Salmo 15
Tú eres, Señor, el lote de mi
heredad
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Digo al Señor: Tú eres mi bien. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche
me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha
no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis
entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de
gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
A menudo las gentes
critican a la Iglesia
y también a los cristianos. Atacan a la
institución de mil maneras, por su rigor y su poder, y a nosotros, los
creyentes, nos acusan de ser incoherentes con lo que creemos y predicamos, o
bien se nos atribuyen toda clase de ideas y actitudes disparatadas, a veces
bien lejos de la realidad.
Pero este salmo nos
recuerda una cosa innegable. La Iglesia está formada por seres humanos y, como
tales, somos falibles, imperfectos y pecadores. Cometemos muchos errores,
incluso causamos daño, queriendo o no. Somos vasijas de barro, a veces muy
sucias y deterioradas… Qué fácil es que nos desprecien y qué fácilmente podemos
caer en el desánimo ante las críticas.
Pero esas ánforas de
barro, sucias y rotas, contienen un tesoro inmenso, no comprado ni conseguido,
sino regalado. Es esa joya maravillosa lo que hemos de ver y mostrar. Dios se
ha fiado de nosotros y se nos ha dado: él es, verdaderamente, el lote de nuestra heredad. Él llena
nuestra copa, él nos cubre, nos protege y aún más: nos habita. Con Cristo, los
versos del salmo todavía adquieren mayor significado. En la comunión, lo
recibimos dentro de nosotros, y desde
dentro nos instruye, iluminando nuestra conciencia y nuestra voluntad.
Por eso, aunque seamos
pecadores, aunque nos sintamos pequeños, cargados de defectos y de fallos,
podemos exultar de alegría y tener paz interior: «se gozan mis entrañas y mi
carne descansa serena». ¡Qué expresivos son estos versos! Sí, la paz interior
no la conseguiremos por nuestros medios, sino cuando nos dejemos inundar por la
presencia de Dios. Y con la paz, llegará el gozo. Dios, lejos de ser el gran
juez represor de la humanidad, es su liberador, su alegría y aquel que puede
saciar nuestra hambre de plenitud.
Dios no nos quita nada, nos lo da todo... y se nos da a sí mismo, el máximo regalo que jamás hayamos podido soñar.
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