Salmo 120
El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá el auxilio?
El auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre.
Cuando nos vemos envueltos en dificultades y problemas, cuando nos sentimos angustiados o vemos peligrar nuestra integridad, física o emocional, es cuando, muchas veces, nos acordamos de rezar.
Dios siempre está ahí, y es realmente un gran apoyo y consuelo. Qué lástima que nos acordemos de él especialmente cuando el miedo y el dolor nos acosan. Entonces creemos necesitarlo más que nunca y, si somos personas de fe, recurrimos a él, como reza el salmo: “levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá el auxilio?”
Ciertamente, cuando falta ayuda humana, o cuando todos nuestros esfuerzos fracasan, ya sólo nos queda mirar hacia lo alto y confiar en Dios. Pero… ¿qué puede llegar a ser nuestra vida si siempre, cada día, en las alegrías o en las penas, confiamos en Dios?
Dios no es un guardián agobiante que nos asfixia con su presencia. Lejos de él cortar nuestras alas y nuestra iniciativa libre. Pero quien cuenta con Dios cada día, en sus empresas, en su trabajo, en su gozo, verá cómo su vida adquiere una profundidad, una belleza y un sentido muy especial.
Sí, Dios protege, y no duerme. Siempre está cerca cuando le invocamos. Si le llamamos, con fe, siempre responde. Es hermoso levantarse cada mañana y pensar, recordando los versos del salmo, que Dios nos guarda a su sombra, nos acompaña cuando entramos y salimos, nos protege de todo mal. Especialmente, del peor mal, el que pugna por anidar dentro nuestro, la tentación sibilina del egoísmo y el orgullo.
Llenémonos de Dios cada mañana: invoquémosle, llevémosle siempre presente, como compañero en todo momento. A Dios le necesitamos siempre, pues nuestra vida está en sus manos.
Los salmos nos resultan cercanos porque son oraciones surgidas del corazón en momentos culminantes de la vida. Pueden ser súplicas desgarradas o alabanzas exultantes, llenas de alegría y gratitud. Pero en todos ellos late, tras la voz que pronuncia los versos, una confianza profunda: la certeza de que son palabras dirigidas a un Dios que escucha.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
-
Salmo 44 De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la r...
-
Salmo 125 El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: ...
-
Salmo 22 El Señor es mi Pastor, nada me falta. El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me cond...
No hay comentarios:
Publicar un comentario