Salmo 97
Tañed la cítara para
el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad
al Rey y Señor.
Retumbe el mar y todo
cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los
montes al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con
justicia y los pueblos con rectitud.
Los versos de este salmo nos hablan de un Dios poderoso,
glorioso, de un rey que gobierna el universo entero. Toda la Creación se rinde ante él
y lo aclama. Con imágenes de vigorosa belleza, el salmista nos muestra un mar
rugiente que con su oleaje también alaba al Creador, un monte que aclama a su
Señor, un río que canta su majestad. Todo cuanto existe proclama a su autor.
La ciencia, en su avance, nos muestra que existen unas leyes
físicas que rigen el mundo de la materia y la energía. Creer en la existencia
de un ser superior que todo lo ha creado es una opción de fe, pero muchos
pensadores son los que apuntan que, tras el orden y la asombrosa precisión de
las leyes naturales, se atisba la inteligencia y el amor del Creador. De la
misma manera que el genio de un artista se refleja en su obra, en la belleza
prodigiosa del universo y en sus leyes también se manifiesta la grandeza de
quien lo creó.
En su consagración del templo de la Sagrada Familia , el Papa Benedicto
habló de cómo Gaudí había aunado la naturaleza y la revelación de Dios. Las
piedras del templo recogen la maravilla del mundo creado y a la vez apuntan a
una vida eterna que trasciende la materia, intentando plasmar la fuerza del
espíritu. Naturaleza y divinidad se hermanan en este templo. Dios es la medida
del hombre, nos dice el Papa. Un Dios cuya gloria es la plenitud de su
criatura, un Dios cercano y amigo, Señor de la belleza y fuente de la belleza
misma.
Sin embargo, vemos en el mundo de hoy muchas realidades que
nos hacen dudar. ¿Realmente Dios gobierna el cosmos? Guerras, calamidades,
desastres naturales… ¿Cómo podemos percibir la mano divina detrás de tanto mal
aparente?
En el último verso leemos: «regirá el orbe con justicia y
los pueblos con rectitud». Con estas palabras, el pueblo judío reconoce la
existencia de una ley previa a la misma existencia humana, que todo lo rige. Es
una ley que nos trasciende a los humanos: la ley de Dios, que es amor y
donación pura. Por encima de las catástrofes naturales y por encima de los
errores humanos, fruto de una libertad mal utilizada, prevalece la ley divina,
que no será abolida. La vida acabará venciendo a la muerte, y el amor será más
poderoso que el odio. Esta es nuestra esperanza.
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