Salmo 24
Tus sendas, Señor, son misericordia
y lealtad para los que guardan tu alianza.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus
sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia
son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a
los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los
humildes.
El camino como símbolo de
la vida es una imagen muy frecuente en la literatura y en el lenguaje
espiritual. Este camino tiene un inicio, nuestro nacimiento, y en él vamos con
un equipaje que es nuestra herencia: genética, familiar, histórica, la
educación que hemos recibido… Pero, aunque el inicio y el bagaje son algo que
no elegimos, en el momento en que alcanzamos nuestro uso de razón somos muy
libres para decidir hacia dónde debemos ir.
¿Hacia dónde voy? Es una
pregunta filosófica que toda persona se hace en algún momento de su vida.
Decidir nuestro destino se convierte en una cuestión crucial. Para muchos, esa
meta, decidir hacia dónde dirigir sus pasos, es un dilema, un motivo de
angustia, de interrogantes y dudas.
Durante mucho tiempo, en
Occidente se ha fomentado una contraposición entre los conceptos de enseñanza y libertad. Tras siglos de obediencia a las autoridades civiles y
religiosas —la Edad Media —,
el Renacimiento y la
Ilustración auparon la idea del hombre libre, autónomo e
independiente. Obedecer, escuchar, ser aconsejado, han tendido a verse como
sinónimos de esclavitud y control de la conciencia. Se pasó de un extremo a
otro.
Es importante superar
esta dialéctica estéril y comprender que la libertad humana no es un valor
absoluto, desenraizado de la realidad de cada día y de las relaciones con los
demás. Un hombre libre no es un hombre “suelto”, solo, sin raíces y sin
referentes. La libertad también se forja, y esto implica dejarse enseñar, guiar
y aconsejar. De hecho, todo lo que somos, sabemos y tenemos es algo que hemos
recibido de otros. Nuestra vida misma, el don primero y más preciado, es algo
que no hemos elegido. Con todo esto, y nuestra voluntad, podemos ir
dilucidando, poco a poco, el camino que queremos seguir.
El salmista subraya la
importancia que tiene para el hombre su referente divino. Su relación con Dios
es fundamental para andar el camino. En estos versos del salmo se expresan dos
necesidades fundamentales del ser humano y una actitud.
La primera es el hambre
de verdad. El hombre ansía ser enseñado: “Instrúyeme en tus sendas”, y espera a Dios.
En segundo lugar, el
hombre expresa su necesidad de un amor incondicional, que no tenga en cuenta
sus fallos: “no te acuerdes de mis pecados […] Acuérdate de mí con
misericordia”. Ya hemos comentado otras veces el significado de la palabra
“misericordia”, ese atributo tan de Dios, como amor entrañable, maternal, que
se conmueve ante su criatura. El hombre tiene verdadera necesidad de sentirse
amado así. Y el amor de Dios es, efectivamente, como el de una madre. Todo lo
perdona, su ternura lo supera todo.
Hambre de verdad, hambre
de amor: el salmista expone así sus anhelos ante el Señor. Y Dios, cómo no,
está dispuesto a dar generosamente. Pero aún falta algo, y es la actitud
receptiva de la persona. ¿Quién recibirá esa enseñanza, quién podrá acoger
tanto amor? El hombre humilde, el pecador, dice el salmo. Y en esto se aproxima
mucho al mensaje de Jesús, tan cercano a los pecadores y a los rechazados por
la sociedad. El hombre que no se cree grande, que no se cree dios, el que
reconoce sus carencias y debilidades, está preparado para abrirse y recibir la
sabiduría que solo Dios, con su Amor infinito, puede darle.
Que bien enlazado el contenido del Salmón, con el escrito, el camino, la libertad, la misericordia, amar y sentirse amado, la humildad, todo aquello que un cristiano debe pretender y buscar. Gracias
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