30 de diciembre de 2022

El Señor tenga piedad

Salmo 66


El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

En un mundo hipercomunicado, como este en que vivimos, parece que una de las formas preferidas de diálogo es la crítica, el comadreo y sacar a relucir las miserias y “trapos sucios” de los demás. En las calles, en las comunidades vecinales y parroquiales, entre amigos, en los platós de televisión… en todas partes reinan los murmullos y las acusaciones. El mal-decir se ha convertido en un hábito fuertemente arraigado.
Y el salmo de hoy, justamente, nos habla de todo lo contrario. El salmo nos habla del bien-decir: de la alabanza, la bendición. Y muy especialmente de la bendición de Dios.
María, la mujer que protagoniza nuestra liturgia de hoy, es una maestra para nosotros. El evangelio dice que guardaba las cosas en su corazón, y las meditaba. Era poco habladora y cultivaba, en el silencio interior, todo aquello que iba aconteciendo. Guardaba las palabras, tan preciosas, del ángel anunciador, las alabanzas de los pastores, los balbuceos de aquel niño Dios que era su hijo y, a la vez, hijo de Dios… Ante el milagro, María comprendió muy bien que las palabras sobran y el silencio es la mejor cuna para acogerlo.
Entre las pocas palabras de María que recogen los evangelios, resplandecen con fuerza las del Magníficat. Su párrafo más largo fue un himno de alabanza a Dios. ¡Qué enseñanza más grande para nosotros!
La bendición brota de un proceso interior de despertar y agradecimiento. Pero a menudo nuestra alma está embotada y nuestra mente aturdida bajo montañas de basura informativa y sentimientos mezquinos. Quizás nos cueste “sentir” esa gratitud, ese gozo que empujó al poeta a escribir salmos tan bellos. Pero las mismas palabras, en nuestros labios, podrán operar un cambio en nuestro corazón. Una bendición puede limpiarnos el espíritu.
Y, ¡qué poco se bendice hoy a Dios! Son tantas las personas que lo niegan, o lo desafían, lanzando hacia él las culpas de las responsabilidades humanas… Cuántas veces nos comportamos como niños inmaduros y no queremos asumir el peso de nuestras decisiones. Nos aferramos a nuestros éxitos y sacudimos los fracasos encima de los otros, o encima de Dios. El salmista nos recuerda que Dios es justo y bueno, y que seguir su ley comporta salvación: es decir, paz y concordia para los pueblos.
Hoy, que es también la Jornada Mundial de la Paz, recitemos despacio los versos de este salmo, que nos habla de la alegría y la belleza de Dios. Su amor se derrama sobre el mundo y palpita en nuestra misma existencia. Ojalá toda la humanidad dejara entrar a Dios en su interior. Porque entonces, como dice el salmo, él regiría todas las naciones con justicia. Allí donde realmente está Dios, no hay guerras, ni odio, ni hambre. En otras palabras, donde se deja entrar a Dios, reina su única e imperecedera ley: la del amor.

23 de diciembre de 2022

Los confines de la tierra han contemplado...

Salmo 97


Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.

Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la citara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.

Hoy nos encontramos con este salmo que resuena con tonos épicos de himno triunfante. La forma del salmo expresa la grandeza de Dios, su belleza, su poder.

Pero hay un fondo que va más allá de la imagen del Dios victorioso, poderoso y favorecedor de un pueblo escogido.

¿Cuáles son las cualidades de este Dios? La misericordia y la fidelidad. No se habla de violencia, ni de poderío, ni de terror. Dios extiende su ley, que no es tiranía, sino amor entrañable —misericodia— y apoyo incansable y leal —fidelidad— al ser humano.

Dios no es nuestro enemigo, ni una fabulación para dominar las conciencias, como tantos pensadores han proclamado. Dios es nuestro mejor aliado, aquel que no sólo nos protege y nos cuida, sino que nos hace crecer y desplegar todo nuestro potencial. La justicia de Dios no consiste en elegir, separar y condenar, sino en perdonar y acoger a todos.

En Navidad Dios se nos muestra como niño, ¿hay algo más tierno, más frágil, más indefenso, que pueda despertar nuestro amor? Este hacerse pequeño, humano, amable, es la maravilla de Dios. Y la victoria de Dios es la gloria y la plenitud del hombre.

Aunque este salmo sea un himno de Israel, en sus versos ya se atisba la universalidad de Dios. Aclama al Señor, tierra entera. No será un solo pueblo, ni una pequeña porción del planeta, la favorecida por Dios. La salvación es para todos. El amor de Dios llega hasta los confines de la tierra. Allá donde palpite un alma humana, Dios hará llegar la oferta generosa de su amor.

17 de diciembre de 2022

Va a entrar el rey de la gloria



Salmo 23


Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.


El universo en su esplendor nos habla a gritos de un Dios Creador. Lo que para muchos es fruto del azar, o de la necesidad, o simplemente una única realidad que se autocrea y se despliega en múltiples formas, para el creyente es obra de un Dios cuya grandeza trasciende la realidad física visible.

Desde siempre el ser humano ha tendido a la trascendencia. Lo prueban las innumerables manifestaciones religiosas de todas las culturas del mundo. El ateísmo es un fenómeno muy reciente en la historia de la humanidad, pero ni siquiera los regímenes que han querido barrer a Dios del mundo han podido eliminar la sed de trascendencia de las personas. El espíritu humano tiene una dimensión infinita que solo puede saciarse en Alguien mucho mayor que él.

Ahora bien, en el camino de búsqueda puede haber muchas ilusiones, engaños e incluso trampas. A veces es la misma persona, su afán o sus intereses, quien se pone obstáculos para llegar a esa plenitud que, en el fondo, anhela. ¿Quién subirá al monte santo?, se pregunta el salmista. El monte santo representa el lugar sagrado, el momento de encuentro entre Dios y su criatura. ¿Quién logrará esa unión íntima con Dios? Y el mismo salmista responde: “el hombre de manos inocentes y de puro corazón”. El hombre que, como Jesús señaló a Nicodemo, vuelve a nacer y se vuelve puro como un niño.

