Salmo 115
Alzaré la copa de la salvación
invocando el nombre del Señor.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me
ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu
esclava: rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu
nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo
el pueblo.
Cuando experimentamos que
somos profundamente amados, quizás hay una reacción previa incluso a la alegría
y a la reciprocidad: la admiración. Y más aún cuando somos receptores de un
amor grande e inmerecido como el de Dios. El salmista se asombra ante tanto don
y se pregunta: ¿Cómo le pagaré al Señor
todo lo que me ha hecho?
También nosotros podemos
preguntarnos hoy: ¿cómo pagar a Dios lo que nos ha dado? Podemos sufrir, tener
problemas o enfermedades. Pero el solo hecho de existir y de tener alguien a
quien amar ya es tan grande que no se puede igualar a ningún regalo humano.
¿Cómo devolverlo?
La siguiente frase
impresiona: Mucho le cuesta al Señor la
muerte de sus fieles. Casi podemos imaginar a Dios llorando y doliéndose
cuando muere una persona buena, alguien que le fue fiel. El salmo nos muestra ese
rostro del Dios compasivo que ama a sus criaturas como una madre; le duele el
sufrimiento y la muerte de cada una de ellas.
¿Cómo no confiar en un
Dios así? A un Dios tonante, juez y terrible, podemos temerlo, aunque creamos
en él, pero en ese miedo siempre habrá un resquicio de desconfianza y de
sumisión. En cambio, el salmo continúa hablándonos de dos conceptos
aparentemente opuestos: la servidumbre y la liberación. El poeta se confiesa
siervo del Señor, alguien obediente a él, cumplidor de sus votos. Al mismo
tiempo, declara que Dios ha roto sus cadenas. ¿No será que en la obediencia a
Dios reside nuestra libertad?
¿Cómo entenderlo? Esta
aparente paradoja puede comprenderse si profundizamos en qué significa obedecer
a Dios, qué implica, y qué son esas cadenas.
El plan de Dios para
nosotros es una vida en plenitud, una vida libre, que nos permita florecer y
desarrollar todos nuestros talentos y aspiraciones. Obedecerle no es otra cosa
que dejar que ese hermoso plan se cumpla, confiando en su ley. Una ley que, desde
los orígenes de la cultura hebrea, nos muestra bondad, benevolencia, atención a
los más débiles, magnanimidad. Jesús dirá que toda la ley se resume en amar, a
Dios y a los demás. ¿Puede ser opresora una ley así, cuando los seres humanos
estamos hechos para el amor?
La noción de esclavitud,
en la Biblia , está
vinculada a la de maldad y pecado. Jesús, cuando curaba, perdonaba los pecados.
El concepto de pecado, además de ser una ofensa a Dios, es el de un daño que
esclaviza a la persona, que la impide desarrollarse plenamente y ser libre,
entera, feliz. Quien ama se realiza y se libera. Por tanto, quien cumple esta
ley divina del amor, rompe sus cadenas y puede cantar la oración más bella. Y
este es el sacrificio más agradable a Dios: la alabanza de un corazón gozoso
que ha sintonizado con su amor.
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