Salmo 107 (106) 23-31
Dad gracias al
Señor porque es eterna su misericordia.
Los que a la mar se hicieron en sus naves,
llevando su negocio por las aguas, vieron las obras de Yahvé, sus maravillas en
el mar.
Suscitó un viento de borrasca que entumeció
las olas; subiendo hasta los cielos, bajando hasta el abismo. Bajo el peso del
mal su alma se hundía, dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba
toda su pericia.
Y hacia Yahvé gritaron en su apuro y él los
sacó de sus angustias; a silencio redujo la borrasca, y las olas callaron.
Se alegraron de verlas amansarse y él los
llevó hasta el puerto deseado.
¡Dad gracias al Señor por su amor, por sus
prodigios con los hijos de Adán!
Las
lecturas de hoy nos hablan de mares agitados y de tormentas. El mar tempestuoso
siempre ha sido un gran símbolo de las turbulencias en la vida humana. Hoy más
que nunca estas imágenes nos impactan, porque estamos en tiempos de crisis y
guerras, incertezas, cambios y dificultades. El miedo a la pobreza, a la
enfermedad, al dolor y a la muerte nos acosa. En algunos países sobrevivir es
una proeza diaria; en otros, no sabemos qué nos depara el futuro y los
pronósticos no son muy favorables… ¿Quién puede decir que no conoce la angustia
y el pánico ante alguna de estas tormentas?
Leer
este salmo nos hará ver que hace milenios los hombres atravesaban situaciones
muy similares a los de hoy. Como estos marineros audaces, muchos se embarcaban
en sus negocios y empresas, afrontando los riesgos del mar. Cuando la tempestad
se desataba, cundía el pánico.
Podríamos
decir que nuestra civilización contemporánea, tan confiada en sus logros y en
su progreso, también está viviendo sus momentos de tormenta. El hombre se ha
endiosado y ha creído que su poder no tenía límites. Ahora recoge las cenizas y
el polvo de una carrera enloquecida. Cuando las cosas parecen derrumbarse de
poco sirven el conocimiento y la experiencia. Adiós seguridades y orgullos: el
arrogante se tambalea como un ebrio, dice el salmo, y toda su pericia de nada
sirve.
¿Qué
nos queda? Muchos, que no creen o dicen no creer en Dios, no tienen otro
recurso que clamar al cielo. Aunque sea un grito incrédulo y desesperado. Otros
recuperan la fe justo en medio de la borrasca. Otros esperan… o no esperan un
milagro.
El
salmo nos enseña que Dios no es indiferente. Dios no calla, no hace oídos
sordos, no permanece inmóvil. El Señor que ha creado la naturaleza puede, si
quiere, intervenir en cualquier momento a favor de sus hijos cuando claman a
él. Dicen los teólogos que Dios no suele interferir en la evolución del mundo
natural si no es necesario. Pero un grito angustiado basta para conmover su corazón
y empujarlo a obrar. Nadie pide ayuda si no es porque ha tocado fondo y ha
descendido hasta palpar la pequeñez y la fragilidad. Las experiencias de dolor,
como dice el Papa Francisco, abren el corazón. Y por esa grieta de corazón
quebrado puede entrar la luz…
Este es
el prodigio: que el hombre deje intervenir a Dios. Que lo deje manejar la barca
de su vida, que lo deje reinar y
llevar las riendas. Quien así confía, tendrá motivos para maravillarse cada día.
Pues Dios sabe más, y sabe qué necesitamos, qué nos conviene, que anhela
nuestro corazón. Veremos prodigios, y grandes. Las olas se amansarán y nos
llevará al puerto deseado.
Gracias por su precioso relato padre Joaquín , muy cierto todo para estos tiempos inseguros y a veces confusos para nosotros.
ResponderEliminarPrecisamos abrazar nuestra Fe, ya que siempre El Señor está con nosotros en todos nuestros que haceres diarios, ya que El nunca nos abandona cuando surgen adversidades ya que siempre, siempre está con nosotros y nos acompaña en esos momentos tan difíciles que pueden surgir a lo largo de nuestras vidas.
Una vez más gracias padre Joaquín