Salmo 32
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Vivimos bañados en misericordia. Desde el momento
en que fuimos concebidos, fuéramos deseados o no por nuestros padres, Dios nos
insufló un alma única. Con su beso, nos dijo “sí” y nos amó. Y nunca dejará de
hacerlo.
El amor de Dios supera al del padre y la
madre, siendo estos grandes. El amor de Dios es total e incondicional, tierno,
cuidadoso, detallista. Cuando el poeta dice que los ojos del Señor están puestos en sus fieles podemos imaginar la
mirada de una madre que contempla a su hijo en el regazo, apretado contra su
seno. Cuánto amor, cuánta ternura, cuánta calidez en esta mirada materna. Es la
imagen humana más semejante a lo que significa el amor de Dios.
Sin embargo, en nuestro día a día,
lidiando con las asperezas de la vida cotidiana, a veces nos sentimos muy lejos
del regazo de Dios. ¿Dónde está Dios, en medio de la tormenta? ¿Dónde se
esconde, bajo la pila de nuestros problemas? ¿Dónde hallarlo en el trajín de
nuestro mundo laboral, tan estresante?
Necesitamos llamarlo. Necesitamos pedirle
y suplicar que nos ame. Los versos que se repiten en el salmo son como el
llanto del bebé: Que tu misericordia
venga sobre nosotros. Ámanos, Dios mío. Quiérenos, abrázanos, no nos dejes.
Y así
lo esperamos de ti. Como un bebé que confía que su madre atenderá su llanto
y lo acogerá. Nadie dirige un grito al cielo, por desesperado que sea, si no es
por la secreta esperanza de que será escuchado.
Alguien comentó una vez que los salmos,
desde nuestra óptica cristiana, podrían leerse en presente, en vez de en
futuro. Aquí diríamos, entonces: la misericordia de Dios ya ha venido sobre
nosotros. Lo esperábamos, y nos ha respondido. Él es nuestro auxilio y nuestro escudo. Aunque seamos un poco miopes y
tardemos en verlo, no dudemos ni un momento: nuestra súplica ha sido escuchada.
Y será respondida, en el momento y de la manera que Dios mejor considere. No
dudemos tampoco de que su respuesta será la mejor para nosotros.
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