y la miseria.
Pero en medio de ese mar agitado hay una roca firme y luminosa, un sostén que
nunca falla, un amor sin condiciones, sin límites, sin vacilación. Un amor que
todo lo sostiene porque todo lo ha hecho posible.
Dios como Señor de la
historia se convierte también en el eterno apoyo y consuelo del ser humano. «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres». Esta frase, que
refleja una natural desconfianza, es cruda y realista: ¡los humanos somos tan
poco de fiar! Pero, aún y así, Dios nos brinda su confianza. Se fía de
nosotros, y quizás va a fijarse en los que aparentan mayor debilidad. Esa
piedra que han desechado los constructores, ¿no serán todos los rechazados, los
humildes, los que pasan por la vida sin pisar fuerte, con serenidad y discreción,
sin arrogancia ni pretensiones?
Es justamente en ellos en
quienes se fija Dios. ¿A quién elige para ser sus voceros, sus portadores de la
buena noticia? No busca a reyes ni a héroes. Busca a seres humanos, tan humanos
y falibles como los discípulos de Cristo. Tan humanos y cargados de defectos
como nosotros, hoy.
¿Sabremos escuchar su
voz? ¿Sabremos oír su llamada a ser piedras vivas de su Iglesia? ¿Sabremos ver,
por encima de nuestras limitaciones, su inmenso amor, su comprensión y la fuerza
que nos da? ¿Tendremos el coraje de reconocer nuestra pequeñez y, a la vez, la
generosidad de dejar que la obra de Dios florezca en nuestras manos? Somos tierra
limpia, humilde, húmeda y abierta… la semilla está sembrada, y lleva en sí toda
la potencia del cielo. Nosotros tan solo tenemos que alimentarla con nuestro
amor y dejarla crecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario