Salmo 117
Dad gracias al Señor porque es
bueno, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su
misericordia
Que lo diga la casa de Aarón: eterna es su
misericordia.
Que lo digan los fieles del Señor: eterna es su
misericordia.
Empujaban y empujaban para derribarme, pero el
Señor me ayudó;
El Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi
salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de
los justos.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro
patente.
Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra
alegría y nuestro gozo.
Continuamos cantando el
salmo 117, un poema que nos habla de resurrección, de vida y de plenitud.
Meditar sobre la pasión
de Jesús nos lleva inevitablemente a pensar en nuestros propios dolores y
sufrimientos. Es en estos momentos cuando confiar en Dios se convierte en el
báculo y el sostén que nos permite seguir más allá de nuestras propias fuerzas.
El salmo habla de los
justos: en sus tiendas habrá cantos de victoria, como en el campamento de un
ejército victorioso. ¿Quiénes son los justos? ¿Qué batalla acaban de librar?
Los justos, en el lenguaje bíblico, son aquellos que reconocen su verdad
humana, hermosa pero limitada, y la presencia amorosa de Dios, que nos ha hecho
y nos sostiene. La batalla se libra cada día: contra el desánimo, la duda, el
cansancio y el egoísmo. La guerra es a brazo partido contra la tristeza, el
miedo y la desconfianza. Nuestras fuerzas humanas son muy flacas para hacer
frente a estos enemigos, siempre al acecho. Pero contamos con un aliado
poderoso que solo espera una mirada nuestra, un gesto, un resquicio de corazón
abierto, para combatir a nuestro lado y darnos la victoria.
Y es una victoria gozosa,
en la que nosotros apenas hemos puesto más que un alma confiada. Para Dios,
esto ya es mucho, él hace el resto.
El evangelio de hoy nos
habla de la felicidad de aquellos que llegan a creer sin ver. La fe es un acto
de valor, pues nos habla de confiar y creer aún sin tener pruebas palpables. La
fe no se da en plena luz, sino cuando todavía la penumbra nos envuelve y los
enemigos empujan y empujan para abatirnos, como dice el salmo. La luz llegará
después.
También nos habla el
evangelio de la incredulidad. Parece que la posición incrédula sea hoy la más
valorada, la más inteligente, la propia de gente sensata, razonable, que
piensa. Los crédulos son la gente simple y emocionalmente frágil, que necesita «agarrarse
a un clavo ardiendo», como se suele decir. Quizás los creyentes somos esas
piedras que los arquitectos y muchos intelectuales de nuestra sociedad desechan
o miran con desdén. Pobres ilusos. Pero hay un salto entre simple credulidad y
fe.
A los ojos de Dios, todo cambia:
«La piedra desechada pasa a ser piedra angular». También Jesús fue piedra rehusada
en su tiempo, acusado de farsante, crucificado como un malhechor. Y hoy sigue
siéndolo. ¡Cuántas acusaciones, interpretaciones sesgadas, falsas imágenes y
atributos distorsionados recibe su persona!
Pero, ¿qué hace Dios con
esa piedra vapuleada?
Jesús resucitó. Rompe
esquemas y barreras, hasta el muro más infranqueable, el de la muerte. Comienza
una nueva vida, plena y duradera. Nosotros tampoco quedaremos olvidados. La
compasión de Dios y su amor entrañable duran para siempre, y estamos muy
presentes en su corazón.
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