26 de agosto de 2022

Preparaste casa para los pobres




Salmo 67


Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios rebosando alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor, su nombre es el Señor.

Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada, y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad preparó para los pobres.


Este salmo expresa alto y claro una reivindicación a favor de los pobres y más desfavorecidos. Y no es el ser humano quien la hace, sino el mismo Dios quien se pone de parte de ellos. ¿Dónde está Dios?, preguntan muchos hoy. Y la respuesta bien podría ser: está con aquellos que sufren. Con la viuda que llora, con el niño huérfano, con los pobres. Está en los campos de refugiados, en las trincheras polvorientas, en los inmensos cenagales de chabolas y miseria que crecen alrededor de las urbes de buena parte del mundo.

Dios está —y su presencia se hace más fuerte y patente— con aquellos que no tienen nada. Ya sólo les queda Dios y el aliento que les permite vivir y sobrevivir un día más. Dios también está en aquellos que, aún no siendo pobres materialmente, viven desprendidos de todo, sin otra riqueza que su amor. Esta es la pobreza de espíritu que busca el evangelio.

Esta es la pobreza que sin duda sintieron los hombres de Israel, milenios atrás, cuando eran un pueblo nómada y despreciado. Sin tierras, sin riquezas, sin reyes poderosos que los defendieran, sufrieron en su piel la crueldad de reinos poderosos, el hambre y la pobreza. Y se refugiaron en el Dios que, más allá de Creador, también era Padre. La fe de Israel crece con una fuerte consciencia de justicia social. Dios no aprueba la violencia y la opresión y, en cambio, defiende siempre al más débil.

Además, los versos de este salmo son expresión viva de una experiencia: la de aquel que, habiendo pasado grandes sufrimientos, ha sido socorrido por Dios. Es un cántico de esperanza que se ha visto colmada: quien confía en Dios, tarde o temprano verá cómo es liberado. Dios es justo, pese a todo. Y no falla. Ante los ojos humanos, esta afirmación puede parecernos contradictoria. Dios no debería permitir tanto mal y pobreza en el mundo, es el gran argumento de muchos. Olvidamos que nuestro Dios es un liberador, no un tirano. Y quien libera jamás puede obrar contra la voluntad del que ama. Allí donde Dios es expulsado, el mal y la miseria se extienden. Allí donde Dios es acogido, su justicia acabará brillando y, como dice el salmo, su lluvia copiosa aliviará la tierra extenuada y alimentará a los pobres.

19 de agosto de 2022

Una buena noticia

Salmo 116

Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
Id al mundo entero y proclamad el evangelio.


Este domingo leemos el salmo más breve de todos junto con una frase del evangelio, que nos sirve de estribillo. Son apenas cuatro versos, ¡pero dicen tanto!

Nos hablan de una fe que ya no se limita al pueblo hebreo. La buena noticia ha de brillar sobre todo el mundo, ha de extenderse a todas las naciones. Dios no es solo el Dios de Israel, sino el Dios de todo ser humano. Cualquier hombre o mujer de buena voluntad, con el corazón abierto, puede ser su amigo y recibir su bendición. Cuando Israel llega a esta convicción, su fe ya no puede quedarse encerrada en la comunidad, ha de salir, expandirse, comunicarse. Toda buena noticia pide ser proclamada, y no tiene fronteras.

Así, los versos del salmo enlazan con las últimas palabras de Cristo a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el evangelio.  

¿Qué es el evangelio? ¿Cuál es esta buena noticia que debe ser llevada hasta los confines de la tierra? Que Dios está con nosotros. Que Dios nos ama. Que es fiel, que se conmueve de amor hacia sus hijos y jamás nos falla. Cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo, reza una frase atribuida a Gandhi.

Es así. Y hoy, en medio de crisis e incertidumbres, esta buena noticia es más necesaria que nunca. No porque hagan falta consuelos, “pastillas para el alma”, ilusiones o remedios que alivien nuestras angustias y dificultades. No, la fe, como decía Martín Descalzo, no es un caramelo ni una dosis de morfina. La fe despierta, la fe acicatea, inquieta, remueve. Pero la fe también da fuerza y una inmensa, firme, alegría interior, necesaria para saber agradecer todo cuanto tenemos y dar su valor correcto a las cosas.

Por muy pobres, enfermos, solos o apurados que estemos, tenemos un don, inmenso e inmerecido. Existimos. Estamos vivos y Dios nos ama, sosteniéndonos cada día con su aliento. Tenemos talentos, capacidades y una fortaleza que quizás no sospechamos. Al menos, la capacidad de comunicarnos y la libre voluntad, que podemos ejercer siempre. Somos un tesoro en manos de Dios. Seamos conscientes de esto y saldremos adelante. Estaremos salvados.

