Salmo 125
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con
ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del
Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve
cantando, trayendo sus gavillas.
La liturgia contempla la lectura de este salmo en más de una
ocasión. Lo leemos durante el tiempo ordinario, como cántico agradecido por los
dones de Dios. Lo volvimos a leer en tiempos de Adviento, como himno de espera
regocijada. Y lo leemos ahora, en Cuaresma, cuando nuestra espera es aún más
gozosa, si cabe. En Adviento esperábamos el nacimiento, el Dios hecho hombre
que venía a habitar entre nosotros. En Cuaresma esperamos la Pascua : el milagro del Hijo
de Dios resucitado que nos abre las puertas del cielo.
Son los dos momentos cumbre en esta larga historia de amor
entre Dios y la humanidad: en Navidad, Él desciende a la tierra, acampa entre
nosotros, se hace humano. En la Pascua desciende más aún, hasta la muerte, y
vuelve a ascender en la resurrección. En ambos momentos la humanidad es
elevada, dignificada y empapada del amor divino.
Los salmos, aún escritos en el Antiguo Testamento, ya nos
hablan de esta humanidad transformada por el amor y la misericordia. De la
misma manera que el agua hace fértil la tierra y la cosecha compensa con creces
los esfuerzos del labrado y la siembra, también la generosidad de Dios
transforma nuestra vida y premia a aquellos que confían en Él.
Las imágenes del desierto que florece y de los campos de
mieses en plena cosecha son preludios simbólicos de una resurrección. Después
de nuestra muerte experimentaremos ese nacimiento a otra vida que no podemos
imaginar… Pero ya antes, en nuestra vida terrena, podemos experimentar muchas
pequeñas muertes y muchos renacimientos cada vez que nos dejamos tocar por la
misericordia de Dios. Cada vez que abrimos el corazón a su bondad él enviará su
lluvia y regará nuestro yermo interior y hará brotar algo nuevo.
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