Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu
nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu
fidelidad.
El justo crecerá como una palmera, se alzará como
un cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de
nuestro Dios.
En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y
frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la
maldad.
La bondad es un atributo
de Dios que la literatura bíblica, especialmente en los salmos, quiere resaltar.
Así mismo, Dios es justo y recompensa con paz, prosperidad y abundancia al
hombre que sigue su justicia.
Bondad, justicia. Son dos
valores que hoy echamos de menos y que a menudo están ausentes de la sociedad. El
pueblo hebreo también ansiaba estos valores y clamaba al cielo por ellos. Su
azarosa historia está marcada, como la historia de tantos otros pueblos, por
periodos de violencia, de abusos de poder, de explotación del pobre.
Para el israelita devoto,
la creencia en un Dios justo y bueno, que premia y defiende al hombre justo,
era un puntal existencial. En la incerteza de la vida, al menos tenía una
certeza, una seguridad, puesta en el Dios todopoderoso y magnánimo. Quien está
con Dios posee todo su amor, toda su fuerza, toda su bondad, y prospera “como
una palmera”, “como un cedro del Líbano”. “En la vejez seguirá dando fruto y
estará lozano y frondoso”.
Para el cristiano de hoy
también es motivo de esperanza la fe en un Dios bueno, que siempre acaba
haciendo justicia. Pero la experiencia nos muestra que muchas veces parece que
la maldad es más poderosa, que la injusticia triunfa y que la bondad es
impotente ante el poder del mal. Miramos a nuestro alrededor, escuchamos un
noticiario o leemos la prensa y se nos cae el alma a los pies. ¿Cómo encontrar
la paz y la esperanza, cuando nos faltan evidencias de que el bien triunfa?
Este verso del salmo es
impresionante en su sencillez: “En mi Roca no existe la maldad”. Y debería
hacernos pensar. Dios, que todo lo puede, que es más grande que el universo,
que es más que todo aquello que podamos concebir… carece de maldad. Si Dios,
que es el Todo, es bondad pura, ¿cómo no va a triunfar? En nuestra visión
pequeñita y humana, limitada a nuestra vida y a nuestro entorno, quizás no
sabemos verlo. Pero si elevamos la mirada, si sabemos ver la realidad desde la
altura y en profundidad, con ojos de cielo, quizás nos daremos cuenta de que es
cierto: la misericordia de Dios baña el mundo, aunque sea un mundo herido,
llagado y gimiente bajo los dolores de un sangriento parto. Su bondad lo cubre
y lo envuelve todo, incluso el mal.
Descansar en él nos
apacigua y nos refuerza. Nos hace capaces de lo que creemos imposible. Nos
revive. Y nos hace cantar, con gratitud: “¡Es bueno darte gracias, Señor!”
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