Y, añade el salmista, “el que no confía en ídolos”. Ídolo es todo aquello que adoramos pero que no es Dios. ¿Rendimos culto a alguna realidad, persona, idea o situación que para nosotros se convierte en lo más importante de nuestra vida? ¿Con qué estamos suplantando, quizás sin darnos cuenta, al mismo Dios? ¿Alrededor de qué gira nuestra existencia? Quizás somos creyentes, pero, si reflexionamos a fondos, veremos que lo más importante y a lo que dedicamos más esfuerzos no es Dios, ni siquiera los seres queridos, sino otras cosas que nos roban tiempo, creatividad y energías. El mundo de hoy, y más en estas fechas, nos invade con muchas propuestas idolátricas… ¡Cuántos ídolos nos rodean y nos deslumbran, estos días! 

Estamos a las puertas de Navidad, la fiesta que nos habla de un Dios inmenso que se hace bebé. ¿Cómo entender este misterio, si no es limpiando el alma y recuperando esa sencillez, esa transparencia, propia de los niños? Pero tampoco se trata de volvernos infantiles y crédulos, faltos de criterio propio o tontamente ingenuos. La infancia espiritual de la que tan bien hablan algunos santos es otra cosa. Es esa pureza de corazón que sólo da el amar mucho, el entregarse sin límites, el confiar a toda costa, el abrir de par en par las puertas del alma. Si Dios, que es grande, se hace niño… ¿tanto nos costará a los humanos apearnos un poco del orgullo y ser humildes?

Desde la humildad veremos la grandeza de lo pequeño y lo sencillo, lo puro y lo transparente. Apenas demos los primeros pasos experimentaremos bendiciones. Porque Dios siempre está aguardando para salir a nuestro camino y colmarnos de bienes. 

9 de diciembre de 2022

Alaba, alma mía, al Señor


Salmo 145


Alaba, alma mía, al Señor
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el  Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Este cántico agradecido nos muestra por un lado cómo es Dios y, por otro, cómo podemos llegar a ser los humanos.

Para muchos descreídos, no es más que una oración de consuelo para quienes sufren. El canto de un pueblo tantas veces sometido resuena como eco en las vidas maltratadas por la desgracia, el hambre, la pérdida o los daños provocados por otros. El ateísmo ve en la religión un opio, una droga dulce que amansa a los oprimidos y los hace resignarse en su desgracia, con la esperanza vana de un Dios que vendrá a rescatarlos y a solucionar sus problemas.

Nada más lejos de la auténtica intención del salmista. Para expresar una vivencia espiritual a menudo es necesario recurrir a la poesía. Y los salmos, en buena parte, son fruto de experiencias de profunda liberación interior. Brotan de la consciencia de que Dios, verdaderamente, “salva”.

¿De qué salva? En el fondo, todas estas esclavitudes, más allá del mal físico, son consecuencias del mal. El hambre y la injusticia son consecuencias del egoísmo humano, a gran escala. La ceguera de la obstinación, la cojera del miedo, la cautividad de la egolatría, la senda tortuosa del que maquina contra los demás… Todo esto son torceduras y heridas en la bella creación de Dios y en su criatura predilecta: el ser humano. Y Dios, que no nos ha dejado abandonados al azar, siempre vuelve a salvarnos del mal.

Dios es el que realmente nos salva de nuestras miserias interiores. Sacia nuestra hambre de infinito, de justicia, de verdad. Y, saciándonos, nos hace valientes para correr a saciar esas otras hambres que afligen a otros. Dios nos llena y nos  abre, haciéndonos generosos y sensibles al sufrimiento. Nos da un corazón de carne, como el suyo. Y puede actuar en el mundo: nosotros somos sus manos.

3 de diciembre de 2022

Que en sus días florezca la justicia

Salmo 71

Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.


Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Él librará al pobre que clama, al afligido que no tiene protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.

Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.


Los salmos a menudo nos presentan a Dios como defensor de los pobres y de los que sufren. Es esa imagen del Dios padre y protector que fue creciendo en la mentalidad de los israelitas, pueblo constantemente perseguido y sometido a la opresión de otros imperios más poderosos. ¿Se trata de un simple consuelo? No faltan detractores que tachan la fe cristiana de paliativo, de anestésico que sirve para soportar los sufrimientos de quienes no son capaces de salir adelante por sí mismos.

Pero los versos del salmo van más allá. Hablan de justicia, de rectitud, de paz, de libertad. Dios no es un tirano que sojuzga a sus fieles: Dios viene a traer la liberación. Y la justicia de Dios, recordemos siempre, no es juicio ni condena, sino abundancia generosa, amor que se derrama sobre todos.

La concepción judeocristiana de Dios como rey tiene sus consecuencias. El hombre que reconoce sus límites y la grandeza de su Creador sabe que nadie mejor que Dios para regir el mundo. El poder humano es arbitrario y, cuando se enorgullece, tiende a esclavizar y a someter a los demás. En cambio, gobernar, administrar y decidir contando con Dios lleva a la verdadera justicia, que jamás olvida ni desatiende a nadie, que trae paz y abundancia para todos.

Por eso el Santo Padre insiste con tanta fuerza en que no podemos prescindir de Dios. Ignorarle supone endiosar al hombre y dejar el mundo en manos de sus caprichos megalómanos. El abismo entre pobres y ricos, las guerras, el hambre y la desigualdad escandalosa en el reparto de riquezas son algunas de las consecuencias de barrer a Dios de nuestra vida pública. En cambio, tener a Dios presente y hacer de su bondad y su piedad hacia los más pobres un criterio rector de todo cuanto hacemos facilitaría unos gobiernos justos y responsables de las sociedades humanas.