Y ahora, una vez esta buena noticia arde en nuestro interior, vayamos a comunicarla. No la encerremos, no la ahoguemos. Otros necesitan escucharla de nuestra voz, y creerla por nuestro testimonio. Dicen que el amor es como el fuego: si no se comunica, se apaga. No dejemos apagar esta inmensa, hermosa y buena noticia que da sentido a toda nuestra vida.

12 de agosto de 2022

Señor, date prisa...

Salmo 39


Señor, date prisa en socorrerme.

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito.

Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos.

Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor.

Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes.


Entre los salmos de súplica, los versos que hoy leemos son muy apropiados para aquellas situaciones en las que parece que todo se hunde a nuestro alrededor y no hay salida posible. Muchas personas, hoy, viven terribles angustias debido al paro, a la pobreza, a los problemas familiares, a la enfermedad o a la ruptura con un ser querido. Nuestro mundo no parece sino que sale de un desastre para caer en otro. ¿Qué será de nosotros?

Es en estos momentos, cuando parece que nos hundimos en una “charca fangosa”, cuando necesitamos elevar la mirada al cielo y gritar. Sí, gritar, rezar, clamar y llamar a Dios, aunque parezca que no escucha. Jesús nos recordó: “pedid y se os dará, llamad y se os abrirá”. Dios no está sordo y escucha nuestra voz. El hecho de dirigirnos a él ya es un primer paso de confianza.

Pero a veces Dios tarda un poco en responder, o lo hace de manera inesperada, o por medio de personas y situaciones que debemos leer entre líneas. Lo importante es no rendirse, avanzar, aunque sea a oscuras, y seguir confiando. Hay que tener paciencia. Pues esto es la fe, que brilla más cuando más negro parece el horizonte. Si no creemos en estos momentos, que es cuando más falta hace, ya no hablaríamos de fe, sino de seguridades y certezas.

La fe siempre encuentra respuesta. Es como la llave que, misteriosamente, abre las puertas del cielo. Cuando se espera contra toda esperanza, cuando se confía ante el silencio de Dios, este responde. Y, como dice el salmo, afianza nuestros pies y nos llena de fuerza, hasta el punto que, un día, podremos comprender el por qué de tantas pruebas y entonar un cántico de alabanza.

Dicen que Dios reserva sus peores batallas para sus mejores guerreros. La Biblia afirma que, como un buen padre, corrige y exige a sus hijos más amados. Pero nunca nos pedirá más de lo que podamos hacer. Confiemos, somos hijos suyos, con él ¡podemos mucho! Caminemos con la certeza de que, en la peor de las tormentas, nunca estamos solos. Confiemos porque, como dijo Jesús: “Yo he vencido al mundo”.

Este domingo, cuando vayamos a comulgar, pensemos en sus palabras. Nunca nos dejará huérfanos: está siempre con nosotros. Y lo tomamos, hecho pequeño pan, en la eucaristía. ¡Está dentro de nosotros! Dejémonos alimentar y fortalecer por él.

5 de agosto de 2022

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió...


Salmo 32


Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor; él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.

El pueblo de Israel se forjó con una fuerte conciencia de comunidad amparada por Dios. La fe en su Señor fue el distintivo y la piedra angular de su identidad como nación, en medio de otros pueblos de la antigüedad. Y este Dios mira con especial amor a su pueblo escogido, “su heredad”. Saberse nación elegida dio una gran fuerza a la comunidad israelita.

Con Cristo, este pueblo escogido ya no se limita a las tribus de Israel. El pueblo escogido por Dios, en realidad, es toda la humanidad. Todo ser humano es hijo predilecto y amado, llamado a vivir en plenitud ante la presencia amorosa de su Creador. La misma fe de los judíos, su misma convicción de ser protegido y querido por Dios, es compartida por todos los creyentes.

Es fácil interpretar los escritos del Antiguo Testamento bajo un tinte nacionalista y político. También es fácil tachar estos versos de exclusivistas, de elitistas y soberbios. ¿Por qué Dios va a preferir a un pueblo sobre los otros? Pero si leemos la Biblia como lo que es: no como un mero libro de historia o un documento de identidad nacional, sino como un testimonio místico y espiritual, encontraremos un sentido mucho más hondo y vivo en sus frases. Y este salmo es más que una proclamación de pueblo elegido.

Es una plegaria agradecida del hombre que se siente salvado por Dios. Es una profesión de fe, una súplica y al mismo tiempo una alabanza. Hay en el salmo un doble movimiento, una reciprocidad: Dios protege a sus fieles; pero el hombre fiel también elige confiar en Dios. Solo quien ha conocido el hambre —física y moral— y quien ha padecido hasta el punto de sentirse impotente y pequeño puede dar ese paso: despojarse de prejuicios y falsas seguridades y ponerse en manos de Dios. Más tarde, podrá reír y elevar un cántico al experimentar la alegría de haber sido salvado.

La piedra desechada