28 de septiembre de 2018

Los mandatos del Señor alegran el corazón


Salmo 18

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Aunque tu siervo vigila para guardarlos con cuidado, ¿quien conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta.
Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado.


Para los hebreos, los mandatos del Señor son mucho más que cumplir una serie de normas y preceptos. La ley expresa el designio divino para toda la humanidad. El cumplimiento de sus mandatos no es una obligación estricta, sino un imperativo de carácter urgente y bueno, que pide una respuesta por lo crucial y vital de su naturaleza. Por esto, para el creyente judío un precepto de Dios es un anuncio gozoso, porque detrás de él late el deseo inagotable del Creador que quiere la felicidad de su criatura.

El amor a Dios pasa por el amor a la Torah. El pueblo de Israel va tomando conciencia progresiva de que Dios es justo, y su justicia está basada en el amor a su pueblo. En su ley no hay falacia ni engaño: es verdadera porque nos ayuda a ampliar nuestros horizontes como personas. Nuestra respuesta a su ley nos ayudará a vivir más auténticamente. Dios nos lo pedirá todo, pero hasta donde nosotros podamos responderle; él nos conoce bien y su justicia es infinita. 

Esta ley orienta la vida del creyente hacia Dios, le ayuda a vivir con rectitud y con plenitud. Una vida ordenada y coherente lleva a una profunda paz interior y, como consecuencia, a un estado vital de comunión en lo más profundo del corazón.

Dios desea la calma, el sosiego, la confianza, el descanso del espíritu. El desconocimiento de sus leyes nos llevaría a caminar sin rumbo, vagando hacia el vacío.

En lo más hondo de nuestro ser, todos deseamos conectar con la bondad de Dios y vivir instalados en la certeza de que somos amados por él. La ley del Señor manifiesta su lealtad y fidelidad al hombre. Dios desea que el corazón humano se abra a él y que toda persona pueda conocerle.

Conocer esta ley es conocer las mismas entrañas de Dios. El corazón de Dios es pura esencia amorosa. Desde siempre y para siempre, él desea estar a nuestro lado. Nada ni nadie puede apartarlo de esta profunda convicción. Su deseo de permanencia en nosotros responde al pacto de fidelidad que ha asumido para salvarnos.

20 de septiembre de 2018

El Señor sostiene mi vida


Salmo 53

El Señor sostiene mi vida.
Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras.
Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios.
Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno.


«El Señor sostiene mi vida.» En estas palabras descansa nuestra fe y una actitud vital y existencial de confianza, llena de sentido.

Dios en la Biblia es visto como Señor de la vida, siempre viviente, el «Dios de vivos, y no de muertos», como dice Jesús. Desde un punto de vista filosófico, Dios es el que es, la perfección del ser, porque siempre ha sido, es y será, más allá de las limitaciones del espacio y del tiempo. Dios es el Ser con mayúsculas.

Por eso nos sostiene a nosotros en la existencia. Somos, dicen algunos poetas, una llama de la gran hoguera que arde de vida y que da origen a todo cuanto existe. Somos un soplo del aliento de Dios, somos una gota de su mar, un eco de su voz creadora. Acercarnos a él y a su misterio es volver a nuestros orígenes, es alimentarnos de nuestras raíces y encontrarnos con lo más genuino de nuestro propio ser.

Por eso, cuando las dificultades y los peligros nos amenazan, necesitamos regresar a esa áncora, a esa raíz que nos sostiene y evita que caigamos en la desesperación. Es en tiempos de crisis, tanto personal como social, cuando necesitamos un tiempo para hacer silencio, reflexionar y orar. Aunque nuestra oración no sea más que una súplica: «Oh Dios, sálvame por tu nombre. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras».

Dios siempre escucha, no lo dudemos. Otra cosa es que sepamos oír su respuesta. A veces calla, a veces se toma un tiempo en responder, porque quizás necesitamos calmarnos y aprender a ver las cosas con más lucidez… Otras veces puede ser que nos responda, pero que nosotros no sepamos interpretar su lenguaje y sus señales.

El salmo reitera la expresión «tu nombre». El nombre de Dios, que aparece en el Decálogo y en el Padrenuestro, por citar dos lugares conocidos por todos, es algo más que un nombre. Explica el Papa Benedicto en su libro sobre Jesús que nombrar a alguien significa que podemos dirigirnos a esa persona, podemos dialogar con ella, como un interlocutor. Podemos escucharla y amarla. «El nombre de Dios» nos remite a un Dios personal, un Dios cercano, amigo. No se trata de una energía cósmica o de un poder que podamos aplacar o dominar con ciertas artes o ensalmos. Dios siempre está más allá de nuestra dimensión limitada y temporal pero, al mismo tiempo, siempre está «más acá», en lo más íntimo de nosotros, sosteniendo nuestra vida, cuidándonos. Ni un solo cabello caerá, dice Jesús, sin que él lo sepa. Démosle gracias, con cariño, por su presencia amorosa.

13 de septiembre de 2018

Caminaré en presencia del Señor


Salmo 114

Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida»
El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Este es un salmo de consuelo y aliento. La frase que se canta como respuesta: Caminaré en presencia del Señor, podría ser un hermoso lema para cada día. No es lo mismo vivir ignorando a Dios, inmersos en las preocupaciones de la vida cotidiana, que ser consciente de que cada paso que damos, cada segundo de nuestra vida que se desliza, transcurre ante la mirada de Alguien que nos contempla con amor. 
El salmo relata una serie de circunstancias adversas. Ya sea por acontecimientos externos, o porque dentro de nosotros mismos descubrimos abismos tenebrosos, ¿quién no se ha sentido atrapado, angustiado, caído y envuelto “en redes de muerte”?
Es en esos momentos cuando podemos rebelarnos contra Dios o bien pedir su auxilio. El salmo dice que “el Señor guarda a los sencillos”. Ante las dificultades de la vida, la persona orgullosa puede optar por afrontarlas sola, o bien por renegar de un Dios que permite tanto mal. Pero el sencillo de corazón, el que se siente pequeño y necesitado, pide ayuda. ¡Esa será su salvación! Porque Dios nunca ignora una súplica sincera. ¿Cómo podemos pensar que los males que azotan el mundo son voluntad suya? Es su ausencia la que causa dolor y desgracia en el mundo. Allí donde Dios es rechazado, cunde el dolor y la barbarie.
El salmo 114 es una llamada a la esperanza y a confiar en Dios, teniéndolo siempre presente en nuestra vida. Vivir conscientes de la presencia del Señor ha sido una constante en la vida de muchos santos. Y ese “país de la vida” es una hermosa expresión que no significa otra cosa que una existencia densa y llena de sentido, porque sabemos que Dios la ha querido y la ama.

Piedad, oh Dios, hemos pecado