25 de noviembre de 2022

Vamos alegres a la casa del Señor

Salmo 121


Vamos alegres a la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien.

Algunas personas han intentado describir al pueblo de Israel como una gente ceñuda, moralmente estricta, represiva y muy, muy seria. Si leyeran la Biblia de cabo a cabo se darían cuenta de que el pueblo de Israel está continuamente cantando y aprovecha la menor ocasión para hacer fiesta, danzar, alabar y componer música.

El pueblo de Israel era mucho más vital, alegre y desenfadado de lo que imaginamos, debido a siglos de una enseñanza doctrinal quizás muy puritana y severa. Los salmos son la voz de este pueblo: ya sean de súplica o de loanza, de gratitud o de lamento, son sentimiento puro que se desborda.

Adviento es un tiempo de preparación de la fiesta. ¿Qué fiesta? La venida de Dios en medio de la humanidad. Una venida que no debe ser entendida como un juicio severo, sino como salvación de la riada del mal y del oleaje oscuro que nos zarandean. Un nacimiento que es fiesta, banquete de bodas, celebración. En Adviento tenemos motivos para cultivar las tres virtudes fundamentales del cristiano: la fe, porque creemos que Dios realmente está con nosotros. La esperanza, porque al creer nos preparamos activamente para su venida, como quien prepara una fiesta. Y la caridad porque sin amor sería imposible confiar, preparar y vivir anticipadamente esta llegada del Dios que ya está entre nosotros.

El salmo canta la alegría de los peregrinos que se acercaban a Jerusalén, la ciudad santa, el lugar de Dios. En Adviento no somos nosotros, es Dios quien se hace peregrino y baja a la tierra, el lugar del hombre, para convertirla también en su reino. Allí donde encuentre una puerta abierta, Dios llevará su paz y su gozo. Allí donde nos reunamos en su nombre, habrá fiesta y las personas podrán decirse, como en el salmo: paz contigo, hermano, y te deseo todo el bien.

Este Dios peregrino es humilde, como lo fue Jesús. Nos ama y desea lo mejor para nosotros, pero no hará nada sin nuestro permiso, porque esta fiesta, que es encuentro amoroso, tiene que ser querida por las dos partes. Espera que le abramos la puerta, espera que le dejemos entrar en nuestra vida. No nos impone su presencia, aunque su amor envuelve el universo entero. Dios aguarda, respetando nuestra libertad. Allí donde le dejemos entrar, será su casa. ¿Querremos ser, nosotros, albergue de Dios? 

18 de noviembre de 2022

Qué alegría cuando me dijeron...

Salmo 121


¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!

Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.

Las palabras de este salmo nos resultan muy familiares, pues son un cántico muy conocido que tradicionalmente ha resonado en nuestras iglesias.

Es un salmo de alegría y de triunfo, que nos habla de un lugar, Jerusalén, como casa del Señor. Nos habla de justicia y, en el resto del salmo que no se lee, se habla también de la paz deseada para que reine en la ciudad y entre las gentes.

Estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey, que se nos revela como único templo, único sacerdote, la persona que une cielo y tierra y que nos muestra el rostro de Dios. El Nuevo Testamento recoge mucho del Antiguo: el deseo de paz, de justicia, de plenitud del pueblo judío. Recoge la tradición y la veneración del pueblo hacia el templo, hacia la ciudad santa —Jerusalén significa, literalmente, la ciudad de la paz—. Todos estos anhelos se ven respondidos con la llegada de Jesús, aunque no como muchos lo esperaban. Jesús supera la identificación de Dios con un lugar, un edificio o una ciudad. Sin dejar de encarnarse, Dios apunta hacia otra Jerusalén, la Jerusalén celestial, comunidad formada por todos los que creen.

Así, cuando entonamos este cántico, estamos cantando la grandeza de nuestro Dios, Amor que desciende al mundo y nos busca. Cantamos también su justicia. Una justicia que, recordémoslo siempre, nada tiene que ver con las leyes humanas ni con nuestra mentalidad retributiva. La justicia de Dios es magnanimidad, misericordia, plenitud, gozo, don gratuito. Dios nos otorga la paz y su abundancia de bienes, no porque lo merezcamos o nos hayamos esforzado mucho, sino porque él es así: generoso sin límites, amante de sus criaturas y bueno. ¿Cómo no cantar alegres y bendecir su nombre, habiendo recibido tanto?

11 de noviembre de 2022

El Señor rige a los pueblos con rectitud

Salmo 97


El Señor llega para regir los pueblos con rectitud

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y todo cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

Los versos de este salmo nos hablan de un Dios poderoso, glorioso, de un rey que gobierna el universo entero. Toda la Creación se rinde ante él y lo aclama. Con imágenes de vigorosa belleza, el salmista nos muestra un mar rugiente que con su oleaje también alaba al Creador, un monte que aclama a su Señor, un río que canta su majestad. Todo cuanto existe proclama a su autor.

La ciencia, en su avance, nos muestra que existen unas leyes físicas que rigen el mundo de la materia y la energía. Creer en la existencia de un ser superior que todo lo ha creado es una opción de fe, pero muchos pensadores son los que apuntan que, tras el orden y la asombrosa precisión de las leyes naturales, se atisba la inteligencia y el amor del Creador. De la misma manera que el genio de un artista se refleja en su obra, en la belleza prodigiosa del universo y en sus leyes también se manifiesta la grandeza de quien lo creó.

En su consagración del templo de la Sagrada Familia, el Papa Benedicto habló de cómo Gaudí había aunado la naturaleza y la revelación de Dios. Las piedras del templo recogen la maravilla del mundo creado y a la vez apuntan a una vida eterna que trasciende la materia, intentando plasmar la fuerza del espíritu. Naturaleza y divinidad se hermanan en este templo. Dios es la medida del hombre, nos dice el Papa. Un Dios cuya gloria es la plenitud de su criatura, un Dios cercano y amigo, Señor de la belleza y fuente de la belleza misma.

