Tú,
Señor, eres bueno y clemente
Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en
misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi
súplica.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu
presencia, Señor; bendecirán tu nombre: “Grande eres tú, y haces maravillas; tú
eres el único Dios.”
Pero tú, Señor, dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.
La historia del pueblo de
Israel narrada en la Biblia
es un camino de progresivo acercamiento a Dios. Del Dios grandioso y liberador,
el primero y el más terrible entre todos los dioses, los hebreos pasaron a
darse cuenta de que, en realidad, aquel era el único Dios. Y de aquella imagen
del único Dios todopoderoso y justiciero el pueblo judío va pasando a ver, cada
vez con mayor claridad, otra imagen. A medida que el hombre se acerca a Dios,
descubre que su rostro no es colérico y temible, sino tierno, comprensivo y
lleno de amor.
Este es el camino que
podemos seguir en los salmos. Algunos nos presentan a Dios como un guerrero
invicto, incluso vengador. Pero otros, como éste, nos descubren el retrato de
un padre amoroso y benevolente. Su poder sigue ahí: todos los pueblos se
postran ante su grandeza, porque sólo alguien como él ha sido capaz de obrar
las maravillas de la creación. Pero mayor aún que su poderío es su bondad y su
capacidad de comprender el corazón humano. Qué lejos del Dios vengador quedan
estas palabras: “lento a la cólera, rico en piedad y leal”.
Sí, Dios es paciente y
leal. No se cansa de comprendernos, de soportar nuestras faltas, nuestras
desconfianzas y miedos, incluso nuestra incredulidad. Y él, en cambio,
permanece fiel. No nos falla. Esta es nuestra esperanza.
Los seres humanos, que
aspiramos a tanto, pero nos topamos continuamente con nuestras miserias y
limitaciones, tenemos sed de esa misericordia inagotable, esa piedad, ese amor
incondicional y esa fidelidad que sólo Dios puede darnos. Nuestra finitud se
sostiene en su infinitud. Y a partir de ahí brota el gozo. La paz nace del
saberse amado, no por méritos propios, sino por el simple hecho de ser. Los
versos de este salmo expresan la sed de Dios y, a la vez, cantan la alegría del
que confía que va a ser saciado plenamente.
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