Salmo 67
Preparaste, oh Dios, casa para los
pobres.
Los justos se alegran, gozan en la presencia de
Dios rebosando alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor, su nombre es el
Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive
en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y
los enriquece.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia
copiosa, aliviaste la tierra extenuada, y tu rebaño habitó en la tierra que tu
bondad preparó para los pobres.
Este salmo expresa alto y
claro una reivindicación a favor de los pobres y más desfavorecidos. Y no es el
ser humano quien la hace, sino el mismo Dios quien se pone de parte de ellos.
¿Dónde está Dios?, preguntan muchos hoy. Y la respuesta bien podría ser: está
con aquellos que sufren. Con la viuda que llora, con el niño huérfano, con los
pobres. Está en los campos de refugiados, en las trincheras polvorientas, en
los inmensos cenagales de chabolas y miseria que crecen alrededor de las urbes
de buena parte del mundo.
Dios está —y su presencia
se hace más fuerte y patente— con aquellos que no tienen nada. Ya sólo les
queda Dios y el aliento que les permite vivir y sobrevivir un día más. Dios
también está en aquellos que, aún no siendo pobres materialmente, viven
desprendidos de todo, sin otra riqueza que su amor. Esta es la pobreza de
espíritu que busca el evangelio.
Esta es la pobreza que
sin duda sintieron los hombres de Israel, milenios atrás, cuando eran un pueblo
nómada y despreciado. Sin tierras, sin riquezas, sin reyes poderosos que los
defendieran, sufrieron en su piel la crueldad de reinos poderosos, el hambre y
la pobreza. Y se refugiaron en el Dios que, más allá de Creador, también era
Padre. La fe de Israel crece con una fuerte consciencia de justicia social.
Dios no aprueba la violencia y la opresión y, en cambio, defiende siempre al
más débil.
Además, los versos de
este salmo son expresión viva de una experiencia: la de aquel que, habiendo
pasado grandes sufrimientos, ha sido socorrido por Dios. Es un cántico de
esperanza que se ha visto colmada: quien confía en Dios, tarde o temprano verá
cómo es liberado. Dios es justo, pese
a todo. Y no falla. Ante los ojos humanos, esta afirmación puede parecernos
contradictoria. Dios no debería permitir tanto mal y pobreza en el mundo, es el
gran argumento de muchos. Olvidamos que nuestro Dios es un liberador, no un
tirano. Y quien libera jamás puede obrar contra la voluntad del que ama. Allí
donde Dios es expulsado, el mal y la miseria se extienden. Allí donde Dios es
acogido, su justicia acabará brillando y, como dice el salmo, su lluvia copiosa
aliviará la tierra extenuada y alimentará a los pobres.
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