Si el afligido invoca al Señor, él
lo escucha.
Bendigo al Señor en todo
momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
El Señor se enfrenta con
los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el
Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de
los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será
castigado quien se acoge a él.
Muchas de nuestras
oraciones están motivadas, como este salmo, por los problemas y dificultades
que nos abruman. Cuando estamos desesperados, clamamos a Dios. Pero Dios no es
una pastilla o un opio que nos adormece y nos brinda un consuelo ilusorio. Dios
tampoco nos va a sacar “las castañas del fuego”, como suele decirse. Quien de
verdad quiera seguirle y comprometerse con él va a encontrarse con muchos
obstáculos y rechazo de la gente.
Pero el salmo quiere
darnos una visión más profunda de la realidad, que no se detiene en las meras
tribulaciones y en la angustia. Quienes confiamos en Dios hemos de saber ver
más allá. Cuando sufrimos porque intentamos ser justos, estamos compartiendo el
dolor de Cristo. Cuando afrontamos el ataque de otros por querer ser coherentes
y fieles, hay alguien que siempre nos apoya. Decía Gandhi que, “cuando todos te
abandonan, Dios se queda contigo”. ¡Y es así! Él nos mira con amor y, aunque no
nos parezca evidente, nos está apoyando y sosteniendo. Nos ama, nos defiende, nos
da fortaleza y nos guarda un lugar junto a su corazón.
La estrofa que habla de
los malhechores se refiere a aquellas personas que hacen mal, ciegas en su
soberbia. Aunque parezca que el mal vence sobre la tierra, no es así. Con el
tiempo, se verá que las semillas del mal mueren y son olvidadas, mientras que
las del bien crecen y se expanden con los siglos. Reflexionemos en los
personajes históricos que casi todos conocemos. En la historia podemos
distinguir dos tipos de líder: el guerrero, dominador de pueblos, que ha
ocupado muchas páginas en las crónicas escritas; y por otro lado, tenemos al
líder pacífico, que no ha empuñado las armas, sino que ha esparcido un mensaje
de amor, de paz y de conversión espiritual a las gentes. Estos líderes más
silenciosos, que tal vez en vida pasaron más desapercibidos que los emperadores
y guerreros victoriosos, hoy siguen vivos en el alma de millones de personas.
Para nosotros, el gran líder, el gran pastor, ha sido y es Jesús. Su huella
caló y sigue dando frutos hoy. En cambio, los líderes de la espada han quedado
muertos y su recuerdo yace enterrado bajo tumbas de piedra o en las páginas de
los libros.
La justicia de la que
hablan los salmos, sin embargo, no debe interpretarse como un juicio despiadado
como lo haríamos los humanos, tan propensos a condenar. Es la consecuencia de
sus actos la que hará perecer a quienes se rinden al mal. La justicia de Dios,
en cambio, es generosidad con las personas que saben ser humildes: reconocen su
realidad, sus límites, y la grandeza de Dios. Se saben falibles y necesitadas
de amor y ayuda. Sólo desde la humildad se puede recibir el don de Dios.
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