Sin embargo, vemos en el mundo de hoy muchas realidades que nos hacen dudar. ¿Realmente Dios gobierna el cosmos? Guerras, calamidades, desastres naturales… ¿Cómo podemos percibir la mano divina detrás de tanto mal aparente?

En el último verso leemos: «regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud». Con estas palabras, el pueblo judío reconoce la existencia de una ley previa a la misma existencia humana, que todo lo rige. Es una ley que nos trasciende a los humanos: la ley de Dios, que es amor y donación pura. Por encima de las catástrofes naturales y por encima de los errores humanos, fruto de una libertad mal utilizada, prevalece la ley divina, que no será abolida. La vida acabará venciendo a la muerte, y el amor será más poderoso que el odio. Esta es nuestra esperanza. 

4 de noviembre de 2022

Al despertar me saciaré de tu semblante

Salmo 16


Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Señor, escucha mi apelación,atiende a mis clamores,presta oído a mi súplica,que en mis labios no hay engaño. 


Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;inclina el oído y escucha mis palabras. 


Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia,y al despertar me saciaré de tu semblante. 




Este salmo, compuesto por David en un momento de aprieto y soledad, puede retratar muy bien cómo nos sentimos cuando nos vemos injustamente atacados, acosados y escarnecidos.

En la vida conocemos situaciones así. Creemos haber obrado bien, nos esforzamos por ser justos y por ayudar a los demás. Nuestro corazón está lleno de buena intención, aunque a veces nos equivocamos. Sabemos, como dice el salmo, que no hay malicia en nosotros.

Y, sin embargo, cuando fallamos el mundo nos juzga sin piedad y muchas personas se levantan contra nosotros, criticándonos con saña. La tristeza y la ira nos invaden y es fácil que, llevados de una justa indignación, podamos cometer aún mayores equivocaciones. ¿Qué hacer?

El salmo nos muestra el camino: rezar. Desprenderse de todo amor propio. Poner ese dolor en manos de Dios: el dolor de saberse injustamente acosado, calumniado y despreciado. Es ahora cuando más cerca nos encontramos de Jesús clavado en cruz. Si él, que fue santo y justo, recibió tal muerte, ¿cómo nosotros, que no somos tan buenos y fallamos continuamente, no vamos a recibir golpes e incomprensiones? Decía santa Teresa que es entonces, cuando somos injustamente atacados, cuando deberíamos alegrarnos, porque estamos compartiendo los sufrimientos y la cruz de nuestro Señor. Recordemos las bienaventuranzas que leímos el pasado domingo. Compartir la corona de espinas con nuestro Rey, ¿no ha de ser una carga dulce que aceptaremos soportar con amor?

Jesús se abandonó en brazos del Padre. Así, el salmista busca el refugio de Dios, protégeme a la sombra de tus alas. Y Dios nos ayudará y nos dará fuerzas. También hará resucitar nuestro espíritu vapuleado si sabemos confiar en él y no ceder a la tentación de devolver mal por mal. 

28 de octubre de 2022

Ensalzaré tu nombre por siempre



Salmo 144


Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan.

Es asombroso comprobar cómo la sensibilidad de los salmistas nos dibuja la imagen de Dios que nos revela Jesús. En los evangelios encontramos eco de muchos salmos, que Jesús conocía y solía recitar; y en los salmos hallamos verdaderas joyas de sabiduría que nos muestran cómo es Dios.

La piedad, tantas veces mal entendida, es una cualidad de ese amor entrañable de Dios. Es la virtud del estar atento, velando, cuidando, apoyando y dando ánimo. Es la actitud de sostener al que va a caer, de enderezar al que se dobla. Dios no espera que nos equivoquemos y pequemos para castigarnos. Al contrario, nos sostiene y nos ayuda a caminar erguidos. La piedad jamás se ensaña contra el débil. Si la justicia de Dios tiene un nombre, ése es el de la bondad.

Estamos lejos de esa imagen tremenda, poderosa, lejana y aterradora, la imagen del Dios tirano del que hay que deshacerse para ser libre, según las filosofías de la sospecha. En cambio, este salmo nos muestra un Dios cariñoso, próximo, como un padre bueno. «Lento a la cólera y rico en piedad», ¡cómo deberíamos imitar los hombres esta cualidad de Dios! A veces queremos ser tan justicieros, nos sentimos tan indignados ante la realidad del mal, que olvidamos que Dios, antes que juez, es nuestro defensor. Defensor de todos, incluso de los más pecadores.

Como el Papa Benedicto recordaba a menudo, acercarse a Dios, fiarse de él, confiar nuestra vida en sus manos, no nos recorta, ni nos anula, ni coarta nuestra libertad. Al contrario, arrimarse a Dios nos hace crecer y alcanzar toda nuestra plenitud humana y espiritual. Caminar a su vera nos llevará mucho más lejos de lo que nuestras fuerzas podrían soportar. Y nos maravillaremos, día tras día, de su bondad espléndida y su exquisito cuidado hacia nosotros, sus criaturas. Sus hijos.

De la consciencia de sentirse tan amado, brotarán versos en los labios, como los de este salmo.

21 de octubre de 2022

Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha



Salmo 33


Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.


Muchas de nuestras oraciones están motivadas, como este salmo, por los problemas y dificultades que nos abruman. Cuando estamos desesperados clamamos a Dios. Pero Dios no es una pastilla o un opio que nos adormece y nos brinda un consuelo ilusorio. Dios tampoco nos va a sacar las castañas del fuego, como suele decirse. Quien de verdad quiera seguirle y comprometerse con él va a encontrarse con muchos obstáculos y rechazo de la gente.

