3 de enero de 2019

Se postrarán ante ti todos los pueblos


Salmo 71
Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. 

Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
póstrense ante él todos los reyes,
y sírvanle todos los pueblos. 

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. 

Los versos de este salmo expresan un deseo muy vivo en el antiguo pueblo de Israel. Tras el exilio, sufriendo el trauma de una derrota y de la pérdida de su tierra y de su hogar, el pueblo sueña el día en que podrá regresar y Jerusalén verá su renacer.

Pero el salmo es una oración, y la oración va más allá de un deseo político o nacional. El salmo expresa un deseo intrínseco en todo ser humano: vivir en paz, en la tierra que amas, con los seres que amas y en prosperidad. Vivir en un país regido con justicia y donde los pobres y los afligidos reciban ayuda y consuelo. Formar parte de una sociedad solidaria, como una verdadera familia.

Este deseo es mayor aún en quienes han perdido todas estas cosas. Pienso en tantos inmigrantes y refugiados que sufren situaciones similares a las de los exiliados judíos: desearían poder regresar a su tierra natal, y que en esta se terminaran la violencia ni la pobreza. Por desgracia, muchas veces el deseo se queda ahí, como aspiración que no llega a hacerse realidad.

¿Quién puede garantizar esa paz, esa prosperidad, esa justicia? Los israelitas descubrieron que ni reyes, ni jueces ni emperadores podían hacerlo. Finalmente, el poder humano corrompe, contamina y envenena la sociedad. Pero hay un camino que puede traer la paz, y hay un garante que puede enderezar el alma de quienes gobiernan y quienes son gobernados. Es Dios.

Dios, que es padre, que ama a todos sus hijos sin excepción, es quien marca el camino de la paz. Seguir a Dios, servir a Dios, significa dignificar al hombre. Nadie hará más para elevar al ser humano que Dios, que lo ha hecho semejante a sí mismo. Por eso, el referente religioso es importante para construir una cultura verdaderamente humana y acogedora, una cultura donde toda persona puede florecer y dar lo mejor de sí misma. Sin este fundamento trascendente, de total respeto a la vida, es fácil caer en ideologías parciales que sólo defienden a sectores concretos de la sociedad, pero que pueden provocar terribles injusticias e incluso crueldades hacia otros.

Fijémonos en las palabras que se repiten en el salmo: humildad, pobreza, justicia. Dios está del lado de los más pobres y vulnerables, Dios está por la justicia. Los cristianos no podemos desatender estos aspectos básicos para la buena convivencia humana. En realidad, es del amor auténtico de donde brotan la justicia y el cuidado de los más débiles. Si no es así, deberíamos preguntarnos por la sinceridad de nuestra fe.

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