Salmo 125, 1-6
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la
suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua
de cantares.
Hasta los gentiles
decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie
nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
Este
salmo exultante, que rebosa agradecimiento, es muy acorde con el tiempo de
Adviento, acompañando a la lectura de Juan predicando en el desierto.
El desierto es un lugar
propicio para la oración y el descubrimiento de la verdad. También es símbolo
de desnudez interior. La tierra desnuda de vegetación, abierta bajo el cielo
transparente, es reflejo del alma que se sabe pobre y se abre al don.
Y cuando el espíritu se
abre, Dios no retiene sus dones. Llueve, generoso, haciendo florecer la tierra
estéril. «Cambia nuestra suerte», así es. Nuestro destino humano, que a veces
se nos puede antojar falto de horizonte, vacío, inútil y gris, se convierte en
un jardín frondoso, lleno de sentido y belleza.
Cuando sentimos la plenitud de Dios en nosotros, la alabanza y el agradecimiento brotan, como las palabras de este salmo. Son palabras que nos recuerdan el Magníficat de María. La alegría estalla y se convierte en cántico cuando somos conscientes de cuánto nos ama Dios, y cuánto puede hacer en nuestra vida. Es el canto de quien ha vivido la conversión y se siente renacer.
Esta conversión es un
camino que también requiere un esfuerzo. Muchas veces, comporta dolores de
parto. Por eso el salmo habla de sembrar entre lágrimas. Cuánto llanto no
habrán costado las conversiones, cuántas batallas internas para vencer nuestras
propias resistencias. Pero la cosecha, finalmente, es gozosa, porque la semilla
plantada era buena.
En los tiempos inciertos
que vivimos, en que mucha gente está desorientada y es fácil caer en el
pesimismo vital, los cristianos hemos de abrir nuestro corazón más que nunca
para que Dios pueda regarlo con su amor. Nuestro florecer será el mejor
testimonio ante quienes no creen. Como los gentiles del salmo, quizás se
sorprendan y se admiren, y quizás, algún día, ansíen también beber de esa agua
viva que nos alimenta y nos hace capaces para la esperanza y la alegría.
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