Pero el salmo quiere darnos una visión más profunda de la realidad, que no se detiene en las meras tribulaciones y en la angustia. Quienes confiamos en Dios hemos de saber ver más allá. Cuando sufrimos porque intentamos ser justos, estamos compartiendo el dolor de Cristo. Cuando afrontamos el ataque de otros por querer ser coherentes y fieles, hay alguien que siempre nos apoya. Decía Gandhi que, «cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo». ¡Y es así! Él nos mira con amor y, aunque no nos parezca evidente, nos está apoyando y sosteniendo. Nos ama, nos defiende, nos da fortaleza y nos guarda un lugar junto a su corazón.

La estrofa que habla de los malhechores se refiere a aquellas personas que hacen mal, ciegas en su soberbia. Aunque parezca que el mal vence sobre la tierra, no es así. Con el tiempo, se verá que las semillas del mal mueren y son olvidadas, mientras que las del bien crecen y se expanden con los siglos. Reflexionemos en los personajes históricos que casi todos conocemos. En la historia podemos distinguir dos tipos de líder: por un lado, el guerrero dominador de pueblos, que ha ocupado muchas páginas en las crónicas escritas; y por otro lado, el líder pacífico, que no ha empuñado las armas, sino que ha esparcido un mensaje de amor, de paz y de conversión espiritual a las gentes. Estos líderes, que tal vez en vida pasaron más desapercibidos que los emperadores y guerreros, hoy siguen vivos en el alma de millones de personas. Para nosotros el gran líder, el gran pastor, ha sido y es Jesús. Su huella caló y sigue dando frutos hoy. En cambio, los líderes de la espada están muertos y su recuerdo yace enterrado bajo tumbas de piedra o en las páginas de los libros.

La justicia de la que hablan los salmos, sin embargo, no debe interpretarse como un juicio despiadado como lo haríamos los humanos, tan propensos a condenar. Es la consecuencia de sus actos la que hará perecer a quienes se rinden al mal. La justicia de Dios, en cambio, es generosidad con las personas que saben ser humildes: reconocen su realidad, sus límites, y la grandeza del Creador. Se saben falibles y necesitadas de amor y ayuda. Sólo desde la humildad se puede recibir el don de Dios.

14 de octubre de 2022

El auxilio me viene del Señor

Salmo 120


El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá el auxilio?
El auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre.

Cuando nos vemos envueltos en dificultades y problemas, cuando nos sentimos angustiados o vemos peligrar nuestra integridad, física o emocional, es cuando, muchas veces, nos acordamos de rezar.

Dios siempre está ahí, y es realmente un gran apoyo y consuelo. Qué lástima que lo olvidemos cuando las cosas van bien y, en cambio, nos acordemos de él cuando el miedo y el dolor nos acosan. Entonces creemos necesitarlo más que nunca y, si somos personas de fe, recurrimos a él, como reza el salmo: “levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá el auxilio?

Ciertamente, cuando falta ayuda humana, o cuando todos nuestros esfuerzos fracasan, ya sólo nos queda mirar hacia lo alto y confiar en Dios.

Pero ¿qué puede llegar a ser nuestra vida si siempre, cada día, en las alegrías o en las penas, confiamos en Dios?

Dios no es un guardián agobiante que nos asfixia con su presencia. Lejos de él cortar nuestras alas y nuestra iniciativa libre. Pero quien cuenta con Dios cada día, en sus empresas, en su trabajo, en su gozo, verá cómo su vida adquiere una profundidad, una belleza y un sentido muy especial.

Sí, Dios nos protege y nunca duerme. Siempre está cerca cuando le invocamos. En realidad, está dentro de nosotros, en lo más íntimo. Su aliento sostiene nuestra existencia entera. Afirman los teólogos que, si Dios dejara de amarnos un solo momento, dejaríamos de existir…

Si le llamamos con fe siempre responde. Es hermoso levantarse cada mañana y pensar, recordando los versos del salmo, que Dios nos guarda a su sombra, nos acompaña cuando entramos y salimos, nos protege de todo mal. Especialmente del peor mal, el que pugna por anidar dentro nuestro, la tentación sibilina del egoísmo y el orgullo.

Llenémonos de Dios cada mañana: invoquémosle, llevémosle siempre presente, como compañero en todo momento. A Dios le necesitamos siempre, pues nuestra vida está en sus manos.

7 de octubre de 2022

El Señor da a conocer su salvación


Salmo 97


El Señor revela a las naciones su salvación

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de su misericordia y su fidelidad a favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.

Hoy nos encontramos con este salmo que resuena con tonos épicos de himno triunfante. La forma del salmo expresa la grandeza de Dios, su belleza, su poder.

Pero hay un fondo que va más allá de la mera imagen del Dios victorioso, poderoso y favorecedor de un pueblo escogido.

¿Cuáles son las cualidades de este Dios? La misericordia y la fidelidad. No se habla de violencia, ni de poderío, ni de terror. Dios extiende su ley, que no es tiranía, sino amor entrañable —misericordia— y apoyo incansable y leal —fidelidad— al ser humano. Como afirma el Papa Francisco, la misericordia es mucho más que una cualidad de Dios: es la forma preferente en que se manifiesta a los hombres, el espacio donde se establece un diálogo de amor entre creador y criatura.

Dios no es nuestro enemigo ni una fabulación para dominar las conciencias, como tantos pensadores han proclamado. Dios es nuestro mejor aliado, aquel que no sólo nos protege y nos cuida, sino que nos hace crecer y desplegar todas nuestras posibilidades. La justicia de Dios no consiste en condenar, separar y elegir, sino en perdonar y acoger a todos. La palabra salvación, en hebreo, es un concepto mucho más rico que el de mero rescate. Salvación significa salud, paz, prosperidad, felicidad, desarrollo. La salvación de Dios es la gloria y la plenitud del hombre.

Y, aunque este salmo sea un himno de Israel, ya en sus versos se atisba la universalidad de Dios. «Aclama al Señor, tierra entera». No será un solo pueblo, ni una pequeña porción del planeta, la favorecida por Dios. Como nos recuerda el evangelio de hoy, la salvación es para todos. El amor de Dios llega hasta los confines de la tierra. Allá donde palpite un alma humana, Dios hará llegar la oferta generosa de su amor.

