Salmo 117
Este es el día en que actuó el
Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya, Aleluya!
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es
eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del
Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del
Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro
patente.
Resulta asombroso ver
cómo los salmos y las escrituras hebreas, aún escritas siglos antes de Cristo,
parecen aludir directamente a su vida y a sus obras. Y es porque toda escritura
viva, inspirada en una experiencia mística y religiosa, acaba siendo símbolo de
vivencias universales que toda persona puede reconocer en su propia historia.
Este es el día en que actuó el Señor. El Dios de Jesús, nuestro Dios, no es un ser
omnipotente alejado de la humanidad. No se limita a crear el mundo, no lo deja
abandonado a su suerte: actúa, y actúa a favor de los hombres. Tiene la
iniciativa, y es una iniciativa movida por su misericordia.
Misericordia es una palabra que vale la pena comprender. En su significado original, es
la capacidad de conmoverse hasta las entrañas, con ese afecto profundo que
sienten las madres por sus hijos. Dios se conmueve y, derrochando amor, actúa a
favor nuestro.
Muchas personas asocian
la idea de Dios a poder, a fuerza, a dominio, a creación. Pero los salmos, como
el mismo Jesús, nos revelan un Dios que, por encima de todo, es amor y es Vida.
Dios ama nuestra vida y la quiere plena, hermosa, intensa, llena de sentido.
Quien se abre a su acción, recibe este regalo.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular. Se han hecho
muchas interpretaciones de esta frase. Para muchos, expresa la preferencia de
Dios por los pequeños, por los humildes, por los pobres de espíritu que son
capaces de comprender y aceptar su amor. También se ha leído como símbolo de
Pedro y los apóstoles: hombres sencillos y comunes, con defectos y pecados, son
elegidos para fundar la
Iglesia.
Existe aún otra lectura:
esa piedra desechada es el mismo Cristo, rechazado por su pueblo, condenado a
muerte, crucificado. Como simple personaje histórico, Jesús estaba condenado al
olvido. Pero no fue así. Tras la resurrección, su presencia traspasa el mundo,
su rostro será amado y su nombre jamás será olvidado.
Esta frase explica
también el designio y el modo de hacer de Dios: el mundo rechaza a los
profetas. Los poderosos condenan al hombre justo. El mal quiere enseñorearse de
las gentes. Dios responde. El justo, condenado y muerto, resucita y funda una
comunidad llamada a crecer y a desafiar al tiempo.
Como destaca el Papa emérito,
Benedicto XVI, en su segundo libro sobre Jesús, la resurrección fue quizás una
pequeña semilla, sembrada en el corazón de una comunidad insignificante. Pero
el Reino de los cielos comienza así, como el grano de mostaza, diminuto y
enterrado, que de pronto germina y hace brotar una planta hermosa que crece
hasta convertirse en árbol. En lo pequeño está la grandeza. El que se humilla,
será enaltecido. El pobre será rico y heredero de un reino. Estas son las
paradojas de este reino, que ya se anuncia en las bienaventuranzas y que
comienza a florecer al pie de la cruz.
Dios actúa en nuestra
historia, y este es un mensaje que debemos guardar en el corazón. Cuando Él
entra en el mundo, toda la realidad se transforma. Pero Dios no actúa como lo
hacemos las personas, tan amigas de juzgar, condenar y segar cizaña. A merced
del poder humano, el mundo parece que va a la deriva y prevalecen el mal y la
destrucción. El mismo Dios, hecho hombre, aunque podría ejercer su poder,
renuncia a él y se deja matar antes que albergar hacia nadie el más mínimo odio
y la menor violencia. Muere, sí. Es desechado como inservible. ¡Cuántas veces
oímos decir, en ciertos ambientes, que Dios es una invención innecesaria!
¡Cuántas veces Dios es rechazado como piedra inútil en nuestra civilización
actual!
Pero en la dinámica de
Dios, lo inservible pasa a ser piedra angular y fundamento. El amor auténtico,
¡tan despreciado y rehusado como inútil, impotente e innecesario!, resulta ser
más fuerte que la misma muerte. La resurrección, que preludia este salmo, nos
muestra cómo la victoria final es del amor.
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