23 de diciembre de 2021

Dichosos los que temen al Señor...

Salmo 127


Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.


Este es un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros «todos los días de nuestra vida», y al justo que sigue los caminos del Señor. A través de imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué dones recibe el que «teme al Señor»: son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, podríamos decir que este sigue siendo el sueño de muchísimas personas: formar una familia, gozar de bienestar económico y vivir una vida larga y pacífica junto a los seres queridos.

Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy no podemos comprender que haya que tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco nos ha de llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos enseña. Nos muestra, a través de la Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús, cuál es el camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad. Lo que hemos de temer es olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas. ¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y en el desconcierto, comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía familiar y hasta los bienes materiales, tarde o temprano.

Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Muchos filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían alcanzarla. Los cristianos tenemos un camino más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender leyes o de leer muchos libros, sino de conocer, amar e imitar al que amó generosamente, hasta el extremo, y aprender a amar como él lo hizo: entregándose. Ese es nuestro auténtico camino.

Por eso este salmo, además de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino hacia la «vida buena», la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser, la que merece ser vivida.

2 de diciembre de 2021

El Señor ha estado grande con nosotros


Salmo 125


El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

Volvemos a leer este salmo exultante que rebosa agradecimiento. Es muy acorde con el tiempo de Adviento, acompañando a la lectura de Juan predicando en el desierto.

El desierto es un lugar propicio para la oración y el descubrimiento de la verdad. También es símbolo de desnudez interior. La tierra desnuda de vegetación, abierta bajo el cielo transparente, es reflejo del alma que se sabe pobre y se abre al don.

Y cuando el espíritu se abre, Dios no retiene sus dones. Llueve, generoso, haciendo florecer la tierra estéril. «Cambia nuestra suerte», así es. Nuestro destino humano, que a veces se nos puede antojar falto de horizonte, vacío, inútil y gris, se convierte en un jardín frondoso, lleno de sentido y belleza.

Cuando sentimos la plenitud de Dios en nosotros, la alabanza y el agradecimiento brotan, como las palabras de este salmo. Son palabras que nos recuerdan el Magníficat de María. La alegría estalla y se convierte en cántico cuando somos conscientes de cuánto nos ama Dios, y cuánto puede hacer en nuestra vida. Es el canto de quien ha vivido la conversión y se siente renacer.

Esta conversión es un camino que también requiere un esfuerzo. Muchas veces, comporta dolores de parto. Por eso el salmo habla de sembrar entre lágrimas. Cuánto llanto no habrán costado las conversiones, cuántas batallas internas para vencer nuestras propias resistencias. Pero la cosecha, finalmente, es gozosa, porque la semilla plantada era buena.

En los tiempos tan inciertos que vivimos, en que mucha gente está desorientada y es fácil caer en el pesimismo vital, los cristianos hemos de abrir nuestro corazón más que nunca para que Dios pueda regarlo con su amor. Nuestro florecer será el mejor testimonio ante quienes no creen. Como los gentiles del salmo, quizás se sorprendan y se admiren, y quizás, algún día, ansíen también beber de esa agua viva que nos alimenta y nos hace capaces para la esperanza y la alegría.

Contad las maravillas de Dios...