30 de septiembre de 2022

No endurezcáis vuestro corazón


Salmo 94


Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis el corazón.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.


Qué fácil es creer en Dios cuando las cosas van bien, cuando la vida nos sonríe y todo parece marchar sobre ruedas. En cambio, cuando nos abruman los problemas y nos sentimos acosados por todas partes, la fe flaquea y es entonces cuando clamamos: ¿Dónde está Dios?

Este clamor es lo que el salmo llama poner a prueba a Dios. Parece que bajo el nubarrón de las dificultades olvidamos rápidamente que por encima luce siempre el sol; que una tempestad no puede borrar cientos de días de luz; que un bache no es todo el camino. Muchos dicen que Dios nos somete a prueba, como si fuera un amo autoritario que quiere castigar o jugar con la capacidad de resistencia de sus criaturas. ¡Qué lejos del Dios de Jesús, del Dios misericordioso que el Evangelio nos va desvelando!

La dureza del corazón va a menudo acompañada de la estrechez de mente. Si pusiéramos en una balanza lo que Dios nos da a un lado y las dificultades que sufrimos al otro, nos daríamos cuenta de que el fiel siempre se inclina del lado de Dios. Solamente la vida, el don de existir, pesa muchísimo más que todo el resto. Poder respirar, hablar, moverse; poder amar a alguien, poder recibir afecto, estos dones son tan inmensos que no deberíamos dejar que los golpes de la vida nos hicieran olvidarlos o incluso despreciarlos. Lo mejor que tenemos lo hemos recibido gratis, sin merecerlo. Quizás por eso, porque estamos tan acostumbrados, ya no sabemos valorarlo. Hemos dejado de asombrarnos ante el milagro de estar vivos y despertarnos cada mañana. El universo creado ha dejado de maravillarnos. La otra persona, la que tengo ahí, cerca, ha dejado de conmoverme. Aquí está la dureza de corazón, que se enquista y se pertrecha en la rutina y el hastío.

Por eso el salmista clama: ¡No endurezcáis vuestro corazón! El corazón tierno es siempre joven, vibra y se admira. Sabe leer en los acontecimientos de la historia y sabe descubrir, detrás de cada día, la mano amorosa del Dios que nos sostiene y nos salva. El corazón vivo palpita y se desborda en alabanzas.

23 de septiembre de 2022

Alaba, alma mía, al Señor


Salmo 145


Alaba, alma mía, al Señor.

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el  Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.


Este cántico agradecido nos muestra por un lado cómo es Dios y, por otro, cómo podemos llegar a ser los humanos.

Para muchos descreídos, no es más que una oración de consuelo para quienes sufren. El canto de un pueblo tantas veces sometido resuena como eco en las vidas maltratadas por la enfermedad, el hambre, la pérdida o los daños provocados por otros.

El ateísmo ve en la religión un opio, una droga dulce que amansa a los oprimidos y los hace resignarse en su desgracia, con la esperanza vana de un Dios que vendrá a rescatarlos y a solucionar sus problemas.

Nada más lejos de la auténtica intención del salmista. Creer en Dios no adormece, ¡despierta! Para expresar una vivencia espiritual a menudo es necesario recurrir a la poesía. Y los salmos, en buena parte, son fruto de experiencias de profunda liberación interior. Brotan de la consciencia de que Dios, verdaderamente, “salva”.

¿De qué salva? En el fondo, todas las esclavitudes, más allá del mal físico, son consecuencias del mal. El hambre y la injusticia son consecuencias del egoísmo humano a gran escala. La ceguera de la obstinación, la cojera del miedo, la cautividad de la egolatría, la senda tortuosa del que maquina contra los demás… Todo esto son torceduras y heridas en la bella creación de Dios y en su criatura predilecta: el ser humano. Y Dios, que no nos ha dejado abandonados al azar, siempre vuelve a salvarnos del mal.

Con su amor y su predilección por los más débiles, Dios no sólo nos muestra su corazón de madre, sino también la parte más tierna, profunda y arraigada en la naturaleza humana. Dios actúa en el mundo por medio de nosotros. Sí, los hombres podemos ser crueles y perversos, pero también existe en nosotros la semilla del bien, de la misericordia, de la solidaridad. Podemos poner barreras y alambradas, pero también sabemos tender la mano a quienes piden auxilio.

Somos capaces de grandes hazañas y de hallazgos que pueden mejorar nuestras vidas. Trigo y cizaña crecen juntos hasta la siega… ¿Qué semilla vamos a regar para que crezca más fuerte en nuestro corazón?

16 de septiembre de 2022

El Señor alza al pobre

Salmo 112


Alabad al Señor, que alza al pobre

Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. 

El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
 
Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo.

En la religión del antiguo Israel y, después, en el Cristianismo, los pobres siempre han tenido un lugar especial. Podríamos decir que la atención al pobre, en nuestra fe, ya no sólo es un hecho ético y moral, sino un rasgo que nos acerca a Dios.

En otras culturas también se atendía a los pobres, pero en ninguna otra se oyó antes que los pobres fueran los favoritos, amados de Dios.

Israel fue un pueblo que sufrió continuas pruebas: persecución, conquistas, deportaciones, esclavitud y pobreza. Quizás por esto desarrolló un fuerte sentido de la solidaridad hacia los más desvalidos. El Dios en que confiaba era un Dios que no soportaba la miseria ni la injusticia.

Pero el pueblo israelita tampoco fue ajeno a los pecados propios de toda sociedad. Amós y otros profetas denunciaron con rotundidad la avaricia de los ricos y la opresión injusta sobre las gentes sencillas.

