Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y
22
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Que la palabra del Señor
es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y
su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están
puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus
vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al
Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti.
Este domingo nos
encontramos con otro salmo de súplica esperanzada. Al tiempo que rogamos a Dios
que tenga misericordia, cantamos las bondades que disfrutan aquellos que
confían en el Señor: sus vidas serán libradas de la muerte, serán reanimados en
tiempos de hambre; Dios será su auxilio y su escudo.
Podemos leer literalmente
el salmo y reconocer que, realmente, Dios cuida de nosotros, nos protege y no
deja que nunca nos falte lo más necesario. Pero además de defendernos de todo
mal, como rezamos en el Padrenuestro, Dios nos da algo más.
Nos da la vida, y no una
vida cualquiera, sino una vida eterna, que ya en la tierra comienza a ser plena
e intensa, llena de sentido.
Sacia nuestra hambre, no
de comida, sino de infinito, de amor sin límites, de aquello que nada humano
puede satisfacer. Dios es el único que puede cubrir ese abismo sediento que es
nuestra alma.
Cuando flaqueamos,
abrumados por dificultades materiales o por problemas que afectan nuestro
estado anímico, él también nos reconforta. No hay mejor psiquiatra que Dios,
que nos cura con su amor y nos da la paz de su regazo.
Y con esta imagen el
salmista concluye: Dios es nuestro auxilio y nuestro escudo. Agarrándonos a él,
no nos hundiremos, y nadie podrá hacernos daño. Al menos, no podrá matar lo más
valioso que tenemos: nuestro espíritu y nuestra libertad, confiadas en Sus
manos.
Esta frase tan recurrente
en los salmos también deberíamos meditarla: «la misericordia del Señor llena toda
la tierra». Esto quiere decir que nunca confiaremos lo bastante en Él: siempre
nos da más. Su amor es inagotable, no se acaba, no se cansa, no se restringe. Jamás
nos faltará, si se lo pedimos. Misericordia
es una palabra latina que traduce una expresión hebrea muy tierna: se refiere
al amor entrañable que siente una madre contemplando a sus retoños. Significa
que el corazón de Dios se conmueve: nada de lo que nos sucede le es
indiferente. ¡Hablémosle con sinceridad!
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