Con la fe de Israel también comienza otro concepto de la pobreza: el teológico. El pobre ya no es solo el desposeído, sino el que carece de arrogancia y autosuficiencia y se sabe desvalido ante Dios. En este sentido, todos somos pobres, lo reconozcamos o no. Y al que se siente pobre y miserable, despojado de todo orgullo, Dios lo elevará.

En el salmo hay un vivo contraste: Dios, que es todopoderoso y que está allá arriba, en su trono celeste, baja a la tierra, hasta hundirse en el barro. Y baja para mirarnos. Ese es el movimiento de nuestra fe, y motivo de confianza y alegría para todos: que no somos nosotros quienes tenemos que ascender, con esfuerzo, para alcanzar la plenitud. Es Dios quien desciende y viene a nosotros. Creamos, de verdad, que Dios no está lejos. A Dios le importamos. Somos especiales para él, hijos amados. Por muy desgraciados y rendidos que nos sintamos, él está a nuestro lado y nos ayuda a levantarnos: alza de la basura al pobre para sentarlo con los príncipes...

9 de septiembre de 2022

Me pondré en camino a donde está mi Padre


Salmo 50


Me pondré en camino a donde está mi Padre

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. 



Hablar de pecado hoy está mal visto. Las filosofías ateas lo presentan como un invento moral para reprimir nuestros impulsos más genuinos y controlar nuestras mentes. Sin embargo, el sentimiento de culpa, de haber obrado mal, existe. Y permanece por mucho que se niegue el valor de la moral cristiana.

Toda persona, además de cuerpo y mente, tiene lo que llamamos conciencia. Es una facultad universal, que nos permite distinguir entre el bien y el mal. Pecado es elegir, libremente, el mal. ¿Sus consecuencias? Una ruptura del hombre en sus relaciones fundamentales: consigo mismo, con los demás, con el mundo, con Dios. El pecado hiere la humanidad y mutila el alma. ¿Es innata la conciencia? Si no se desarrolla, queda latente en la persona y es entonces cuando decimos que alguien no tiene escrúpulos. Pero si se educa y se cultiva, con respeto, esta conciencia es la que nos permite andar por la vida con unos principios éticos, favoreciendo una convivencia armoniosa y madurando nuestra humanidad.

David compuso este salmo en un momento de dolor, cuando fue consciente del mal que había causado poseyendo a la mujer de Urías y enviando a éste a morir, al frente de sus tropas. Pasada la ofuscación del deseo, David comprendió el alcance de su pecado y lloró amargamente. Los versos del salmo son palabras de un hombre contrito, abrumado por el peso de la culpa. Y en ellos vemos un sincero anhelo de luz, de limpieza interior, de perdón.

Notemos que la Biblia identifica con frecuencia el perdón con la salvación. También actuaba así Jesús cuando curaba a los enfermos. El perdón es liberación, es hacer borrón y cuenta nueva, ¡y nadie como Dios para olvidar y animarnos a empezar de nuevo! El perdón es también fuerza espiritual. El pecado muchas veces es consecuencia de un alma débil, frágil y víctima de mil tentaciones. Reconocerlo así es el primer paso para reparar el daño. El mejor sacrificio, la mejor penitencia, es “un corazón quebrantado”. Roto de dolor, pero al mismo tiempo abierto a la reconciliación y a la misericordia que todo lo comprende, todo lo perdona y todo lo repara.

Saberse amado y perdonado por Dios no sólo nos sana por dentro, sino que nos llena de alborozo. Tanto, que nos impulsa a elevar un cántico de alabanza. De la pena por la culpa, los versos del salmo nos llevan a la alegría del perdón y la reconciliación con el Amor que nos sostiene siempre.

2 de septiembre de 2022

Tú eres nuestro refugio de generación...


Salmo 89


Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación

Antes de que los montes se engendraran, antes de que nacieran tierra y orbe, de lo eterno a lo eterno, ¡oh Dios!, tú eres.

Tú mandas que el mortal al polvo vuelva, tú nos dices: volveos, hijos de los hombres.

Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer que ya pasó, y como una vigilia de la noche. Pasan como un sueño matutino, como la hierba verde, que florece a la mañana y a la tarde la siegan y se seca.

Has puesto ante tus ojos nuestras culpas, y a la luz de tu rostro nuestros pecados más ocultos. Al ardor de tu ira, nuestros días se han ido consumiendo uno a uno; nuestros años se acaban cual suspiro.

Enséñanos a contar nuestros días y a llegar a la sabiduría del corazón. Vuélvete, Señor, ¡ay, hasta cuándo!, y muéstrate propicio con tus siervos.

Sácianos pronto con tu gracia y así nos alegremos y exultemos todos nuestros días.


Este salmo puede sorprendernos por su existencialismo. Algunos de sus versos nos resultan muy actuales. ¿Quién no se ha estremecido más de una vez, considerando cuán rápido pasa el tiempo, cuán frágil es nuestra vida, qué poca cosa somos ante la muerte? Los existencialistas fueron conscientes de esta limitación de la vida humana y la sufrieron con angustia, hasta la náusea. Sí, da vértigo pensar que no somos eternos, que antes de ser engendrados no existíamos y que, un día, dejaremos de vivir. ¿Por qué nos asustan tanto estos límites?

La sed de eternidad es connatural al ser humano. Y por eso, desde tiempos inmemoriales, el hombre ha buscado algo —o alguien— más allá de la pura existencia terrenal, más allá de la realidad física, palpable y finita. El pueblo judío descubrió en esta búsqueda a Dios. Solo Él puede saciar esta sed de infinitud, sólo Él puede mitigar nuestra angustia y darnos paz para vivir dentro de nuestros límites. Porque Él, como bien reza este salmo, es eterno, infinito e inmortal. «Tú eresۘ», dice el primer verso, y esto nos lleva a aquellas otras palabras del Señor a Moisés: «Yo soy el que soy». El único que es en total plenitud, sin límites.


La sabiduría de la que nos hablan los salmos, y la Biblia en general, no son mera erudición, ni conocimiento científico, ni siquiera filosofía elaborada. Contienen la «sabiduría del corazón», esa que nos enseña a contar nuestros días, la que nos permite aceptar nuestros límites y reconocernos como somos: ni dioses, ni todopoderosos, ni independientes. Pero esta sabiduría no se limita a ser realista en cuanto a la condición humana. Nos llevaría al vacío, al pesimismo desesperanzado y a la tristeza, y esto no puede colmarnos jamás. La sabiduría del corazón es la que, además, reconoce a Dios. No basta con saber que somos limitados: hemos de saber que Dios está junto a nosotros. Y Él, que es amor inmenso y desbordante, nos sostiene y sacia nuestros anhelos más profundos.  

26 de agosto de 2022

Preparaste casa para los pobres




Salmo 67


Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios rebosando alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor, su nombre es el Señor.

Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada, y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad preparó para los pobres.


Este salmo expresa alto y claro una reivindicación a favor de los pobres y más desfavorecidos. Y no es el ser humano quien la hace, sino el mismo Dios quien se pone de parte de ellos. ¿Dónde está Dios?, preguntan muchos hoy. Y la respuesta bien podría ser: está con aquellos que sufren. Con la viuda que llora, con el niño huérfano, con los pobres. Está en los campos de refugiados, en las trincheras polvorientas, en los inmensos cenagales de chabolas y miseria que crecen alrededor de las urbes de buena parte del mundo.

Dios está —y su presencia se hace más fuerte y patente— con aquellos que no tienen nada. Ya sólo les queda Dios y el aliento que les permite vivir y sobrevivir un día más. Dios también está en aquellos que, aún no siendo pobres materialmente, viven desprendidos de todo, sin otra riqueza que su amor. Esta es la pobreza de espíritu que busca el evangelio.

Esta es la pobreza que sin duda sintieron los hombres de Israel, milenios atrás, cuando eran un pueblo nómada y despreciado. Sin tierras, sin riquezas, sin reyes poderosos que los defendieran, sufrieron en su piel la crueldad de reinos poderosos, el hambre y la pobreza. Y se refugiaron en el Dios que, más allá de Creador, también era Padre. La fe de Israel crece con una fuerte consciencia de justicia social. Dios no aprueba la violencia y la opresión y, en cambio, defiende siempre al más débil.

Además, los versos de este salmo son expresión viva de una experiencia: la de aquel que, habiendo pasado grandes sufrimientos, ha sido socorrido por Dios. Es un cántico de esperanza que se ha visto colmada: quien confía en Dios, tarde o temprano verá cómo es liberado. Dios es justo, pese a todo. Y no falla. Ante los ojos humanos, esta afirmación puede parecernos contradictoria. Dios no debería permitir tanto mal y pobreza en el mundo, es el gran argumento de muchos. Olvidamos que nuestro Dios es un liberador, no un tirano. Y quien libera jamás puede obrar contra la voluntad del que ama. Allí donde Dios es expulsado, el mal y la miseria se extienden. Allí donde Dios es acogido, su justicia acabará brillando y, como dice el salmo, su lluvia copiosa aliviará la tierra extenuada y alimentará a los pobres.

19 de agosto de 2022

Una buena noticia

Salmo 116

Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
Id al mundo entero y proclamad el evangelio.


Este domingo leemos el salmo más breve de todos junto con una frase del evangelio, que nos sirve de estribillo. Son apenas cuatro versos, ¡pero dicen tanto!

Nos hablan de una fe que ya no se limita al pueblo hebreo. La buena noticia ha de brillar sobre todo el mundo, ha de extenderse a todas las naciones. Dios no es solo el Dios de Israel, sino el Dios de todo ser humano. Cualquier hombre o mujer de buena voluntad, con el corazón abierto, puede ser su amigo y recibir su bendición. Cuando Israel llega a esta convicción, su fe ya no puede quedarse encerrada en la comunidad, ha de salir, expandirse, comunicarse. Toda buena noticia pide ser proclamada, y no tiene fronteras.

Así, los versos del salmo enlazan con las últimas palabras de Cristo a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el evangelio.  

¿Qué es el evangelio? ¿Cuál es esta buena noticia que debe ser llevada hasta los confines de la tierra? Que Dios está con nosotros. Que Dios nos ama. Que es fiel, que se conmueve de amor hacia sus hijos y jamás nos falla. Cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo, reza una frase atribuida a Gandhi.

Es así. Y hoy, en medio de crisis e incertidumbres, esta buena noticia es más necesaria que nunca. No porque hagan falta consuelos, “pastillas para el alma”, ilusiones o remedios que alivien nuestras angustias y dificultades. No, la fe, como decía Martín Descalzo, no es un caramelo ni una dosis de morfina. La fe despierta, la fe acicatea, inquieta, remueve. Pero la fe también da fuerza y una inmensa, firme, alegría interior, necesaria para saber agradecer todo cuanto tenemos y dar su valor correcto a las cosas.

Por muy pobres, enfermos, solos o apurados que estemos, tenemos un don, inmenso e inmerecido. Existimos. Estamos vivos y Dios nos ama, sosteniéndonos cada día con su aliento. Tenemos talentos, capacidades y una fortaleza que quizás no sospechamos. Al menos, la capacidad de comunicarnos y la libre voluntad, que podemos ejercer siempre. Somos un tesoro en manos de Dios. Seamos conscientes de esto y saldremos adelante. Estaremos salvados.

Y ahora, una vez esta buena noticia arde en nuestro interior, vayamos a comunicarla. No la encerremos, no la ahoguemos. Otros necesitan escucharla de nuestra voz, y creerla por nuestro testimonio. Dicen que el amor es como el fuego: si no se comunica, se apaga. No dejemos apagar esta inmensa, hermosa y buena noticia que da sentido a toda nuestra vida.

La piedra desechada